La escuela – el “gran igualador” que desapareció

Les enseignants devront répondre aux besoins uniques et aux différents niveaux d'apprentissage de leurs élèves. Crédit photo : Shutterstock Los maestros tendrán que abordar las necesidades particulares y los distintos niveles de aprendizaje de sus alumnos. Crédito de la foto: Shutterstock

La pandemia del COVID-19 ha puesto de cabeza el mundo de la educación. Estamos siendo testigos de una gigantesca interrupción en las vidas de millones de estudiantes, maestros, directores de escuela y padres de familia. Los draconianos cierres de escuelas empezaron en marzo de 2020 y mientras que algunos duraron 4 o 5 meses, otros – demasiados – duraron casi dos años.

Enormes impactos negativos en los estudiantes

La escuela como espacio de interacción social desapareció de las vidas de millones de niños y jóvenes, en particular, de los niños de cuatro y cinco años que iban a aprender habilidades fundamentales de socialización. Nunca volverán a tener cinco años, de modo que el aprendizaje perdido jamás será recuperado. Desde los textos de Jim Heckman, es ampliamente reconocido que las inversiones que generan mayores beneficios privados y sociales son aquellas realizadas en la primera infancia, y esas inversiones se convirtieron en cero, literalmente, no metafóricamente. La escuela como espacio social también desapareció para los niños y jóvenes de primaria y secundaria, que no olvidarán nunca el aislamiento en el que tuvieron que vivir. Hemos aprendido a golpes que la educación, en esencia, se trata de interacción humana. Los buenos maestros estimulan la creatividad, la curiosidad y el deseo de aprender. ¿Se puede lograr eso de manera remota? Quizás, si tenemos una buena conexión a internet –algo que 1,300 millones de niños en edad escolar no tienen en casa. Pero aun así, es imposible lograrlo exclusivamente a través del aprendizaje a distancia. La magia del aprendizaje que se da a través de la interacción entre maestros y estudiantes ha desaparecido.   

El cierre de escuelas fue una decisión de políticas públicas que se tomó a comienzos de 2020, cuando navegábamos por un mar de ignorancia. Nadie sabía si el cierre de escuelas sería útil para luchar contra la pandemia. La evidencia está empezando a aparecer que sugiere que podría no haber ayudado en absoluto en la lucha contra la pandemia. En el mejor de los casos, los beneficios han sido muy pequeños. Por otro lado, casi nadie consideró los costos plenamente. Las escuelas sencillamente tenían que cerrar y ya más adelante decidiríamos qué hacer.

Experiencias diversas con el aprendizaje a distancia

Cuando los colegios cerraron, los países empezaron a decidir qué hacer y aparecieron diversas formas de aprendizaje a distancia en casi todos lados. Existen algunas historias de éxito. En Gujarat, India, se establecieron centros de apoyo digital de última generación para las escuelas, aprovechando el uso extensivo del análisis de macrodatos. Mostraron una respuesta rápida distribuyendo material e implementando una educación a distancia personalizada y adaptada a las necesidades de aprendizaje de cada estudiante. En el Estado de Edo, en Nigeria, se implementó un aprendizaje a distancia basado en dispositivos móviles, con un conjunto de lecciones interactivas, paquetes de autoaprendizaje y un sólido apoyo tanto para maestros como para padres, así como materiales para aquellos alumnos sin acceso a recursos digitales. El cambio inesperado al aprendizaje a distancia impulsó las innovaciones, ofreciendo valiosas lecciones para la integración de la tecnología en la educación después de la pandemia. A pesar de estos loables esfuerzos de continuar con el aprendizaje, en general las tasas de conectividad a internet fueron muy bajas y la efectividad de los esfuerzos de la radio y la televisión, muy limitados. La ineficacia del aprendizaje a distancia se volvió particularmente alarmante a medida que los cierres de escuelas empezaron a medirse ya no en semanas, sino en meses y años. 

Incluso los países con la tecnología, la conectividad y los recursos adecuados entendieron que la educación presencial es fundamental. Los países mejor preparados fueron los que más rápido reabrieron las escuelas, incluso antes de que se avizorara una vacuna. Uruguay ha sido, sin duda, el país mejor preparado para el aprendizaje a distancia en América Latina. Durante los últimos diez años, ha invertido en mejorar la infraestructura y el contenido digital, así como la capacidad de los maestros. Es cierto que esto fue hecho con la idea de complementar la educación presencial; aun así, las inversiones hicieron que el país estuviera mejor preparado para el cambio a la educación virtual. Con todo, Uruguay fue el primer país de América Latina en empezar a reabrir las escuelas. Hacerlo fue difícil, pero la reapertura era una prioridad política del gobierno. Los países nórdicos, con una conectividad de banda ancha prácticamente total y mejor preparados tecnológicamente a nivel de educación que la mayoría, reabrieron rápidamente, con algunas escuelas adoptando un modelo híbrido. Inicialmente, no todos los estudiantes volvieron a clases, pero había un fuerte sentido de urgencia. Es más, a lo largo de la pandemia, Suecia nunca cerró sus escuelas para los niños por debajo del décimo grado, planteando la siguiente pregunta: ¿Existe evidencia que sostenga que el cierre de escuelas ayuda? Si no la hay, ¿por qué deberían ser los niños los que asuman los costos?

En otras partes del mundo, los gobiernos han tomado la dirección contraria. De Uganda a Perú, de Bangladesh a Filipinas, los cierres de escuelas han sido extremadamente largos. Uganda reabrió finalmente las escuelas en enero de 2022. Bangladesh, que justo estaba en proceso de hacerlo, está volviendo a cerrar debido al Omicron. Filipinas reabrió solo el 1% de escuelas para noviembre de 2021. El Perú todavía está esperando hasta marzo de 2022, el comienzo de un año escolar normal, como si estos fueran tiempos normales. En general, Asia del Sur, América Latina y el Medio Oriente están mostrando una pérdida, en promedio, de más de 260 días lectivos. Y esta cifra continúa creciendo mientras las reaperturas siguen pendientes en muchos países.

Los costos enormes y desiguales de cerrar escuelas

Las escuelas deben reabrir y permanecer abiertas. A casi dos años de la pandemia, la evidencia es innegable – existe muy poco o ningún beneficio en mantener las escuelas cerradas. Pero los costos siguen aumentando. 

Primero, es posible que los niños no vuelvan a la escuela, lo que podría frustrar toda su trayectoria educativa. A medida que las escuelas reabren, existe el temor de que muchos estudiantes no vuelvan. Muchos estudiantes, en particular aquellos en edad de asistir a la escuela secundaria, desconectados de la experiencia educativa por casi dos años, podrían estar ahora trabajando y es posible que hayan perdido por completo su conexión con la comunidad educativa. Es necesario desarrollar fuertes campañas de comunicación, identificar a los estudiantes vulnerables y ampliar los programas de transferencias monetarias para recuperar a estos jóvenes y lograr que vuelvan a la escuela.

Segundo, la pobreza de aprendizaje está aumentando. No todos los sistemas escolares antes de la pandemia generaban aprendizaje. Estaban dejando a más de la mitad de los niños de diez años de países de ingresos medios y bajos en una situación de pobreza de aprendizaje, es decir, incapaces de leer y comprender una historia simple. Con la pérdida añadida debido al cierre de escuelas y la evidencia del poco impacto del aprendizaje a distancia se prevé que, a menos que los sistemas escolares reaccionen de manera agresiva, la cifra de pobreza de aprendizaje podría llegar al 70%. Es más, existen nuevos datos para sistemas como São Paulo (Brasil), Karnataka (India) y Sudáfrica que corroboran que las pérdidas son reales, son grandes y son desiguales.

Tercero, de la misma manera en que la pandemia ha aumentado la desigualdad entre los países, dado que algunos han pasado por cierres de escuelas mucho más largos que otros, la desigualdad también se ha incrementado drásticamente al interior de cada país. La escuela como espacio de igualdad de oportunidades, como espacio donde se creaba un terreno de juego equilibrado para niños de diversos contextos sociales, ha dejado de existir. En casa, cada niño vivió la pandemia a su manera. Los niños con mayores recursos, con conexión a internet, computadora, libros, un espacio donde trabajar, un buen entorno familiar y el apoyo de sus padres tuvieron una experiencia educativa imperfecta, pero razonable. Sin embargo, la mayoría de niños no obtuvo prácticamente nada. La tecnología, que tiene el potencial de ser el gran igualador en la educación, se convirtió en un gran separador durante la pandemia. 

La recuperación requerirá más que una simple reapertura de escuelas. Las escuelas deben ser transformadas. Y la transformación significa cambiar la mentalidad de las autoridades, administradores, maestros y directores. Las experiencias del aprendizaje en casa durante los cierres han sido distintas para cada niño, y los maestros tendrán que abordar las necesidades particulares y los diferentes niveles de aprendizaje. Tendrán que enfocarse en enseñar habilidades fundacionales, brindar apoyo socioemocional y lograr que el aprendizaje sea más eficiente. 

La desigualdad podría aumentar incluso más si no invertimos agresivamente en campañas para lograr que todos los niños vuelvan a la escuela y si no les damos el apoyo y estímulo adecuados en el aula. La tecnología digital puede ser una gran aliada. Tiene el potencial de acelerar el aprendizaje si se complementa con una conectividad masiva a internet, equipos para todos y, más importante aún, la infraestructura humana – capacitación para profesores, habilidades digitales para estudiantes y apoyo parental. Durante la pandemia ha surgido un ecosistema dinámico y diverso de colaboradores que han promovido la aparición de innovaciones pedagógicas en base a tecnología y herramientas de aprendizaje a distancia. Pero el riesgo es que este dinamismo mejore la provisión educativa solo en el caso de aquellos que ya han adoptado la tecnología. 

El camino a seguir

Nos encontramos en una coyuntura crítica, donde se ha abierto una amplia ventana de oportunidades para mejorar los sistemas educativos. Pero si esta transformación no se da, corremos el riesgo de que algunos sistemas escolares, o algunas escuelas dentro de un sistema, se adapten a los desafíos y aceleren el aprendizaje mientras otras queden rezagadas. Evitar caminos divergentes y garantizar que todos los niños reciban el apoyo que necesitan hoy requiere un fuerte compromiso político y un liderazgo sólido y sabio de parte de todos los países. Transformar la educación no es fácil. De hecho, es uno de los retos de política social más difíciles que se pueda imaginar.

La situación de aprendizajes bajos y desiguales que ya existía antes de la pandemia era moralmente inaceptable; la situación actual es incluso más intolerable. Los estudiantes son las víctimas silenciosas de la pandemia. Se requiere con urgencia adoptar medidas inmediatas para priorizar la recuperación del aprendizaje para todos los niños. Si no actuamos ahora, muy pronto veremos que el mayor impacto de la pandemia terminó siendo un golpe devastador para el futuro de esta generación. 

Para mayor información sobre nuestra respuesta ante el COVID 19: https://www.worldbank.org/en/topic/education/coronavirus

 


Autores

Jaime Saavedra

Director de Desarrollo Humano para América Latina y el Caribe del Banco Mundial

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