América Latina ha sido gravemente afectada por la pandemia de COVID-19. El número de casos y fallecimientos sigue creciendo al momento de publicación de este blog. Este año, cuatro millones de personas pueden caer de nuevo en la pobreza, mientras que el PIB puede decrecer un 8%. Si bien el foco de atención de los países debe estar puesto en la crisis de salud, es hora de planificar una recuperación económica sostenible.
La región cuenta con riquezas naturales inherentes que le permiten posicionarse para una recuperación robusta y verde. La región disfruta de la matriz energética más limpia del mundo, recursos minerales claves para la agenda de la descarbonización y ciudades densamente pobladas que pueden expandir con facilidad las formas de transporte eléctrico y no motorizado. Alberga el 22% de las zonas boscosas del mundo y puede convertirse en un efectivo sumidero de carbono a nivel mundial. Es el mayor productor de servicios ecosistémicos y el primer exportador neto de alimentos del mundo, con grandes oportunidades para la agricultura y la acuacultura sostenibles y de bajas emisiones. La región puede aprovechar estos atributos para lograr una recuperación robusta y más verde.
Del mismo modo, la crisis de la COVID-19 dejó al descubierto problemas que preceden a la pandemia. Alrededor del 20% de la población regional vive en barrios informales, mientras que 160 millones de personas carecen de acceso a una fuente de agua segura. Ambos factores amplifican los riesgos de la COVID-19. La población afrodescendiente e indígena representa un tercio del total, pero son dos tercios de los pobres. En promedio, cada año entre 150.000 y 2,1 millones de personas son empujadas a la pobreza extrema a causa de las amenazas naturales. La pandemia magnifica estas desigualdades y vulnerabilidades. Una recuperación verde para América Latina no debe olvidar las dimensiones inclusivas y resilientes de un cambio de rumbo firme y equilibrado.
La región debería tener en cuenta seis prioridades para una recuperación verde, resiliente e inclusiva de la COVID-19:
- Hallar nuevas oportunidades y mercados para el crecimiento verde: la región puede reinventar sectores como la forestación, la pesca y la acuacultura. La acuacultura es la industria alimentaria que más crece en el mundo, un 7% por año. El sector maderero formal emplea al 1% de la fuerza laboral regional y podría transformarse en un sector sostenible que regularice su gran número de empleados informales. Los productos agropecuarios respetuosos con el clima tienen un potencial enorme en los mercados de exportación.
- Transformar las ciudades en polos verdes y productivos: para reducir la congestión vehicular y la contaminación del agua y el aire, ampliar los espacios verdes y reducir el consumo energético de los edificios , mejorando así el bienestar y la productividad. En 2017, unas 200.000 personas fallecieron a causa de la contaminación del aire en América Latina y el Caribe, mientras que 5,4 millones fueron discapacitadas por la misma razón; esta cifra no para crecer. Una red de transporte público bajo en carbono reduciría la congestión vehicular, la contaminación del aire, los accidentes, y elevaría la productividad de las ciudades.
- Reducir la ineficiencia en la gestión de recursos: mediante la reutilización del agua, reducción de pérdidas, gestión del entorno, eficiencia energética y subsidios más eficientes. La región puede maximizar sus acotados presupuestos públicos minimizando las ineficiencias en servicios de infraestructura clave. Las necesidades de inversión en generación eléctrica de América del Sur, por ejemplo, podrían disminuir de 23 mil millones de dólares a 8 mil millones de dólares por año en caso de incorporar gestión de la demanda, eficiencia energética y energías renovables.
- Invertir en resiliencia: nueve países de la región se encuentran entre los veinte más expuestos al riesgo de desastres naturales. La crisis de la COVID-19 demostró que la resiliencia —definida de forma más amplia hasta incluir riesgos múltiples y superpuestos como las pandemias, el clima, el precio de los alimentos y la energía, y los shocks económicos— es necesaria. Contar con datos, planeamiento e instituciones centradas en la resiliencia es algo indispensable en este momento. Latinoamérica necesita una mayor gestión del riesgo de sequía e inundaciones, sistemas de protección social adaptables, una mejor planeación urbana y costera, infraestructura inteligente y una fuerte resiliencia comunitaria.
- Abordar la inclusión y la inestabilidad social: asegurando que los pueblos indígenas, afrodescendientes, juventud desempleada, residentes de barrios informales, personas con discapacidades y otros grupos excluidos sean parte del esfuerzo . Esto puede lograrse profundizando la comprensión del impacto de la COVID-19 en estos grupos, asegurando que los programas de empleo y recuperación los beneficie, y diseñando programas para la ampliación de servicios públicos que les brinden cobertura.
- Aprovechar las tecnologías digitales: cada uno de los puntos antes mencionados solo podrán acelerarse durante la recuperación a través de la aplicación innovadora de tecnologías digitales. Para esto se requiere una reducción de la desigualdad digital que refuerza la exclusión, así como un esfuerzo constante para apoyar la creación y crecimiento de pymes para generar nuevos puestos de trabajo digitales.
Todos estos son objetivos de larga data para la región. ¿Cómo lograrlos justo ahora que las presiones son más grandes que nunca?
Primero, la mayoría de los países ingresó a esta crisis desde una posición fiscal endeble. Cada una de estas inversiones debe centrarse en los ahorros potenciales, así como en maximizar el impacto y la eficiencia de todo el gasto público.
Segundo, muchos países de la región no ejecutan la totalidad de sus presupuestos de capital. Por cada dólar de inversión en infraestructura que se planea construir a un año, apenas se ejecuta entre el 40% y el 80%. Muchos programas de estímulo en crisis anteriores incluían proyectos complejos cuyos beneficios llegaban muy lento y muy tarde. Las inversiones deben estar listas, ser fáciles de implementar y rápidas de ejecutar.
Tercero, los puestos de trabajo eran un tema crucial antes de la crisis y ahora aún más. Los programas de recuperación deben priorizar los puestos de trabajo que necesitan los pobres y los nuevos pobres. Se pueden diseñar muchos tipos de inversión para mejorar la resiliencia, los servicios y la eficiencia, con el objetivo de generar más puestos de trabajo de mediana y baja calificación. Los programas de recuperación para tecnologías digitales deben diseñarse para generar puestos de trabajo calificados y pymes.
Los países de la región tomaron la iniciativa con programas de recuperación muy necesarios. El Banco Mundial es un socio en estos esfuerzos. Con nuestro financiamiento y conocimientos globales, podemos ayudar a la región a utilizar la recuperación para construir un futuro mejor a partir de hoy.
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