La pandemia de COVID-19 ha impactado la vida de las personas en todos los aspectos y está claro que nadie ha quedado al margen de sus efectos, para muchos lamentablemente dramáticos.
Las consecuencias económicas de esta crisis no han sido las mismas para todos. Los estudios más recientes del Banco Mundial revelan que las mujeres trabajadoras en América Latina y el Caribe, la región más golpeada por la pandemia, se han llevado la peor parte. En comparación con los hombres, tuvieron una mayor inseguridad laboral, menores ingresos y por ende menos independencia financiera.
Es decir, la evidencia muestra que creció la brecha de género en el mercado laboral y que podrían revertirse los importantes avances de las últimas tres décadas, con consecuencias negativas para millones de mujeres en su vida privada y familiar, y serias repercusiones para las economías de la región.
Los números son elocuentes. Apenas iniciada la pandemia, 56% de las mujeres y 39% de los hombres perdieron sus empleos. Es decir, para las mujeres la probabilidad de quedar desempleada fue un 44% más alta que para los hombres. Y esta diferencia se mantuvo una vez que los empleados temporalmente despedidos comenzaron a volver a sus puestos de trabajo. Una de cada cinco mujeres no lo recuperó.
Este impacto desproporcionado se debe en parte a la informalidad, que afecta a las mujeres en mayor medida, pero sobre todo a que algunos de los sectores más golpeados por la crisis—comercio, servicios personales, educación y hotelería y gastronomía—son justamente los que en mayor medida emplean mujeres. El 56% de los empleos perdidos en la crisis pertenecen a esos cuatro sectores.
Los datos surgen del informe Covid-19 y el Mercado Laboral de América Latina y el Caribe: los Impactos Diferenciados por Género, realizado por el Laboratorio de Innovación de Género del Banco Mundial (LACGIL) y presentado este mes. En el Día Internacional de la Mujer, que se celebra cada 8 de marzo, es importante compartir este diagnóstico porque pone de relieve un punto que debe ser central en la hoja de ruta de la recuperación post pandemia: los países de la región deberán redoblar esfuerzos para cerrar la vergonzosa brecha de género en la fuerza laboral si quieren avanzar hacia un crecimiento realmente inclusivo.
El informe identificó también elementos que favorecen la seguridad laboral en épocas de crisis. El trabajo asalariado, el mayor nivel educativo y el acceso a internet son algunos. En cambio, la presencia en el hogar de niños en edad escolar incrementa las probabilidades de que las mujeres pierdan su empleo, pero no así los hombres . Esta evidencia puede ser útil a la hora de formular políticas que terminen con los desequilibrios.
El Banco Mundial apoya programas dirigidos a ese objetivo en muchos países de la región. En Honduras, por ejemplo, colaboramos en un proyecto que promueve la contratación de mujeres para puestos dirigenciales a nivel nacional y local, para fortalecer su liderazgo en el terreno de la salud. En Guatemala financiamos un programa de apoyo a mujeres empresarias. En varios países—Brasil, México y Uruguay, entre otros—acompañamos planes y estrategias para terminar con la violencia de género en sus muchas formas y con las brechas en materia de educación y formación profesional. Las mujeres deben contar con la seguridad y las herramientas necesarias para su participación plena en el mercado de trabajo. Es una tarea enorme y un camino que hombres y mujeres debemos recorrer juntos. El cambio nos beneficia a todos.
En las últimas décadas se dieron avances importantes. La participación de las mujeres en el mundo del trabajo pasó de 41% en 1990 a 53% en 2019 en la región . Debemos actuar para que el impacto negativo de la pandemia se revierta rápidamente y seguir avanzando en la dirección en que veníamos. La reconstrucción necesaria nos ofrece la oportunidad de repensar el futuro que queremos y volver a crecer sin excluir a nadie de los beneficios del desarrollo.
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