Cambiando mentalidades

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Hace casi 100 años Virginia Woolf publicó su ensayo “Una Habitación Propia”. Decía que para tener las mismas oportunidades que los hombres, las mujeres necesitan igual derecho a recibir una educación, una fuente de ingresos, y … una habitación propia. Ella se pregunta qué hubiera pasado si Shakespeare hubiera tenido una hermana de similar talento. Su respuesta: “una niña de considerable talento que hubiese tratado de dar uso de su arte para escribir poesía [en el siglo dieciséis] hubiera sido tan atacada y obstaculizada por otras personas, tan torturada y venida a menos (…) que hubiera, con certeza, perdido su salud y sanidad”. Esto es probablemente cierto.

La educación es un catalizador y una base para el disfrute de otros derechos. Una niña que ha recibido educación podrá luego acceder a mejores servicios de salud, obtener un mejor trabajo, y ganar un mejor salario. No se casará muy joven, tendrá menos hijos (o no los tendrá si no lo desea), tendrá más poder de decisión en su hogar, y es menos probable que sufra de violencia por parte de su pareja. Todos estos beneficios que emanan de la educación, benefician a su vez a hogares, comunidades y países. Si las mujeres ganaran el mismo salario que los hombres al desempeñar el mismo trabajo, los países podrían incrementar su capital humano y el total de riqueza generada substancialmente. La pérdida en riqueza de capital humano generada por la inequidad de género se calcula en $160 trillones de dólares.

No se puede negar que ha habido progresos, ahora vivimos en un mundo en el que 9 de 10 niñas completa la escuela primaria, y en el que tres de cada cuatro completa los primeros años de secundaria. No obstante, el acceso a la educación todavía elude a 130 millones de niñas entre las edades de 6 a 17 años. De acuerdo a un reciente informe de UNICEF, una en tres niñas adolescentes (10 a 19 años) proveniente de los hogares más humildes nunca ha pisado  un salón de clases.

¿Por qué hay tantas niñas que no están en un aula?

La pobreza, y la marginalización (por origen étnico, idioma materno, y discapacidades) es todavía el obstáculo más importante para que las niñas puedan acceder a las aulas. Muchas veces no existen escuelas cercanas a sus hogares, y muchas veces no hay transporte publico seguro. Además, está la violencia, especialmente la violencia de género, en la escuela o en camino a ella. Las niñas son más propensas a experimentar violencia en la escuela en la forma de bullying, violencia sexual, y acoso. A lo largo de su vida, una de diez mujeres en el mundo, menor de 20 años, ha experimentado violencia sexual. Esto es 120 millones de niñas. Si la escuela no es un lugar seguro, que permita aprender en paz, que desarrolle la confianza en sí misma, cualquier otro esfuerzo para mejorar la calidad de la enseñanza será irrelevante. Una niña que ha sufrido violencia sexual sufrirá de depresión o ansiedad. En muchos casos, ella no sabrá que “no es su culpa”, o que ese tipo de maltrato es inaceptable. Aprender dejará de tener importancia. Y eventualmente, dejará la escuela. Los niños, aunque no exentos de sufrir de todo tipo de violencia, son más propensos a recibir castigos físicos y bullying.

El embarazo precoz y el matrimonio de niñas y adolescentes -en realidad, una forma institucionalizada de violencia, también llevan a que las niñas dejen de estudiar. Cada día alrededor de 41,000 niñas de menos de 18 años se casan, interrumpiendo su educación y las oportunidades de alcanzar un mejor futuro. En muchos países, a las adolescentes embarazadas no se les permite asistir a la escuela o encuentran muy difícil continuar sus estudios. Estudiantes embarazadas enfrentan altas sanciones sociales y pueden ser estigmatizadas por sus pares y familia. Sus oportunidades en la vida, probablemente, se desvanecen poco a poco.

Subyacente a todo esto  están además las normas (y prácticas) sociales discriminatorias, que asignan menos valor a la educación de niñas que a la de los niños.  Comúnmente a las niñas se les asignan más labores en el hogar que a los niños, su costo de oportunidad en el hogar es mayor, por tanto, las familias tienden a ver más beneficioso mantenerlas en el hogar y no en la escuela. Pero ¿por qué se les asigna ese rol prioritario en el hogar? Porque lo mismo le pasó a sus madres y lo mismo les pasó a sus abuelas. Es una norma social.  Es algo que eligen las sociedades. 

En el siglo XXI, en un mundo en el que el aprendizaje permanente es ahora tarea de por vida, y en dónde la mayor parte de la adquisición de experiencia y competencias ocurre en el ambiente laboral, las mujeres enfrentan discriminación a nivel institucional. Ganan menos que un hombre cuando ocupan el mismo puesto de trabajo. Ellas enfrentan, además, presiones de sus empleadores para no embarazarse, y si optan por tener hijos, la sociedad espera que ellas se encarguen del trabajo en el hogar (no remunerado) y el cuidado de los hijos adicionalmente a su trabajo.

¿Qué podemos hacer?

Para lograr la igualdad real de oportunidades, debemos cambiar paradigmas culturales y afrontar las barreras a la educación de las niñas de manera holística. Las escuelas deber ser, en primer lugar, un lugar seguro para las niñas, en el cual ellas puedan reconocer y alcanzar su potencial. Esto requiere un trabajo conjunto de hogares, gobiernos, comunidades, y escuelas: programas como transferencias monetarias condicionadas que facilitan la asistencia de niñas a la escuela; educar a docentes, familias, niños, y niñas sobre equidad de género, y un currículo que permita que niños y niñas aprendan que tienen los mismos derechos, deberes y oportunidades.

Un proyecto del Banco Mundial en el Sahel (Benin, Burkina Faso, Chad, Costa de Marfil, Mali, Mauritania y Niger) incluye intervenciones en para mantener a las niñas en la escuela usando transferencias monetarias, bicicletas y buses seguros para transportar a la escuela a las niñas que viven en zonas alejadas, almuerzos escolares y servicios de consejería.  Pero este proyecto también incluye una “Escuela para Esposos y Futuros Esposos” donde hombres y niños pueden aprender sobre equidad de género, como prevenir la violencia de género, y sobre mejor salud reproductiva. Este componente es crucial pues enfrenta la violencia no solo a través de legislación y políticas -que son también importantes- sino a través del cambio de mentalidades.  

Y son las mentalidades las que deben cambiar. En niños y niñas, en hombres y mujeres. Y el cambio de mentalidades y comportamientos comienza en la escuela. En realidad, no, comienza en el hogar. Comienza con lo que los niños y niñas escuchan decir a sus padres, o lo que escuchan en la televisión. Mentalidades que comprenden que cualquier ocupación puede ser realizada por hombres y mujeres sin distinción. Mentalidades que internalizan que la ventaja de la mayor fuerza física promedio de los hombres deviene en un vestigio evolutivo ahora irrelevante. Mentalidades que comprenden que las tareas domésticas pueden ser realizadas igualmente bien por un hombre o una mujer. Mentalidades que comprenden que las mujeres deberían decidir tener hijos o no sin sacrificar sus perspectivas de vida y carrera. Por ejemplo, en Islandia, el período compartido de licencia por paternidad y maternidad es el mismo, lo que envía un mensaje claro a los empleadores de que tanto los hombres como las mujeres en edad reproductiva tienen el mismo “riesgo” de dejar el lugar de trabajo cuando tienen hijos.

Cambiar mentalidades depende de todos. Y todos gananamos,  mujeres y hombres. Necesitamos hacer todo lo posible para brindarles a las niñas y mujeres la educación que necesitan para desarrollar todo su potencial, y tener, como decía Virginia Woolf …"una habitación propia".


Autores

Jaime Saavedra

Director de Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe del Banco Mundial

Maria Barron

analista de investigación

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