Durante casi 30 años, el crecimiento del comercio, las inversiones y la innovación impulsó una era de prosperidad sin precedentes, y el mundo estuvo cerca de poner fin a la pobreza extrema. Permitió la reducción de la brecha del ingreso entre los países más ricos y los más pobres, y la frecuencia y gravedad de las crisis económicas nacionales.
Luego, en rápida sucesión, dos perturbaciones detuvieron los avances. En el caso de las economías en desarrollo, la guerra en Ucrania (PDF, en inglés) estalló antes de que tuvieran la oportunidad de salir de la recesión provocada por la COVID-19, y ya está claro que los daños económicos serán graves y duraderos. La guerra ha generado la mayor crisis de los precios de los productos básicos (PDF, en inglés) que hayamos experimentado desde la década de 1970. Es probable que el crecimiento mundial en 2022 disminuya en un punto porcentual completo (i).
La guerra ha cambiado también los patrones mundiales del comercio, la producción y el consumo de maneras que podrían mantener los precios altos durante años. Muchos países se están alejando de Rusia como proveedor de carbón y petróleo y han buscado alternativas en lugares más distantes. Otros grandes importadores de carbón podrían reducir las importaciones abandonando a los proveedores actuales y recurriendo a Rusia. Esto podría dar como resultado mayores distancias para el transporte que encarecen el desvío, porque el carbón es voluminoso y caro de transportar. Se han comenzado a producir desviaciones similares con el petróleo y el gas.
Esos cambios serán especialmente difíciles para las personas más pobres del mundo. Los precios más altos de los alimentos y la energía consumen una proporción mayor de los ingresos de los hogares pobres (i) que de los hogares más ricos. La mayoría de los países pobres son importadores de petróleo, por lo que el alza de los precios de la energía ejercerá presión sobre los presupuestos gubernamentales que ya se habían agotado debido a la crisis de la COVID-19. Al mismo tiempo, el alza de los precios de los fertilizantes —algunos de los cuales se encuentran en niveles que no se habían observado desde 2008— podría provocar la reducción de su uso. El resultado sería menores rendimientos agrícolas y nuevas disminuciones en la disponibilidad de alimentos.
Las perturbaciones en los precios de los productos básicos pueden modificar los patrones de producción y consumo de maneras beneficiosas. Después de la crisis de 1973, por ejemplo, los requisitos de eficiencia de combustible para los automóviles estadounidenses aumentaron considerablemente: de 13 millas por galón a 20 millas por galón para 1990. Los legisladores de EE. UU. también pusieron en marcha regulaciones que prohibían el uso del petróleo crudo en la generación de electricidad. En ambos casos, el efecto fue reducir la demanda de energía de alto precio y, al mismo tiempo, contribuir a un medio ambiente más limpio. En general, la mayoría de los países respondieron a las perturbaciones petroleras de 1970 encontrando maneras para reducir la demanda de petróleo, impulsar la producción o cambiarse a productos básicos energéticos alternativos.
Sin embargo, aplicar estas opciones hoy será más difícil. En primer lugar, los Gobiernos ahora tienen menos espacio que en la década de 1970 para pasar a alternativas energéticas más baratas: los precios han aumentado en general, afectando todos los tipos de combustibles. En segundo lugar, el consumo de petróleo como proporción del PIB mundial y el gasto total de los consumidores es menor que el registrado en la década de 1970, especialmente en las economías avanzadas. En consecuencia, es menos probable que los precios más altos frenen la demanda de energía. En tercer lugar, los Gobiernos han reaccionado hasta ahora reduciendo los impuestos a los combustibles o introduciendo subsidios a los combustibles. Independientemente de sus beneficios temporales, es probable que dichas políticas prolonguen la crisis al aumentar la demanda de energía.
Es posible también que los precios persistentemente altos de la energía perjudiquen otro objetivo de desarrollo mundial clave: la transición hacia la energía limpia necesaria para combatir el cambio climático. Algunos países tienen la intención de impulsar la producción de energía renovable y combustibles fósiles que generan menos emisiones de carbono, como el gas, pero dichos proyectos tardarán en materializarse. Mientras tanto, varios países han optado por aumentar la producción y el uso de combustibles fósiles más baratos. China, por ejemplo, tiene previsto aumentar la producción de carbón en 300 millones de toneladas, lo que equivale al 8 % de los niveles actuales.
Para superar una crisis mundial se requiere cooperación global, como la que prevaleció durante las últimas tres décadas y de la cual los países más pequeños y más pobres se benefician más. Es posible que la guerra haya cambiado drásticamente muchos incentivos tradicionales para dicha colaboración, pero los Gobiernos de todo el mundo aún pueden minimizar los daños a sus ciudadanos más vulnerables, y a la economía mundial. Cinco acciones serían de gran ayuda:
Primero, promover una sólida respuesta de la oferta de cereales, aceites para cocinar y fertilizantes mediante reformas de políticas que aumenten la productividad, la racionalización de los subsidios agrícolas y la facilitación del comercio. La respuesta de los mercados al alza de los precios se traduce en una mayor oferta; en muchos casos, esto lleva meses, no años.
Segundo, reforzar los programas de protección social específicos, como transferencias monetarias, programas de alimentación escolar y programas de obras públicas. Estos pueden contribuir en gran medida a proteger a los hogares pobres de los efectos del aumento de los precios, y constituyen un mejor uso de los recursos que los subsidios. Si hay que recurrir a las subvenciones, especificar que serán de tamaño limitado y temporales.
Tercero, resistir la tentación de imponer restricciones a la importación y exportación de alimentos. Hemos aprendido de crisis alimentarias pasadas que dichas medidas solo empeoran el problema.
Por último, aumentar las inversiones en eficiencia energética y energía renovable , en particular el aislamiento y la climatización de edificios que protegen contra el frío y el calor. Estas políticas pueden ayudar a alcanzar los objetivos climáticos y reducir los costos para los hogares. A largo plazo, también mejorarán la seguridad energética.
En los últimos dos años, una serie de crisis superpuestas ha dejado a los Gobiernos de todo el mundo con poco margen de maniobra y sin margen de error. Las decisiones que tomen los responsables de formular políticas durante el próximo año pueden determinar el curso de la próxima década. Ellos no deben escatimar esfuerzos para aumentar el crecimiento económico en sus países y abstenerse de tomar medidas que podrían perjudicar a la economía mundial.
Únase a la conversación