Hace un tiempo, formé parte de una misión que debía visitar un nuevo hospital en Lesotho. Me advirtieron de antemano que el propósito de estas instalaciones era atender a las personas que sufren de tuberculosis (TB) multirresistente a los medicamentos, y conociendo la inmensa carga de coinfecciones de VIH y TB en el país, esperaba que el perfil demográfico de los pacientes fuera similar al del VIH: en su mayoría jóvenes y cada vez más mujeres.
Para lo que no estaba preparado era para encontrarme con dos familias enteras —jóvenes y viejos, hombres, mujeres y niños— confinados juntos en el futuro inmediato para ser observados por trabajadores de la salud mientras toman sus medicamentos diariamente.
Se trataba de familias de mineros, un grupo al cual Lesotho se está esforzando por llegar con mejor atención. La larga dependencia del país en la industria de explotación minera de Sudáfrica, que ha proporcionado trabajo a veces a hasta el 70% de los hombres en edad laboral, ha dejado un legado demoledor de enfermedades no visibles.
Ha permanecido oculto por varias razones. Mientras se ha sabido y se ha condenado por un siglo la incidencia desproporcionada de TB entre los mineros —un resultado de los riesgos combinados de peligros ocupacionales, malas condiciones de alojamiento y de la práctica de sexo sin protección—, no ha habido un verdadero esfuerzo coordinado para cuidar a quienes se enferman o para evitar que infecten a sus esposas y familiares. Los viajes migratorios regulares de muchos trabajadores, en que cruzan las fronteras, dificultan el buen cuidado clínico. Y cuando se agrega el problema de desarrollar sistemas de salud en países que exportan mano de obra, es fácil entender cómo esta enfermedad se propaga con tanta facilidad.
La minería es un sector de la economía crucial en la región de la Comunidad de Desarrollo de África Meridional (SADC, por sus siglas en inglés), de modo que abordar un problema de salud que tiene un impacto sustancial en la productividad del trabajador, y, en última instancia, en los ingresos, se ha convertido también en un acuciante tema económico regional. Respondiendo a las preocupaciones de los Estados miembros, especialmente Sudáfrica, Lesotho y Swazilandia, la SADC organizó una destacada reunión de consulta en Johannesburgo hace un par de semanas. El encuentro, que congregó a funcionarios de gobierno, empresas mineras, organizaciones de trabajadores, académicos, la sociedad civil y asociados en el desarrollo, fue el primer paso para encontrar una base común de modo que una amplia gama de grupos de interés, con amplio apoyo intersectorial, pudiera firmar una Declaración sobre la TB en el Sector Minero.
Impactantes historias de ex mineros infectados con TB, y el crudo hecho de que todavía carecen de atención adecuada, unieron al grupo en torno a la idea de que ahora es el momento de emprender una acción eficaz.
La reunión fue un importante primer paso en el proceso de enfrentar el legado histórico de la enfermedad y de atenuar el riesgo para la salud pública actual que representa la TB de los mineros. La siguiente medida de la SADC será llevar un avanzado borrador de declaración a los altos funcionarios y Ministros de Salud a una reunión ministerial en abril, que será seguida por una Cumbre de Jefes de Estado en agosto.
Con tal alto nivel de compromiso político regional, el tema finalmente está consiguiendo la atención que necesita. Como los mineros se mueven continuamente a través de las fronteras, solamente la acción regional coordinada —como la que une a los ministerios de Salud, Trabajo y Hacienda de los países que envían y reciben trabajadores con la industria, los sindicatos y la sociedad civil— detendrá a estas familias de mineros que deben hospitalizarse todos juntos, y lograr los resultados positivos que todos queremos ver.
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