Tras décadas de globalización acelerada, a partir de 2008 el comercio internacional ha crecido aproximadamente al mismo ritmo que la actividad económica en los países en desarrollo. Si bien la desaceleración del comercio no significa desglobalización, estos acontecimientos deben observarse con cierta inquietud. Durante las décadas de integración mundial acelerada, el comercio internacional resultó ser un importante motor de la prosperidad. En los países en desarrollo que se volcaron a la globalización, esta impulsó el crecimiento del ingreso per cápita y la reducción de la pobreza.
Sin embargo, las crecientes tensiones geopolíticas, las preocupaciones sobre la seguridad económica y la resiliencia de las cadenas de suministro han llevado a algunos países a reducir los riesgos modificando sus cadenas de suministro. Además, se han multiplicado las barreras comerciales y los subsidios con los que se busca abordar los impactos distributivos del comercio dentro de los países y apoyar la transición verde a nivel mundial. Pese a que estas preocupaciones son legítimas, debemos evitar las consecuencias no deseadas de estos enfoques, en particular en las economías en desarrollo.
A continuación se exponen tres propuestas para revitalizar el comercio internacional en épocas turbulentas . Antes de entrar en detalles, cabe proporcionar un poco más de contexto.
Estamos atravesando la expansión más débil del comercio de bienes y servicios en comparación con cualquier otro proceso de recuperación mundial de las últimas cinco décadas. Si bien los volúmenes del comercio mundial superan los niveles de 2019, el comercio de bienes disminuyó en 2023 respecto del de 2022. Asimismo, en un contexto en que el comercio y la inversión son escasos, las tasas de interés son elevadas, los niveles de deuda altos y los pagos del servicio de la deuda se incrementan, se prevé que en 2024 el crecimiento de las economías en desarrollo será bajo por tercer año consecutivo.
En todo caso, el comercio de estos países ha quedado rezagado respecto del de las economías avanzadas y de su propia actividad económica. Estas tendencias son preocupantes. En un informe del Banco Mundial de próxima aparición se muestra que hasta la crisis financiera mundial, las exportaciones contribuyeron a la creación de empleo y al aumento de los ingresos en los países en desarrollo, en particular en los de ingreso mediano. La participación en los mercados internacionales también elevó la proporción de empleos asalariados en relación con el trabajo por cuenta propia, lo que promovió la formalización del empleo.
Más allá de los aspectos macroeconómicos, la desaceleración del comercio internacional y la reconfiguración de los flujos comerciales se deben en gran parte a las decisiones sobre políticas. El número de prohibiciones a la exportación y otras medidas que restringen el comercio se ha cuadruplicado desde 2020. Por otro lado, los países comercian cada vez más frecuentemente con los que se encuentran más cerca desde el punto de vista geopolítico a través del proceso de “deslocalización cercana”.
Estas medidas reducen la eficiencia económica mundial. La creciente aplicación de restricciones comerciales al comienzo de la guerra en Ucrania, entre las que se incluyeron prohibiciones a la exportación de productos básicos e insumos agrícolas clave, provocó el aumento de los precios de los alimentos y su volatilidad, lo que agravó la inseguridad alimentaria.
La proliferación de subsidios puede distorsionar el comercio incluso más que los aranceles. En la actualidad, casi la mitad de los bienes que se comercian están protegidos por un subsidio, mientras que en 2012 la proporción era del 20 %. Esto se observa con claridad en la estimación del equivalente arancelario de estos subsidios crecientes (PDF, en inglés), que ha llegado a un promedio del 15 % en el caso de la agricultura y al 8 % en las manufacturas. En cuanto al cambio climático, debido a la disparidad de las políticas de mitigación y a las grandes divergencias en los niveles de cumplimiento de los distintos países, surge la preocupación justificada de que el comercio pueda desplazar la producción mundial hacia lugares menos respetuosos del medio ambiente. Con el fin de abordar estos riesgos, se ha incrementado la cantidad de normas de sostenibilidad aplicadas a las importaciones, así como los mecanismos de ajuste en frontera por carbono para evitar que los productores nacionales sufran la competencia desleal de países con normas ambientales menos estrictas.
No obstante, las políticas bien intencionadas pueden tener graves consecuencias involuntarias para los países en desarrollo. Las normas de sostenibilidad cuya aplicación resulta costosa pueden penalizar de manera desproporcionada a los países con escasa capacidad institucional. Lo mismo ocurre con los ajustes del impuesto al carbono en la frontera, que podrían afectar injustamente a las pequeñas y medianas empresas y a los productores agrícolas de los países en desarrollo.
La combinación y profundización de todas estas medidas podría tener un efecto significativo en el comercio internacional y, más allá de ese ámbito, en la actividad económica. Un análisis de las estimaciones disponibles sugiere que las pérdidas asociadas a largo plazo (i) podrían ubicarse en el rango del 1 % al 7 % del producto interno bruto mundial. Necesitamos encontrar un equilibrio más adecuado entre los objetivos loables y las consecuencias prácticas. Para esto, debemos contar con un conjunto coordinado de medidas estratégicas que nos permitan apoyar a los países en desarrollo y encontrar un camino equilibrado para su transición.
En este sentido, se destacan tres medidas.
En primer lugar, a nivel mundial debemos restaurar las funciones básicas de un sistema de comercio basado en normas. Garantizar la igualdad de condiciones y ofrecer mecanismos creíbles de solución de controversias constituyen bienes públicos mundiales.
En segundo lugar, a nivel regional, los acuerdos comerciales bilaterales o multilaterales pueden ayudar a garantizar el acceso a los mercados, reducir los costos de transacción y aumentar la transparencia. Una nueva generación de acuerdos de este tipo reviste especial interés porque también se centran en cuestiones transfronterizas que resultan clave para el comercio. Estos acuerdos más profundos se han enfocado en la competencia leal en los mercados internos, la igualdad de condiciones para las empresas estatales y normas laborales y ambientales parejas. Sin embargo, se debería buscar deliberadamente que estos acuerdos comerciales regionales—en especial los más profundos— sean “interoperables”, es decir, que se basen en principios y criterios operativos muy similares.
En tercer lugar, cada uno de los países en desarrollo debe esforzarse por integrarse aún más en la economía mundial, a pesar de las tensiones geopolíticas actuales y las presiones proteccionistas. Un área que no se ha desacelerado en los últimos años es la de los servicios digitales. Aunque el crecimiento del comercio mundial de bienes se atenuó en las economías en desarrollo, sus ventas de servicios en línea aumentaron un 250 % entre 2005 y 2022. Los servicios digitales ofrecen un gran potencial de empleo para las mujeres, los jóvenes y otros grupos desfavorecidos. Pero es difícil convertirse en exportador digital cuando una proporción significativa de la población no tiene acceso a internet y ni siquiera a la electricidad. Por lo tanto, la promoción de la digitalización y la mejora de la conectividad a la red deberían formar parte del programa de integración mundial.
Todas estas inquietudes y las posibles soluciones viables se examinarán en la 13.ª Conferencia Ministerial (i) de la Organización Mundial del Comercio que se celebrará en los próximos días.
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