Creo que ahora sí, por fin, estamos empezando a entender. Hemos necesitado una pandemia global y el cierre de millones de escuelas para entenderlo. A la fecha, 178 países en el mundo han cerrado todas o la mayoría sus escuelas temporalmente (todos en América Latina y el Caribe, exceptuando Nicaragua), dejando sin atención escolar en espacios físicos a más de 1,700 millones de niños y jóvenes (más de 171 millones de niños y jóvenes en la región).
Como respuesta a esta crisis, la mayoría de los países están migrando sus servicios a la virtualidad, TV y radio, además de proveer materiales físicos a los hogares que no cuentan con internet. Los materiales y plataformas difieren entre países y el Banco Mundial cuenta con una lista de recursos online. Sin embargo, todas las intervenciones de educación a distancia tienen un factor en común: con los estudiantes en sus hogares, todas requieren que los padres (y cuidadores) jueguen un papel fundamental. Y ese rol que estamos jugando masivamente los padres, por fin, nos está haciendo entender y apreciar la importancia y la dificultad del trabajo de los maestros y nuestros sistemas educativos.
El rol clave del maestro (y ahora de los padres)
No hablo únicamente de la dificultad de sentarse a hacer tareas interminables durante horas, o de conectarse a las sesiones virtuales con nuestros niños. Hablo de entender y manejar su estado de ánimo, cuando sabemos que están afectados por circunstancias externas, fuera de nuestro control. Hablo también de tratar de mediar en discusiones y conflictos, cuando los niños y los adultos están cargados de energía y emociones, pero confinados en un edificio por horas. Hablo de calmar sus ansiedades o de responder a preguntas existenciales sobre la realidad actual.
Todo eso hacen los maestros y maestras por nuestros niños todos los días, con muchos más niños, en contextos mucho más variados y complejos, y no siempre con los recursos y el apoyo necesarios para hacerlo. Y eso no es lo único servicio que presta el sistema educativo. También provee un espacio seguro, en la mayoría de los casos con alimentación escolar, necesaria para muchos niños de la región para cumplir sus necesidades nutricionales.
Mientras las escuelas estén cerradas y sigan las cuarentenas, es en el hogar donde se deberá garantizar la seguridad, alimentación, el desarrollo socioemocional y el aprendizaje de los niños. Los padres deberán jugar un rol fundamental en este proceso. Pero los padres no son docentes ni orientadores. Necesitan mucho apoyo y cualquier respuesta efectiva a esta situación pasa por darles los recursos, herramientas y el respaldo necesario para poder jugar ese rol de manera efectiva.
Realidad vs virtualidad
Es más importante que nunca que el apoyo sea mayor para los hogares más vulnerables. Sus integrantes son los que tienen mayor riesgo alimentario, quienes más estrés emocional pueden sufrir, y quienes cuentan con menos nivel educativo para apoyar en el proceso pedagógico. Además, estos hogares cuentan con menos recursos para acceder a materiales virtuales. Números recientes para Colombia muestran que, antes de la crisis, solo el 40 por ciento de estudiantes colombianos contaba conexión a internet y acceso a un computadora, Tablet o Smartphone. Un 38 por ciento de los estudiantes no tenía ni conexión a internet ni acceso a aparatos electrónico, un porcentaje que sube hasta el 67 por ciento para estudiantes del quintil más pobre. De estos últimos, además, el 47 por ciento no tiene tampoco TV, lo que limita enormemente las opciones para continuar conectado a la escuela y aprendiendo. La situación actual puede acabar agudizando exponencialmente la crisis de aprendizaje global.
Además del apoyo pedagógico, ya de por sí un reto gigante, es importante mantener el enfoque en el bienestar físico y emocional de los niños. Los programas de alimentación escolar podrían ofrecerse con modelos alternativos como la distribución en la institución educativa, focalizando a las poblaciones más vulnerables con una canasta básica de alimentos para preparar en el hogar, o con transferencias monetarias donde sea posible. Esto ayudará también a mantener un vínculo con el colegio para los estudiantes en más alto riesgo de deserción. Es importante también apoyar a las familias en su convivencia durante estos periodos, modificando programas de fortalecimiento de habilidades socioemocionales para el hogar. Estos son retos enormes en las condiciones actuales.
La tarea del sistema educativo requerirá esfuerzos titánicos para responder de manera efectiva a esta crisis, pero termino con una nota positiva. En esta respuesta, la sabiduría y creatividad de los colegios en distintos contextos pueden generar innumerables lecciones para mejorar la calidad educativa. Pueden salir nuevos modelos pedagógicos que saquen a los estudiantes del aula y los pongan a interactuar con su entorno y su comunidad. Podemos aprender a darle un mejor uso a las tecnologías para el aprendizaje; a involucrar a los padres de manera más efectiva.
Esta crisis puede, incluso, hacernos llegar a la conclusión de que, como sociedad, esperamos mucho de los sistemas educativos, tendemos a obviar la dificultad del trabajo que llevan a cabo y no siempre le otorgamos los recursos que necesitan para cumplir nuestras expectativas . Yo tengo esperanza. Ahora más que nunca nos está quedando claro que la tarea es de todos, literalmente.
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