Esperar tras el telón el momento de salir a iniciar mi charla, mientras varias personas reconocidas en sus campos regalaban sus historias, fue un momento agónico: me dolía cada músculo de la espalda y del cuello debido a la tensión. Tenía el estómago hecho un nudo. Sentía como los nervios subían progresivamente, nublando las palabras que habíamos escrito y ensayado sin parar por varios meses.
Pero para mí fallar en ese escenario no era una posibilidad. Sería fallarle a los 4,7 millones de migrantes y refugiados venezolanos y los millones de colombianos, peruanos y el resto de latinoamericanos que están viviendo lo bueno y lo malo de la migración.
Soy una fan declarada de TED. Recurro a sus charlas constantemente cada vez que me enfrento con un reto técnico, con un dilema personal o con un interrogante nuevo. Por ello, cuando me invitaron a realizar una charla sobre la #MigraciónVenezolana en Latinoamérica me emocioné mucho. En un contexto de xenofobia creciente, era una gran oportunidad para invitar a las personas a reflexionar y, a la vez, desmitificar muchas de las creencias que dificultan la integración social y económica de los migrantes y refugiados.
Como parte del proceso de selección me preguntaron por qué hacía lo que hacía. Mi primera respuesta fue en automático: “Bueno, es mi trabajo…para lo que estudié”. Esta respuesta fue seguida por un: “no, en serio… ¿Por qué haces lo que haces?” Luego de una pausa, dije: “El desplazamiento forzado es un tema muy personal para mí. Mi abuela fue desplazada por la violencia en Colombia. Y ese evento fue su mayor dolor y su mayor bendición. Lo perdió todo. Se encontró en una ciudad que no era la suya durmiendo en un parque. Y uno de sus hijos murió por no tener la capacidad económica de proveerle la atención que requería. Pero esa misma ciudad le dio la oportunidad de convertirse en empresaria, volverse un referente en su campo y llegar a tener una vida que jamás habría tenido de otra manera. Por eso sé que, si estas situaciones se manejan de forma adecuada, pueden ser transformadoras”.
Por esto hacer una TED no es fácil. Porque no solo demanda claridad y precisión en el tema que vas a tratar, sino también te exige emocional, mental y físicamente de formas que no anticipas. Sin embargo, gracias a personas como Andrea Quintanilla, mi coach de TEDxTukuy, Greta Granados, especialista en comunicaciones y migración, y todo el equipo técnico y de comunicaciones del Banco Mundial, pudimos, luego de más de 8 versiones del guion, hilar un mensaje claro y conciso, que me permitiera compartir nuestra pasión y visión sobre la migración.
Había ensayado por horas, recitando hasta el cansancio el guion, refinando el lenguaje corporal y mis movimientos en el escenario. ¡Hasta me grabé leyendo el guion, y lo repetía en la radio de mi carro mientras navegaba el tráfico limeño! A pesar de las presiones del trabajo, el estrés y el cansancio, me preparé incansablemente para dar lo mejor de mí.
Y llego el día. Y me encontré detrás de ese telón lista a dar lo mejor de mí, tratando de balancear la emoción, los nervios y la adrenalina aplicando los tips que Andrea me había dado unos días antes: “Concéntrate en el regalo que vas a dar- tu mensaje, mueve los hombros para soltar la tensión, salta para quemar la adrenalina”. Así que allí estaba, detrás de bambalinas, saltando y aleteando como pez fuera del agua, mientras me repetía “lo que importa es mi mensaje”.
Y al salir entré en un túnel en donde lo único que cruzaba mi mente era la siguiente palabra que diría.
Y al terminar me di cuenta que en verdad yo recibí mucho más de lo que di:
Aprendí algo que no sabía sobre mí misma: que me apasiona mi trabajo porque sé de primera mano que detrás de la tragedia de la violencia y el desplazamiento forzado, hay oportunidades que pueden cambiar el rumbo de muchas generaciones.
Aprendí que las ideas realmente transforman si y solo si se las regalas al mundo.
Aprendí que saltar y aletear detrás del escenario es la mejor manera de controlar los nervios.
Y este fue el resultado:
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