Las bocanadas de humo de cigarrillo rodeaban al niño de 18 meses de edad que permanecía de pie junto a sus abuelos que fumaban sin parar en la sala de estar, mientras que una niña de 3 años sacaba una lata de Pepsi Cola del refrigerador en la cocina. Justo al otro lado, en el comedor, un bebé de 7 meses comía un pastel de chocolate cremoso y dulce, mientras que un montón de otros niños jugaban en el patio del frente de la casa y comían una gran cantidad de barras de chocolate, pasteles y papas fritas y bebían refrescos.
No podía creer lo que veía. Como padre, al observar estas conductas me pareció estar viendo que una muerte lenta y diferentes enfermedades perseguirían a estos niños durante el resto de sus vidas.
Siempre había sido así, pero nunca me había dado cuenta hasta que salí de Iraq y me convertí en padre. Crecí en un lugar donde el estilo de vida poco saludable no era un problema importante. Hay muchas otras cuestiones más urgentes que preocupan a las personas allá —y con razón— que lo que comen y beben.
Sin embargo, lo que las personas de mi país —devastado por la guerra— quizá no noten es que no solo los coches bomba pueden matarlas. Los cigarrillos, la comida chatarra y los refrescos también pueden hacerlo.
Recientemente, estuve tres semanas en Bagdad visitando a mi madre, que estaba muriendo de cáncer. Durante mi viaje, me encontré con algunos de mis parientes. Me di cuenta de que algunos no solo no se preocupan mucho por lo que comen sus hijos, sino que ellos mismos tampoco cuidan su propia salud. Fuman sin parar (con los niños a su alrededor, por supuesto) y no han ido a un médico a hacerse un examen en años.
“Prefiero morir de repente”, me dijo un primo de 37 años de edad. “No quiero saber si tengo alguna enfermedad con la que tengo que lidiar”, agregó.
Me quedé sin palabras.
Así es exactamente cómo murió mi madre. Un tumor en su riñón izquierdo fue creciendo durante cinco años, destruyéndolo y luego se extendió a los huesos. Desde su último examen, hace cinco años, el cáncer se fue infiltrando en su sangre y llegó a la etapa IV. Era demasiado tarde para tratarlo cuando lo descubrieron. Le quedaba solo un mes de vida.
Hace falta una aldea
Educar a las personas en Iraq y en todo el mundo acerca de estilos de vida más saludables es un asunto vital para ellas y las economías de sus países.
Un informe del Banco Mundial advierte que conductas de riesgo —como fumar, usar drogas ilegales, abusar del alcohol, llevar dietas nocivas para la salud y las relaciones sexuales sin protección— están aumentando a nivel mundial y plantean una amenaza cada vez mayor para la salud de las personas, sobre todo en los países en desarrollo. En el documento titulado “Poner en riesgo la salud: Causas, consecuencias e intervenciones para prevenir las conductas riesgosas”, se estudia la forma en la cual se determinan las elecciones individuales que provocan esas conductas y se analiza la eficacia de la intervención en materia de legislación, impuestos, campañas destinadas al cambio de conducta y transferencias monetarias para combatir estos comportamientos.
Según el informe, estas conductas de riesgo tienen un costo considerable para la productividad de la persona a largo plazo. La sociedad se ve perjudicada puesto que las personas más cercanas a quienes tienen conductas riesgosas también pueden experimentar una reducción de su productividad. Los niños están especialmente en riesgo, por ejemplo si tienen que abandonar la escuela para cuidar de un padre enfermo o si el desarrollo de sus capacidades cognitivas se ve comprometido debido a la exposición temprana a sustancias dañinas.
“Las conductas de riesgo no solo ponen en peligro la salud y reducen la expectativa de vida de la persona, sino que, con frecuencia, también afectan a los demás”, comentó Damien de Walque, economista principal del Departamento de Investigación del Banco Mundial y editor principal del informe. “Las consecuencias para la salud y los costos monetarios de las conductas de riesgo para las personas, sus familias y la sociedad en su conjunto son impactantes y justifican la intervención pública”.
Yo también fumé en el pasado. La presión de los compañeros en la escuela secundaria y las dificultades que tuve que enfrentar durante las guerras en mi país me llevaron a fumar. Sin embargo, después de una consulta médica y de informarme sobre lo dañino que es este hábito, lo dejé y ya han pasado siete años desde la última vez que encendí un cigarrillo. Increíblemente, las tasas de tabaquismo aumentaron en 27 países entre 2000 y 2015. Tengo la suerte de no formar parte de esa estadística, y usted tampoco debería. Como suelen decir, la salud es riqueza. Así que ¡piénselo dos veces antes de tirar su riqueza al inodoro o a la tumba!
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