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A medida que sube el precio de los alimentos -por tercera vez en cinco años- también aumenta la inquietud en torno a la seguridad alimentaria. Desde el saque nos surgen tres preguntas: ¿Por qué ocurre esto? ¿Cómo afecta a América latina y el Caribe? ¿Qué deberíamos hacer al respecto?
Vamos a la primera pregunta. Tratemos de identificar la causa detrás de estos altos precios y su impacto sobre la seguridad alimentaria.
La actual sequía en los EE. UU es la peor en más de 50 años. El Departamento de Agricultura (USDA) indicó en julio que apenas el 31 por ciento de la cosecha de maíz se encontraba en un estado de bueno a excelente. La soja se enfrenta a una situación similar, dado que los pronósticos climáticos ofrecen pocas posibilidades de que la situación se revierta. Asimismo, la situación de la cosecha de trigo europea — especialmente en Rusia y Kazajistán — también comienza a preocupar.
Como resultado, los precios a futuro de estos cereales han aumentando de manera sostenida y el mercado se ha vuelto aún más volátil. El precio del maíz superó y ha permanecido por encima de US$8/fanega (US$314,96/t) mientras que el precio del trigo alcanzó los US$9,50/fanega (US$349,04/t). Desde 2005, el mundo se enfrenta a un aumento dramático del precio de muchos productos agropecuarios básicos — la variabilidad en el precio internacional de los cereales se duplicó respecto a los precios anteriores a 2005. Al mismo tiempo, los precios al contado no aumentaron de igual forma.
Dado que muchos países afectados por la sequía son actores importantes en el mercado internacional de cereales, sus efectos se han sentido de manera intensa en todo el mundo, y en ningún lugar tanto como en los países importadores. Los consumidores pobres de países dependientes de las importaciones probablemente sean los más afectados, especialmente si los gobiernos tienen poca capacidad de ampliar sus redes de protección.
Esta es la tercera crisis de su tipo en cinco años, y si bien sus orígenes pueden variar, su creciente frecuencia no puede ser ignorada. La oferta de cereales en muchas regiones productoras de importancia mundial es cada vez más volátil. Y lo peor de todo es que la oferta no llega a satisfacer el alza en la demanda — resultado de un mayor consumo de proteína animal, producida con cereales forrajeros (lácteos, avícola, huevos, cerdo, carne vacuna), y de la demanda de biocombustible. Las reservas se encuentran en mínimos históricos y cualquier interrupción de la oferta genera olas en el mercado internacional de cereales.
Resumiendo, nos enfrentamos a una desconexión estructural — no incidental — entre la oferta y el crecimiento de la demanda.
¿Qué podemos hacer al respecto?
Esperemos poder coincidir en que lo apropiado no es esperar hasta que los problemas estructurales de largo plazo sean solucionados. Como dijo Keynes alguna vez, “a largo plazo estamos todos muertos.”
En vista de esto, proponemos lo siguiente:
A corto plazo, necesitamos un monitoreo detallado para comprender la trayectoria futura de los precios. Este no solo debe incluir los precios en los principales mercados internacionales, sino también su impacto en los consumidores y productores pobres. Podría haber diferencias considerables entre el precio que un productor obtiene o el que paga un consumidor, y los precios internacionales, especialmente en los países en desarrollo, debido a todo tipo de imperfecciones en el mercado (infraestructura deficiente, competencia incompleta, escasa transmisión de precios, etc.). Comprender mejor la crisis es crucial para poder proteger exitosamente a los más vulnerables — particularmente en las áreas urbanas — de los vaivenes significativos en los precios.
La información proveniente de Brasil, por ejemplo, muestra que un aumento de 10 por ciento en los precios de las materias primas agrícolas deriva en un aumento de 0,8 por ciento en el Índice de Precios del Consumidor (IPC). Y, como casi siempre, son los más pobres, aquellos que más gastan en comida, los más afectados.
La buena noticia es que actualmente los sistemas de protección social de América Latina proporcionan una base de cobertura a los más vulnerables mucho más efectiva que antaño. Pero se deben hacer algunas cosas para que estas redes de protección sean más eficientes.
Es imperativo evaluar la volatilidad en el precio de los alimentos y medir el impacto social y sobre la pobreza de estas crisis en tiempo real. Asimismo, la situación financiera de varios países de la región es menos favorable que hace algunos años, lo que significa que deberían ajustar sus programas sociales.
Pero lo más importante no siempre es lo más urgente.
Si no somos capaces de mejorar nuestra capacidad de producir alimentos, estas crisis se volverán cada vez más frecuentes, poniendo en peligro a las personas y agotando los recursos fiscales. El mundo necesita realizar inversiones de envergadura, y pronto, para incrementar su potencial productivo y reducir la vulnerabilidad de la producción, y al mismo tiempo mantener los flujos comerciales.
En todo esto, América Latina tiene un papel clave que jugar. Específicamente las acciones a tomar serían:
- Recultivo de tierras en barbecho allí donde sea posible.
- La intensificación cuidadosa de la producción (p. ej. mediante fertilizantes) también podría mejorar las cosechas.
- Ampliación de la agricultura por irrigación.
- Acelerar la adopción de tecnologías más modernas para mejorar los rindes promedio.
- Aumentar la investigación en tecnologías para mejorar la productividad.
No todas las regiones pueden contribuir de igual manera a un aumento en los niveles de producción. En Asia meridional y oriental, por ejemplo, existen limitantes en cuanto a tierras y agua. Pero América Latina, y en especial el Cono Sur (aunque también países en América Central como Nicaragua) tiene un potencial considerable.
Como respaldo de este argumento, citamos nuestro estudio regional sobre el precio de los alimentos:
“América Latina tiene un gran potencial para aumentar su producción. De las aproximadamente 445.6 millones de hectáreas de tierra en el mundo apropiadas para la expansión sostenible del área cultivada, alrededor de 123.3 millones de hectáreas (28 por ciento) se encuentran en América Latina, más que en ningún otro lugar con excepción de África, que tiene el 45 por ciento. Con un tercio de los 42.000 km cúbicos de recursos hídricos renovables del mundo, ALC también está bien dotada en este sentido”.
La tendencia hacia precios de los alimentos más elevados también hace que esta sea una opción más atractiva que hace cinco años. Los países deberían comenzar a analizar seriamente formas de incrementar su producción a través de inversiones ambientalmente sustentables en capacidad productiva y tecnología.
En otras palabras: deberían implementar el crecimiento “verde” en la agricultura, como sugiere un informe reciente. Es la única manera que tenemos de controlar esta fiebre de los precios.
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