Publicado en Voces

En diciembre pasado, James Dooley Sullivan empacó su silla de ruedas y viajó a Jamaica. Sullivan, un artista visual y editor de videos que trabaja en el Grupo Banco Mundial, quería ver de manera directa cómo es la vida de las personas con discapacidad en un país en desarrollo. Él comparte su experiencia y su propia historia en un video y una serie de blogs. Puedes acceder a otros blog de esta serie aquí: La vida en una silla de ruedas.
 

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Por suerte, cuando aterrizamos en Kingston, nos recibe la única camioneta de alquiler en toda Jamaica con una rampa para sillas de ruedas. En el vehículo hay espacio para mí, mi silla, mi colega Peter y todas las cámaras con las que documentaremos mis aventuras destinadas a averiguar cómo es el acceso para las personas con discapacidad en el mundo en desarrollo . Pero los amortiguadores no funcionan, y tengo que usar como protección el cojín del asiento mientras Dereck (nuestro chofer) trata de evadir los baches en el camino hacia el hotel.

Cada vez que me registro en una habitación de un hotel tengo que hacer una “evaluación” rápida del lugar. Aquí en Kingston, hay una alfombra gruesa y es difícil transitar sobre ella, mientras que la cama es espaciosa y tiene una altura adecuada. Mi nueva silla de 17 pulgadas de ancho entra justo en el baño, pero el lavabo tiene un bloque de granito que roza mis rodillas. Entre las ventajas, puedo mencionar que hay una ducha de mano que está a mi alcance, y entre las desventajas, puedo mencionar que el inodoro es muy bajo y que tendré que estar concentrado completamente cuando lo use.

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Por la mañana, es hora de salir y conocer a Patrick Rodin en la parroquia de St. Catherine, ubicada en los alrededores, donde él ha abierto un taller de reparación de sillas de ruedas. Nos saludamos de manos y nos miramos el uno al otro. Patrick es musculoso, con una sonrisa radiante en que resalta un diente de oro. Él está en una silla, como yo, y viste una camiseta de fútbol de un color azul brillante que destaca su piel oscura. Hace 22 años, una bala dañó su columna al nivel de la cuarta vértebra, por lo que aún puede mover su torso superior y brazos.

Recorremos su tienda, que él ha diseñado a su medida, y en la cual cuelgan del techo diversas herramientas y piezas que él puede tomarlas sin problemas mientras se encuentra sentado. Si usted caminara probablemente se golpearía la cabeza y se rompería la nariz, pero para mí es simplemente genial. Si yo hubiera diseñado el taller, quizás habría colocado todo en estantes bajos y me pasaría el día tratando de alcanzar las cajas. Estoy impresionado por esta muy buena solución y cómo Patrick ha adaptado su entorno de una manera en que le es útil.

Nos ubicamos bajo la sombra de unos árboles bastante altos, en “respeto” a mi complexión irlandesa, para poder hablar. Patrick me cuenta que un día tomó una fotografía del primer ministro en un evento y se la envió con una carta pidiéndole ayuda. Me sorprendió con ello ya que me imaginé a mí mismo tratando de llamar la atención del presidente de Estados Unidos con una solicitud tan audaz como esa. Pero Jamaica es un país más pequeño y el primer ministro se encargó que Patrick se trasladara a Nueva York para aprender el oficio de reparación de sillas de ruedas.


En el caso de Patrick, la ciudad de Nueva York fue lo que lo sorprendió. Allí se encontró con un transporte público accesible, ascensores y rampas en las amplias veredas. Cuando le pregunto, admite que pensó en quedarse en Estados Unidos, pero consideró que era más importante regresar a Jamaica y ayudar a las personas con discapacidad que usan sillas de ruedas en Kingston y sus alrededores. “Les muestro que no tienen que salir a mendigar”, me dice. “Si logras eso, puedes hacer muchas cosas por ti mismo”. Más tarde, en mi habitación del hotel, que cuenta con aire acondicionado, me acosté en mi enorme cama y me pregunté si yo habría sido tan altruista.

Al día siguiente, Patrick y yo nos dirigimos a un mercado local para comprar comida para la cena. Tan pronto como salgo de la camioneta, me encuentro con gravilla en el suelo y lo que podría describirse como pequeños cráteres provocados por el tráfico vehicular. Es como una superficie lunar en miniatura afectada por la luz del sol, las ruedas de los vehículos y la falta de mantención. Me pongo en guardia al instante, porque si el reposapiés de mi silla se atora en algo me iré de cabeza sobre un montón de escombros.

Patrick ha optado por un escúter motorizado, que es un poco más fácil de manejar que mi silla manual, pero ninguno de nosotros puede moverse en línea recta. Estamos buscando constantemente el mejor camino por delante, como los veleros en una regata. Mi colega Peter tiene que bajar su cámara y ayudarme a subir y bajar los pronunciados bordillos. En ocasiones, tenemos que compartir la calle con los autos que conducen a la izquierda, algo esperable en una antigua colonia británica, pero estoy cada vez más desorientado y nervioso. Debido a que no puedo producir sudor, mi temperatura interna ha subido rápidamente en este entorno de 88 grados de calor. Incluso la cámara amarrada a mi silla de ruedas se ha sobrecalentado.

“Algunos de los lugares en los que hemos estado no son lo suficientemente accesibles para sillas de ruedas”, me explica Patrick con su cadencia jamaicana. “Las cosas son mucho mejores para las personas con discapacidad si están organizadas . Así es más fácil desplazarse. Aquí no tenemos autobuses con rampa que te lleven a cualquier lugar que quieras ir”.

Este breve viaje me ha hecho entender realmente lo difícil que es para las personas en muchos países en desarrollo dirigirse de un punto A a un punto B. Afortunadamente, Jamaica ha aprobado leyes que en un futuro cercano harán la ciudad más accesible.  Pero por ahora, Kingston se parece mucho a las ciudades de todo el mundo, donde los ciudadanos pobres que sufren alguna discapacidad están recluidos principalmente en sus hogares porque no hay manera de desplazarse con seguridad. Además, se estima que el 80 % de las personas con discapacidad en los países en desarrollo vive en zonas rurales donde la accesibilidad es aún más difícil  que en las ciudades.

Habíamos planeado continuar y jugar un poco de baloncesto con algunos de los amigos de Patrick en la tarde, pero después de solo dos horas en la calle me siento agotado. Incluso un poco de agua de coco refrescante no logra reanimarme. Así que regreso al hotel para descansar y pensar un poco.

Hay tantas cosas que tienes que tener en cuenta cuando te mueves en una silla de ruedas. ¿Cómo me aseguraré de no tener calor o frío? ¿Habrá escaleras? ¿Habrá un lugar para orinar? (porque ir rebotando escaleras abajo con la vejiga llena no es nada divertido). Si me voy a trasladar de noche, la planificación es aún más importante: necesito reflectores o un chaleco para asegurarme que los vehículos me vean. Cuando regrese a Estados Unidos, buscaré en Google Street View este lugar para revisar el terreno y planificar mi estrategia. Pero en Kingston aún no se puede hacer esto. Por lo demás, si hubiera visto de antemano lo que he encontrado quizás me hubiera acobardado y permanecido en casa, lo que no es una buena actitud cuando uno quiere lograr una meta. Realmente entiendo ahora en un nivel instintivo qué significa ser una persona con discapacidad en una ciudad maravillosa, pero caótica y sin el apoyo que necesito.

El último día nos detenemos frente a una vista panorámica para que Peter pueda tomar algunas fotos de Kingston mientras converso con nuestro conductor Dereck. En ese momento me entero que él compró la única camioneta de alquiler con rampa para sillas de ruedas, que hay en el país, cuando su madre fue diagnosticada con una enfermedad degenerativa. Está buscando un préstamo para aumentar sus servicios porque hay una enorme demanda de transporte para personas con discapacidad. Me pone muy contento conocer sus planes, ya que promover soluciones originadas en el sector privado es una parte importante de la misión del Banco Mundial.

Me gustaría decir que tuve una cena muy relajada y significativa con Patrick al final de nuestra visita. El pescado frito estaba crujiente y olía divino. Pero es difícil disfrutar una comida con cámaras por todas partes y con un horario tan ajustado. Es hora de regresar a mi sala de edición en la ciudad de Washington y reunir todas estas experiencias, entrevistas y conversaciones en un video que tenga sentido. Como artista visual, mezclo en mi cabeza escenas de avatares extraños junto a mis nuevos amigos y experiencias en la vida real. Es un revoltijo ahora, pero sé que tengo algo importante que decir, y estoy deseoso de expresarlo.


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