Es hora de volver a aprender

Disponible en:
It has now been a year since schools started closing all around the world to try to contain the spread of COVID-19. It has now been a year since schools started closing all around the world to try to contain the spread of COVID-19.

Para la mayoría de los estudiantes, la pandemia del COVID-19 ha sido una tragedia de múltiples dimensiones. Con las escuelas cerradas, muchos niños perdieron acceso a un entorno relativamente seguro cuando el deterioro en las condiciones económicas en el hogar provocó un aumento del estrés y violencia doméstica. Para los 350 millones de los niños más pobres en el mundo, el cierre de escuelas también significó perder su comida principal del día. Dada la enorme brecha digital, la mayoría de los países intentaron diferentes formas de aprendizaje a distancia con plataformas que combinan métodos en línea con la televisión, la radio y la distribución de material didáctico. Pero ninguna aplicación, algoritmo o programa de televisión puede sustituir al profesor en el proceso de aprendizaje o a la interacción entre alumnos en el desarrollo de habilidades sociales. Las oportunidades de aprendizaje que ofrece la escuela a los niños de más bajos ingresos son quizás una de sus pocas opciones para salir de la pobreza. Al cerrar las escuelas, las sociedades también cerraron uno de los pocos canales de movilidad social.   

Pero el cierre de escuelas va más allá de la pérdida de aprendizajes básicos: hay cada vez más evidencia de los efectos que ha tenido sobre la ansiedad, la depresión y un daño considerable para la salud mental y el bienestar de los niños. El cierre de escuelas también se ha asociado a un aumento de las tasas de suicidio entre niños y adolescentes. Además, el cierre de escuelas reduce la participación laboral femenina y aumenta la brecha salarial entre hombres y mujeres.  

Hace un año que las escuelas empezaron a cerrar en todo el mundo para intentar contener la propagación del COVID-19. Al comienzo de la pandemia, cerrar las escuelas para proteger a niños, profesores y padres de un virus desconocido era lo correcto. Pero en el último año se ha generado suficiente evidencia para tomar una decisión más informada. Hay dos elementos que deberían estar en el centro de la toma de decisiones: los riesgos sanitarios asociados a la apertura de las escuelas versus los costos en términos de trayectorias educativas y aprendizajes de mantenerlas cerradas.

Intentamos resumir aquí lo que sabemos sobre estos dos factores. Mucha de la evidencia se ha generado en Europa y Estados Unidos, donde las escuelas se han reabierto con relativa rapidez tras los primeros episodios de cierre durante la primera ola de la pandemia.

Una primera preocupación relacionada con la reapertura de las escuelas es el riesgo potencial para la salud de los niños. Pero un estudio realizado por el Centro de Prevención y Control de Enfermedades en Europa muestra que la mayoría de las niñas y niños menores de 12 años que adquieren el COVID-19 no presentan síntomas y una proporción muy pequeña presenta síntomas graves. Una segunda preocupación son los riesgos para la salud de los profesores y el personal escolar. Un estudio reciente con datos para el Reino Unido encontró que, controlando la edad, el sexo, las condiciones de salud subyacentes y el número de adultos en el hogar, los profesores de primaria no tenían tasas de infección y mortalidad más altas que la población general, lo que sugiere que los profesores no corren un mayor riesgo. Una tercera preocupación se refiere al papel que podrían tener los niños y las escuelas en la propagación del virus más allá de las instalaciones escolares. Las pruebas existentes muestran que la tasa de transmisión del virus por parte de los niños, entre ellos y a los adultos, es significativamente menor que las tasas de transmisión entre los adultos, por lo que las escuelas no parecen ser el súper propagador como se temía en un principio. Los datos de Estados Unidos, España y Alemania demuestran que la reapertura de las escuelas no estuvo asociada a un aumento en la tasa de infección en estos países. Un cuarto argumento en contra de la reapertura de escuelas es que los niños pueden llevar el virus a casa y poner en riesgo a los adultos mayores que los que cohabitan. Sin embargo, un estudio que incluyó a 12 millones de adultos de 65 años o más que vivían con y sin niños en el Reino Unido, no encontró diferencias significativas en las tasas de infección y en las hospitalizaciones y muertes relacionadas con el COVID-19 entre los dos grupos. La evidencia generada en países de alto ingreso, indica que los riesgos para la salud asociados a la apertura de escuelas son menores que los que se percibían cuando comenzó la pandemia, y ciertamente menores a los riesgos sanitarios asociados a la apertura de restaurantes, bares, mercados y otros espacios que, en muchos países abrieron antes que las escuelas.

Durante este último año, también se ha generado mucha información sobre las pérdidas de aprendizaje causadas por la falta de clases presenciales. Los primeros modelos teóricos y simulaciones sugieren pérdidas importantes, sobre todo entre los alumnos de menores ingresos.  El Banco Mundial estima que, en los países en vías de desarrollo, el porcentaje de niños que no saben leer a los 10 años (el indicador de pobreza de aprendizaje del Banco Mundial) aumentará en 10 puntos, pasando del 53% antes de la pandemia al 63%. Las estimaciones realizadas a partir de pruebas estandarizadas aplicadas después del cierre de escuelas corroboran el impacto negativo sobre los aprendizajes. Los alumnos de primaria en Bélgica, Reino Unido y Países Bajos muestran resultados de aprendizaje significativamente inferiores a los de generaciones anteriores, y este efecto es significativamente mayor entre alumnos de bajos ingresos. La pérdida de aprendizaje se produce tras sólo unos meses de cierre de las escuelas inclusive en países desarrollados en donde la mayoría de los estudiantes tienen acceso a un dispositivo con conexión a internet. No hay razón para creer que haya ocurrido algo mágico en entornos en los que el cierre de escuelas ha sido más prolongado (como en América Latina o el sur de Asia, véase la figura 1), sin conectividad, y con niños que pasan, cuando mucho, unas horas a la semana siguiendo una clase por televisión.

 

Figura 1: Número de días de clase por estado de apertura en países seleccionados

Image
Notes: the period covered goes from March 11, 2020 to February 2, 2021. The data source and opening status definitions corresponds to those of UNICEF.

Notas: Rojo: Días totalmente cerrados, Naranja: Días parcialmente cerrados, Verde: Días totalmente abiertos. El período cubierto va del 11 de marzo de 2020 al 2 de febrero de 2021. La fuente de datos y las definiciones del estado de apertura corresponden a las de UNICEF. 

 

La pérdida de aprendizaje, incluso en países ricos, no debería sorprender a quienes han seguido el debate sobre el efecto de las tecnologías de la información en educación. A pesar de los grandes avances, no hay ninguna tecnología que pueda igualar la capacidad de los profesores para generar aprendizajes entre los alumnos. La tecnología de la información es sólo un complemento, no un sustituto, del proceso de enseñanza convencional, especialmente entre los alumnos de preescolar y primaria. La importancia de los profesores y el reconocimiento de que la educación y el proceso de aprendizaje son esencialmente el resultado de la interacción humana es ahora más claro.

La pandemia ha puesto de manifiesto la importancia de crear sistemas educativos resilientes, preparados para la próxima pandemia e interrupciones de la enseñanza causadas por catástrofes naturales -como terremotos, inundaciones, monzones- o por conflictos. La mayoría de los estudiantes que viven en hogares en condición de pobreza -aproximadamente el 80% en los países de bajo ingreso y el 50% en países ingreso medio-- no tienen las condiciones mínimas para aprender en casa. No tienen acceso a Internet y, la mayoría de las veces, sus padres o tutores no tienen el nivel de escolaridad necesario ni el tiempo para ayudarles en su proceso de aprendizaje. Hay que cerrar la brecha digital y proveer conectividad a los hogares pobres. Pero la continuidad del aprendizaje cuando las escuelas están cerradas requiere la presencia de un adulto, padre, tutor o trabajador comunitario que asista al estudiante durante el proceso de aprendizaje. La reconstrucción de los sistemas educativos requerirá invertir en proporcionar a los estudiantes desfavorecidos las condiciones mínimas para aprender en casa.

¿Disyuntivas falsas?

Algunos podrían afirmar que los argumentos que hemos presentado hasta ahora son inválidos, inclusive inmorales, ya que, si bien es cierto que se pierde aprendizaje al mantener las escuelas cerradas, lo que se gana son vidas. Sin embargo, la educación también consiste en salvar vidas, aunque de forma menos evidente. La relación entre COVID-19 y una posible pérdida de vidas es evidente, inmediata y muy visible, mientras que las vidas que se pierden por el cierre de las escuelas dependen de efectos indirectos, que suelen producirse a largo plazo. La escolarización y el aprendizaje están relacionados con la salud, el matrimonio infantil, el embarazo precoz y la esperanza de vida. El cierre de escuelas hoy en día reduce el aprendizaje y las trayectorias educativas, especialmente para los más pobres, lo que reduce sus ingresos futuros, su salud y su esperanza de vida. Aunque la relación entre el aprendizaje y la esperanza de vida no es fácil de observar y, por tanto, es difícil de interiorizar, abrir las escuelas también salva vidas: las vidas futuras de los hoy niños que viven en pobreza.

¿Qué debemos hacer?

El primer paso es aceptar que, a pesar de los encomiables esfuerzos realizados por las autoridades educativas de todo el mundo para poner en marcha diversos programas e iniciativas de aprendizaje a distancia, hay pérdida de aprendizajes causada por el cierre de escuelas. Algunos podrían interpretar esto como un fracaso de los programas de aprendizaje a distancia implementados a lo largo de 2020. Si bien en algunos casos los programas de educación a distancia no se implementaron correctamente, en su gran mayoría fueron la mejor respuesta posible dadas las limitadas condiciones sociales, tecnológicas e institucionales en las que se encontraban. Incluso antes de la pandemia, más de la mitad de los estudiantes de los países en desarrollo no alcanzaban el nivel mínimo de aprendizajes. Por lo tanto, reconocer las enormes pérdidas de aprendizaje no implica un fracaso de las estrategias de aprendizaje a distancia implementadas en 2020, sino que son, de hecho, el resultado de muchos años de inversión insuficiente en educación y de una falta de visión para crear sistemas educativos más resilientes. Es cierto que poca gente predijo una pandemia, y menos aún pensó en establecer un sistema educativo en el que los procesos de aprendizaje fueran menos vulnerables a las interrupciones escolares. En consecuencia, no se trabajó en cerrar la brecha digital, y las escuelas, las familias y las comunidades no estaban preparadas para manejar eficazmente las actividades de enseñanza remota. El debate debe centrarse ahora en cómo minimizar el impacto de la pandemia en el aprendizaje de los estudiantes pobres que vieron interrumpido su proceso de aprendizaje formal desde marzo del año pasado.

A medida que las condiciones sanitarias empiezan a mejorar, la apertura de las escuelas, en particular los que atienden a alumnos pobres, debería ser la prioridad, sólo por debajo de los establecimientos de servicios sanitarios y de distribución de alimentos. Si abren al menos dos o tres días a la semana, aunque sea durante unas horas, con una fracción de los alumnos cada día, guardando el distanciamiento social, con recursos higiénicos adecuados (agua, jabón y cubrebocas), con una interacción controlada con los adultos, los riesgos sanitarios pueden contenerse en gran medida, y el aprendizaje puede empezar a recuperarse.

Cuando se abran, las escuelas necesitarán aplicar un plan de recuperación del aprendizaje cuyo punto de partida es una prueba diagnóstica para identificar el nivel con el que regresan los alumnos. Para mejorar el aprendizaje de los alumnos con rezago se pueden implementar tutorías las cuales han demostrado su efectividad en distintos contextos. Las tutorías deben realizarse en grupos pequeños, centrarse en las habilidades básicas (matemáticas y lengua) y ajustar la instrucción al nivel de competencias de cada alumno, es decir, enseñar al nivel adecuado. Este apoyo adicional a los estudiantes no es barato, por lo que los países deben ser realistas, se necesitan más recursos. Desgraciadamente, cerca de dos tercios de los países de bajos ingresos están reduciendo sus presupuestos educativos, mientras que muchos países ricos hacen exactamente lo contrario. El Reino Unido ha aprobado recientemente una ampliación del presupuesto de educación para financiar, entre otras cosas, un programa nacional de tutoría, y en Estados Unidos se está debatiendo la "Ley de recuperación del aprendizaje" para proporcionar a las escuelas recursos adicionales para financiar acciones para identificar y apoyar a los alumnos en riesgo de abandono escolar y ayudar a las escuelas a diagnosticar y cerrar las brechas de aprendizaje. Además, los calendarios escolares pueden adaptarse para maximizar el tiempo de aprendizaje, y los planes de estudio deben simplificarse para justificar la concentración en menos asignaturas.    

Al mantener las escuelas cerradas y suponer que el aprendizaje a distancia es un buen sustituto del aprendizaje presencial, estamos trasladando el costo de esta decisión a los niños más pobres, quienes tendrán menos aprendizajes hoy y menos bienestar mañana. Lo que está claro es que hay que desarrollar, cuanto antes, planes de recuperación del aprendizaje con estrategias eficaces y financiamiento suficiente para su implementación. Si no se llevan a cabo las acciones necesarias para recuperar los aprendizajes de los niños pobres, sólo se conseguirá que los costos de la pandemia se manifiesten, en mayor pobreza y desigualdad, durante varias generaciones.

 


Autores

Rafael de Hoyos

Jefe de programa, Desarrollo Humano en la Unión Europea, Banco Mundial

Jaime Saavedra

Director de Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe del Banco Mundial

Únase a la conversación

Este contenido no se mostrará públicamente
Caracteres restantes: 1000