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Situación de emergencia causada por el terremoto apenas empieza en las zonas rurales de Nepal

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Restos de varias casas en Pauwathok.
Restos de varias casas en Pauwathok.
El sábado manejé hacia Sindhupalchok, en medio de las colinas de Nepal, al noreste de Katmandú. El angosto camino sube y baja en las orillas de los cerros, a lo largo de arroyos transparentes, a través de bosques verdes y entre terrazas sin explotar en que se ven ordenadas pilas de estiércol de vaca a la espera de ser usadas.

A la sombra de un árbol pipal, una niña le saca piojos del pelo a otra niña, que quizás es su hermana. El camino está en buenas condiciones; en tiendas en las calles venden desayuno o comestibles u otras provisiones, y a lo largo de muchas partes de la ruta la escena a la distancia parece bucólica, tranquila, apacible, normal.

Pero al acercarse, rápidamente queda claro que muy pocas cosas son normales hoy en Sindhupalchok. Mientras más nos alejamos de los vecindarios ricos en el valle de Katmandú, y nos adentramos en las zonas rurales, la destrucción causada por el terremoto de abril es mayor.

A unos pocos kilómetros de haber cruzado el río Dolalghat, nos topamos con Pauwathok, una aldea ubicada en una ladera, donde solo unos pocos edificios han quedado en pie. En todos los terrenos, junto a las sinuosas sendas, vemos que hay pilas de piedras polvorientas y rojizas, ladrillos, tejas y madera y techos manchados de negro debido a los fogones al interior de las cocinas.

Las mujeres se reúnen cerca de un templo local o de una cisterna de agua que ha llegado al lugar, o hurgan entre los restos de sus casas para recuperar lo que puede ser vuelto a usar. Una anciana lamenta la muerte de una hija y está preocupada por la suerte de otra, que fue llevada a un hospital en Dhulikhel, a 30 kilómetros de distancia.

Por todas partes, los hombres trabajan juntos para organizar los restos de sus viviendas, sacando y amontonando los techos quemados, rescatando cualquier pedazo de madera que esté en condiciones aceptables, y separando los palos y las piedras en distintos montones en las calles.

Trabajadores de socorro y convoyes de asistencia han pasado, pero demasiado lejos y ninguno se ha detenido en la zona para prestar ayuda.

Más adelante en la carretera, tras pasar por muchos otros pequeños poblados que han sido tan directamente afectados como Pauwathok, llegamos a Chautara, la capital del distrito, y nos dicen que la ruta está abierta solamente en una dirección, y que se puede circular solo en el carril del otro lado. Caminamos hacia un centro urbano, que antes era pequeño pero organizado y vibrante, y quedamos estupefactos con el nivel de destrucción existente.

Casas de dos a cinco pisos, que pendían a ambos lados de un estrecho camino en la cima de una montaña, se han derrumbado, o hundido, o se tambalean, o se inclinan hacia la calle o en sentido contrario. Pesados cables de electricidad cuelgan a tan baja altura que puede ser tocados; edificios que antes estaban uno al lado de otro ahora están ubicados a varios metros de distancia, y visitantes nerviosos pasan apurados frente a estructuras inestables y calzadas destruidas.
 
Calles en Chautara
Calles en Chautara.

A diferencia del valle o a lo largo del camino para salir de él, prácticamente todos los comercios en Chautara están cerrados, y relativamente unas pocas personas están ahí. Hay escombros por todos lados, que han sido movidos hacia la orilla del camino. Unos pocos hombres y mujeres, algunos con niños, salen desoladamente del pueblo, llevando escasas cosas en bolsas de compra. Un hombre usa una escalera para entrar por una ventana del segundo piso de su casa; lo consigue y tira mazorcas de maíz de un color amarillo pálido y grandes boles de metal a un amigo que está abajo en la calle.

En las escasas tiendas que están abiertas, algunos guardianes están haciendo inventarios y amontonando lo que quedó en las puertas para que sea recogido y llevado a un lugar seguro. En otro comercio, una mujer joven —que está sentada en el suelo con un bebé en sus brazos— mira televisión mientras su esposo recostado grita en el teléfono.

Afuera en las calles, jóvenes en motocicletas suben los cerros, contra el tránsito, mientras unos pocos policías y vehículos del ejército circulan, presuntamente para atender emergencias más graves. Equipos de búsqueda y rescate holandeses, alemanes y coreanos, vestidos con trajes de color naranja, esperan en grupos. Periodistas extranjeros cargan enormes cámaras y micrófonos, y un dron que porta una cámara zumba como un mosquito gigante.

Se siente como si fuera una zona de guerra. Muchas personas han sufrido grandes pérdidas. Algunas han perdido casi todo. Es difícil imaginar de qué manera los habitantes de este pueblo se podrán recuperar alguna vez. Es fácil ver, en sus rostros, un apabullante sentimiento de pérdida y temor, frente a lo que ha pasado, lo que está ocurriendo y lo que está por venir. Para estas personas, la situación de emergencia no ha terminado; está apenas empezando.
 

Autores

Johannes Zutt

Director a cargo de las operaciones del Banco Mundial en Brasil

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