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Lo que deben hacer China e India para unirse al club de los ricos

Lo que deben hacer China e India para unirse al club de los ricos [Un trabajador en una planta industrial de India.] Fotografía: Ray Witlin/Banco Mundial.

“Hacerse rico es magnífico” es el lema que inspiró una de las estrategias de desarrollo más exitosas de los últimos 50 años. Es una aspiración que comparten ampliamente los países en desarrollo, y por una buena razón. Cuando los países se vuelven más ricos, los resultados pueden ser espectaculares: los niveles de vida aumentan, la pobreza retrocede, la propensión a contaminar disminuye, y los productos y los métodos de producción mejoran.

Por ello, un número cada vez mayor de países en desarrollo está fijando plazos nacionales para convertirse en economías desarrolladas: China, el año 2035; Viet Nam, el año 2045, e India, el año 2047. A falta de un milagro, sus posibilidades de éxito son mínimas, debido a un problema distintivo que afecta a los países a medida que ascienden en la escala de ingresos. En las próximas décadas, el destino del mundo dependerá de que ese problema se pueda resolver.

En su afán de riqueza, pocos países se acercan a la cima. El crecimiento económico en los países en desarrollo tiende a estabilizarse durante la etapa de ingreso mediano. Es lo que el Banco Mundial denomina “la trampa del ingreso mediano”. Este concepto ha sido objeto de debate en la última década. Sin embargo, los datos más recientes son contundentes: desde 1970, el ingreso per cápita promedio de los países de ingreso mediano nunca ha superado el 10 % del nivel de Estados Unidos.

Desde 1990, solo 34 economías han logrado avanzar de la categoría de ingreso mediano a la categoría de ingreso alto, y más de un tercio de ellas se beneficiaron de su integración en la Unión Europea o el petróleo no descubierto anteriormente. El número de personas que viven en estas economías es de menos de 250 millones, aproximadamente la población de Pakistán.

Hoy en día, los países de ingreso mediano (cuyo ingreso nacional bruto per cápita se sitúa entre USD 1150 y USD 14 000, según lo definido por el Banco Mundial) albergan a unos 6000 millones de habitantes y casi dos terceras partes de quienes viven en la pobreza extrema. Además, generan alrededor del 40 % de la producción económica mundial y casi dos tercios de las emisiones de carbono. En resumen, el esfuerzo mundial para poner fin a la pobreza extrema y promover la prosperidad y la habitabilidad se ganará o perderá en gran medida en estos países.

Los países de ingreso mediano enfrentan ahora cargas mucho más pesadas que sus predecesores: envejecimiento de la población, fricciones geopolíticas y comerciales, y la necesidad de acelerar el crecimiento sin ensuciar el medio ambiente. Sin embargo, la mayoría sigue aferrada a un enfoque del siglo pasado: políticas muy centradas en atraer inversiones. Eso equivale a conducir un automóvil completamente en primera marcha: tardarás una eternidad en llegar al destino. Unos pocos tratan de avanzar hacia la innovación. Eso equivale a cambiar de la primera a la quinta marcha y ahogar el motor del automóvil.

Hay una manera mejor. El Banco Mundial propone un plan secuenciado de tres fases.

Los países de ingreso bajo se benefician más con una estrategia centrada principalmente en atraer inversiones. Una vez que se conviertan en países de ingreso mediano bajo, deberán adoptar un enfoque más sofisticado. La inversión debe complementarse con la incorporación deliberada de tecnología extranjera. Eso significa adoptar tecnologías y modelos de negocios modernos y difundirlos dentro del país para permitir que las empresas se conviertan en proveedores mundiales de bienes y servicios.

La incorporación requiere una reserva de talentos cada vez mayor: más ingenieros, científicos, gerentes y otros profesionales altamente calificados. Para ampliar esa reserva, es necesario perfeccionar las habilidades en toda la fuerza de trabajo. Uno de los atributos más contraproducentes de las economías de ingreso mediano es su tendencia a marginar a las mujeres limitando sus oportunidades educativas y económicas. Los beneficios pueden ser inmensos cuando se pone fin a esas prácticas. En Estados Unidos, por ejemplo, más de un tercio del crecimiento registrado entre 1960 y 2010 puede atribuirse a la menor discriminación racial y de género en la educación y la fuerza laboral. Sin estos cambios, el ingreso per cápita de Estados Unidos sería ahora de USD 50 000, no los USD 80 000 actuales.

Una vez que un país ha logrado dominar tanto la inversión como la incorporación de tecnologías, está listo para la fase final: la innovación global. Corea del Sur se destaca en las tres categorías. En 1960 su ingreso per cápita era de solo USD 1200; a finales de 2023, este había subido a USD 33 000. Ningún otro país ha logrado un resultado como ese.

Corea del Sur comenzó con un conjunto simple de políticas para aumentar la inversión pública y estimular la inversión privada. Esas políticas se transformaron en la década de 1970 en una política industrial que alentó a las empresas surcoreanas a adoptar tecnología extranjera y métodos de producción más innovadores. Samsung, que alguna vez fue una firma de carácter local dedicada a producir pescado seco y fideos, comenzó a fabricar televisores utilizando tecnologías con licencia de compañías japonesas.

El éxito de Samsung impulsó la demanda de ingenieros, gerentes y otros profesionales calificados. El Gobierno surcoreano aportó su granito de arena para ayudar a la economía a satisfacer esta demanda. El Ministerio de Educación, por ejemplo, estableció metas y aumentó el financiamiento para las universidades públicas con el objeto de colaborar en el desarrollo de las nuevas habilidades que buscaban las empresas nacionales. Los resultados están a la vista. En la actualidad, Samsung es una fuerza motriz de la innovación: es uno de los dos fabricantes de teléfonos inteligentes más grandes del mundo y el mayor productor de chips de memoria.

Para realizar las transiciones necesarias y alcanzar la categoría de ingreso alto, los Gobiernos de los países de ingreso mediano deben promulgar políticas de competencia que creen un equilibrio saludable entre las grandes corporaciones, las empresas medianas y las empresas emergentes. Los beneficios serán mayores cuando los encargados de la formulación de políticas se focalicen menos en el tamaño de la empresa y más en el valor que aporta a la economía, y cuando promuevan la movilidad ascendente de todos sus ciudadanos, en lugar de concentrarse en políticas de suma cero para reducir la desigualdad de ingresos.

También deben aprovechar las oportunidades derivadas de la necesidad de abordar el cambio climático fabricando y exportando vehículos eléctricos, turbinas eólicas, paneles solares, etc. No se debería esperar que los países de ingreso mediano renuncien de inmediato al uso de todos los combustibles fósiles en su búsqueda de un crecimiento económico más rápido, pero que logren una mayor eficiencia energética y reduzcan las emisiones.

Si mantienen el antiguo enfoque, la mayoría de los países en desarrollo no alcanzarán la meta de avanzar a la categoría de ingreso alto a mediados de este siglo. De mantenerse las tendencias actuales, China tardará otros 11 años en conseguir tan solo una cuarta parte del ingreso per cápita de Estados Unidos; Indonesia tardará 69 años e India 75 años. Al adoptar una estrategia “3i” (primero inversión, luego incorporación, posteriormente innovación), pueden multiplicar sus probabilidades de lograrlo. El resto del mundo también se beneficiaría, porque las políticas que premian el mérito y la eficiencia permiten un crecimiento más rápido, más amable y más limpio.

Este artículo se publicó originalmente en The Economist (i).


Indermit Gill

Economista en jefe del Grupo Banco Mundial y vicepresidente sénior de Economía del Desarrollo

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