Cómo enfrentar la crisis del aprendizaje: ¿qué pasaría si simplemente todos hicieran su trabajo?

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Jaime Saavedra, Director General del Grupo de Expertos en Educación del Grupo del Banco Mundial, acompañado por estudiantes durante una visita a una escuela en Santo Domingo, República Dominicana. World Bank/2018
Invertir más en el capital humano —es decir, invertir más en la gente— es crucial para el desarrollo. Esto se ha dicho tantas veces que suena casi como un cliché. Y en cierta medida, eso constituye una tragedia. Y es una tragedia porque, siendo una aseveración correcta, muchos gobiernos y sociedades no están haciendo lo suficiente al respecto. Si usted está enfermo y no lo sabe, es algo malo. Si lo sabe y no hace nada, es algo trágico. Cuando se trata de la educación en los países en desarrollo, sabemos que estamos enfermos, pero no estamos haciendo lo suficiente al respecto.

Sí, en la mayor parte de países más niños van a la escuela, y eso es muy bueno. Sin embargo, con frecuencia no están aprendiendo, o no están aprendiendo lo suficiente. Al examinar datos recientes, podemos ver que l a mitad de los niños en las escuelas primarias en los países en desarrollo no saben leer ni escribir una oración, y no pueden resolver una simple operación matemática de dos dígitos.  Por esta razón, en el Banco Mundial, sostenemos que estamos enfrentando una crisis mundial de aprendizajes.

Y eso es malo; pero no es malo de manera uniforme. Si usted es ministro de Educación en un país de Europa del Este, debería estar preocupado porque un 20 % de los estudiantes primarios no alcanza el nivel mínimo de competencia en matemáticas. Si es ministro en un país latinoamericano, enfrenta un problema sumamente serio, ya que ese porcentaje llega casi al 60 %. Y si es ministro de Educación en un país de África al Sur del Sahara, usted tiene un desafío enorme, porque la proporción de niños que no están aprendiendo asciende al casi 90 %.

Pero entonces al menos sabemos de nuestra enfermedad, ¿no es cierto? Bueno, solo hasta cierto grado. Dos tercios de los países tienen datos aceptables acerca del aprendizaje en matemáticas y comprensión de lectura. Un tercio de los países prácticamente no tiene información.  India, por ejemplo, no participa en las evaluaciones internacionales y solo tiene datos nacionales dispersos. Además, sabemos que el proceso de aprendizaje es mucho más que leer, escribir y hacer operaciones matemáticas. El aprendizaje abarca conocimientos de ciencia, historia y geografía, y competencias para la vida, como el pensamiento crítico, la creatividad, la perseverancia y la autoconciencia. En ese frente, no sabemos cuánto se está aprendiendo.

Pero, al menos ahora todos los niños están en la escuela, ¿verdad? Bueno, en realidad no. Más de 260 millones de niños en edad de asistir a la escuela primaria o secundaria (entre 6 y 17 años) aún no van a la escuela.  Las tasas de matrícula llegan a casi el 70 % en los establecimientos de educación secundaria, pero la deserción escolar es alta, particularmente entre las niñas. Solo el 50 % de los niños en edad preescolar tienen acceso a algún tipo de educación formal en la primera infancia. Y ese número ni siquiera llega a un 20 % en los países de ingreso bajo. Tenemos una crisis mundial del aprendizaje en la calidad de la educación, y además no hemos solucionado todavía el problema de la “cantidad”, ya que el acceso está lejos de ser universal.

¿Qué debemos hacer para abordar esta crisis del aprendizaje? En realidad, se podría lograr un avance enorme si cada uno en el sistema educativo simplemente hiciera su trabajo.  Es así de sencillo. Todos deben reconocer e interiorizar que su labor tiene un impacto directo y profundo en el aprendizaje de los estudiantes, y este debería ser el objetivo central de su trabajo.

Los pedagogos tienen que velar por que el currículo establezca claramente las competencias que los estudiantes deben adquirir a lo largo de su vida escolar. Dicho plan debe constituir una guía eficaz y útil para los maestros (y no convertirse en un directorio telefónico incomprensible, que nadie usa, como todavía ocurre en algunos países latinoamericanos). Los administradores necesitan asegurar que los insumos necesarios para el aprendizaje eficaz —desde los libros de texto y las sesiones de aprendizaje, hasta el pizarrón, la tablet y los software que ayudan a los estudiantes a aprender a su propio ritmo— estén a tiempo, y se encuentren disponibles para todas las escuelas.

Los profesores tienen que, para empezar, estar presentes en la escuela. Este no es el caso en muchos países de África al sur del Sahara, como Tanzanía, donde el ausentismo docente llega al 40 %. O en Sindh, Pakistán, donde hasta hace poco profesores que trabajaban en Dubái —entre otros lugares—aún recibían un sueldo en Sindh (un sistema de supervisión escolar solucionó este problema). Y cuando asisten a su trabajo, los profesores deben interiorizar que su labor en realidad no es enseñar (de manera pasiva), sino que su labor es asegurar que cada estudiante en el aula aprenda (como es el caso de los sistemas exitosos en Asia oriental). Y para que se produzca la magia del aprendizaje, los profesores deben ser seleccionados por sus méritos (como en Finlandia o Singapur) y recibir capacitación, orientación y feedback de manera constante a lo largo de sus carreras. Los directores deben ser seleccionados y formados para ser administradores de una institución tan compleja como es la escuela, y además deben ser líderes pedagógicos e institucionales que inspiren a su fuerza laboral, asegurando siempre de tener como el objetivo central de su trabajo, el asegurarse de que todos los alumnos de la escuela aprendan.

Como la atención se debe centrar en el aprendizaje, los únicos criterios para seleccionar y promover a los maestros tienen que relacionarse con cuán eficaces son en lograr tal objetivo (esto suena obvio, pero no está ocurriendo en los sistemas educacionales en que los ascensos se vinculan principalmente con la antigüedad en el cargo). Por su parte, los directores deben ser evaluados según su capacidad de gestionar la institución con eficacia (lo que también parece obvio, pero no es el caso cuando ellos son designados por motivos políticos y, si son ineficientes, no se les puede destituir). Y dado que, en cualquier país, el “servicio” de la educación se debe entregar diariamente, en miles de escuelas, con decenas de miles de profesores y para millones de estudiantes —como un vasto conglomerado con miles de puntos de servicio—, tiene que existir un compromiso institucional de dotar al sistema educativo con una burocracia altamente calificada que lo administre.

Es posible lograr un enorme progreso si todos los actores del sistema educativo simplemente hacen su trabajo, y se dan cuenta de que su trabajo tiene que estar dedicado exclusivamente a que los niños aprendan las habilidades que necesitan para llevar una vida feliz y productiva. ¿Es esto posible? ¡Claro que sí! Ha ocurrido, de hecho, en muchos países en los que las sociedades tomaron la decisión política de dedicar, con paciencia y perseverancia, los recursos financieros, humanos y de gestión a mejorar constantemente los aprendizajes.

En última instancia, todo se reduce a la arena política. Como me dijo hace unas semanas el alcalde de Sobral, un pequeño municipio pobre en el estado de Ceará (en el noroeste de Brasil) que avanzó del puesto 1.335 al primer lugar en la clasificación de resultados de aprendizaje en Brasil: “Hace 15 años, tomamos la decisión política de mantener la política fuera de la escuela, y todos los actores del sistema educativo están aquí para asegurarse que los niños aprendan, lo que significa que están simplemente haciendo su trabajo”.

Autores

Jaime Saavedra

Director de Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe del Banco Mundial

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