Según la teoría del caos, cuando una mariposa aletea en Nuevo México, tiene el poder de causar un huracán en China. Pero no hay prácticamente nada del azar sugerido por el efecto mariposa en las fichas de dominó que siguen cayendo desde el surgimiento de la COVID-19 (coronavirus). La explicación más plausible es, de hecho, bastante familiar: acciones cotidianas de los seres humanos que, invisiblemente conectadas, pueden llevar a consecuencias dramáticas.
La vida silvestre y las enfermedades infecciosas emergentes
Aunque la ciencia aún no es concluyente, hay algo que parece estar fuera de duda: el SARS-CoV-2 se originó en la vida silvestre, desde donde el virus logró cruzar la barrera entre especies y contagiar al ser humano. El principal sospechoso en estos momentos es una especie de murciélago de herradura. El murciélago probablemente transmitió el virus a un huésped intermediario, y las primeras teorías apuntaban al pangolín, ese animal escamoso comercializado ilegalmente por su carne y escamas, que se usan por su aparente valor medicinal. Finalmente, el contacto humano con el huésped intermediario facilitó el salto final del patógeno, causando una pandemia que, en el momento de escribir estas líneas, se ha extendido a más de 140 países, contagiando a más de 150 000 personas y causando innumerables pérdidas.
Favorecer la aparición de nuevos patógenos mortales
El origen y secuencia de transmisión de la pandemia de coronavirus no debería de sorprendernos. La epidemia de SARS en 2003 (i) tuvo su origen en civetas, vendidas en los mercados como mascotas y también como manjar exótico. El MERS de 2012 se originó en camellos que contagiaron a humanos (i) en contacto con ellos. La gripe aviar, el virus Nipah, el ébola, el VIH... todas estas y muchas otras enfermedades infecciosas emergentes (EIE) se originaron en animales que contagiaron a humanos, un fenómeno llamado zoonosis. Se estima que más del 60 % de las EIEs en el mundo son zoonóticas, y la gran mayoría de estas (más del 70 %) se origina en la vida silvestre (i).
Como demuestra el brote actual de coronavirus, la vida silvestre puede originar eventos zoonóticos que conllevan riesgos enormes para la salud pública.
Como demuestra el brote actual de coronavirus, la vida silvestre puede originar eventos zoonóticos que conllevan riesgos enormes para la salud pública, la bioseguridad e incluso la estabilidad mundial. Se podría hablar de un «efecto pangolín» como forma de describir el inevitable y desproporcionado final de un comienzo modesto y evitable: un virus, presente de manera natural en un huésped silvestre, causando una pandemia sin precedentes aprovechándose de una gran cadena de eventos amplificadores interconectados capaces de propagar el virus por todo el mundo.
El primer fenómeno de amplificación es un aumento en la exposición. Debido a la actividad humana, estamos incrementando significativamente nuestra exposición a patógenos a los que nunca habíamos estado expuestos, y por lo tanto, a los que no estamos preparados para responder. Lo estamos haciendo de dos maneras principales: trayendo la vida silvestre demasiado cerca, o nosotros acercándonos demasiado a ella. El segundo fenómeno de gran amplificación se podría atribuir a la globalización: en cuanto un patógeno consigue cruzar la barrera entre especies e infectar a suficientes individuos, los vuelos y cruceros internacionales y las cadenas de valor globales hacen el resto, transportando a esas personas infectadas a todos los rincones del planeta.
Traer la vida silvestre demasiado cerca: el tráfico de especies
Se estima que el tráfico ilegal de especies es la cuarta actividad criminal organizada en el mundo tras los estupefacientes, productos falsificados y tráfico de personas. El comercio legal de especies, por otro lado, está regulado por la convención CITES, aunque el enfoque es de proteger a la fauna del posible efecto lesivo de su comercialización. Tanto el tráfico ilegal como el comercio regulado actúan como grandes cintas transportadoras (i), trasladando animales silvestres —y sus patógenos— a lo largo y ancho, intensificando de esta forma el posible contacto con humanos en su recorrido e incrementando significativamente las posibilidades de contagio.
El tráfico ilegal, posiblemente, haya sido el causante de que una especie animal infectada con SARS-CoV-2 entrara en contacto forzado con personas.
El tráfico ilegal, posiblemente, haya sido el causante de que una especie animal infectada con SARS-CoV-2 entrara en contacto forzado con personas (sería una gran ironía si finalmente el pangolín resultara ser el huésped intermedio, ya que se trata del mamífero más traficado en el mundo, con las ocho especies conocidas incluidas en la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN, tres de ellas en peligro crítico). Las especies silvestres se trafican y comercializan por diversos motivos: alimento o exquisitez, amuleto o trofeo, como mascotas, para usos en medicina tradicional, entre otros. En muchas partes del mundo, la utilización y el consumo de animales silvestres son prácticas culturales muy arraigadas. Sin embargo, tal y como demuestra la inmediata prohibición en China de todo comercio de vida silvestre (i) para el consumo, minimizar la exposición humana a animales silvestres es un paso fundamental para evitar la aparición de nuevas EIEs. También es fundamental mejorar las condiciones higiénicas y veterinarias a lo largo de la cadena de comercio legal, e imponer condiciones restrictivas y seguras para el uso y venta. La capacidad y conocimientos para tomar estas medidas suelen ser débiles en muchos países, en los cuales los servicios veterinarios para animales domésticos están avanzados, pero prácticas similares para la inspección de animales salvajes no están completamente desarrolladas ni integradas.
Acercarnos demasiado a la vida silvestre – degradación de hábitat
La biodiversidad nos proporciona un servicio clave con el que no estamos muy familiarizados: la regulación de enfermedades. Los ecosistemas biodiversos en estado natural limitan la exposición y el impacto potencial de patógenos a través de un efecto de dilución o amortiguamiento, minimizando las probabilidades de contagio a humanos. La deforestación y el cambio del uso de la tierra, la fragmentación de hábitats, la ocupación de espacios naturales, el rápido crecimiento poblacional y la urbanización son algunos de los factores ecológicos y socioeconómicos que amplifican la exposición humana y multiplican las posibilidades de contagio. El cambio climático (i) es un factor adicional de riesgo de EIEs, ya que sus efectos abren nuevas oportunidades para los patógenos, aceleran la aparición de especies invasoras y desplazan el rango natural de acción de las especies silvestres.
Las actividades antropogénicas están eliminando el efecto amortiguador que proporciona la biodiversidad y los ecosistemas, y aumentando así el riesgo de una nueva pandemia.
El estudio de todos estos factores permite a la ciencia determinar zonas críticas de riesgo de EIE zoonóticas. Los análisis indican que existe un riesgo (i) elevado de EIEs en regiones tropicales boscosas que además estén experimentado cambios en el uso de la tierra y donde la biodiversidad de vida silvestre (especialmente en riqueza de mamíferos) sea alta. China y el Sudeste Asiático son zonas ya descritas y clasificadas de alto riesgo. Las actividades antropogénicas están eliminando el efecto amortiguador que proporciona la biodiversidad y los ecosistemas, y aumentando así el riesgo de una nueva pandemia. Revertir estas tendencias es, más que nunca, de relevancia global para la salud pública.
“Una salud”
Si bien la salud humana recibe la mayor parte de atención y recursos relacionados con EIEs (preparación y respuesta ante emergencias, salud pública), se debería de prestar mayor atención a las raíces del problema, atacando los factores básicos que causan EIEs. El enfoque conocido como “Una salud” se basa en el entendimiento de que la salud humana y la animal son interdependientes, y a su vez están vinculadas a la salud de los ecosistemas en los que habitan. El reciente anuncio del Banco Mundial de dedicar USD 12 000 millones para apoyar a los países en su respuesta de emergencia a la COVID-19 nos brinda la oportunidad de diseñar un paquete integral de medidas que incluya salud humana, salud animal y salud ambiental. Este último suele ser el eslabón más débil. Como profesionales del desarrollo, debemos involucrar a los ministerios de medio ambiente y recursos naturales, departamentos de vida silvestre, instituciones de investigación, ONGs y sociedad civil, para cubrir las carencias actuales en vigilancia de la salud de la vida silvestre y detección de enfermedades, prácticas veterinarias del comercio de fauna, regulaciones higiénicas, políticas y prácticas de comercio de especies, y comunicación efectiva de los riesgos que conlleva.
La salud humana y la animal son interdependientes, y a su vez están vinculadas a la salud de los ecosistemas en los que habitan.
Mientras asistimos a la expansión del coronavirus, debemos recordar la importancia de la salud ambiental como un elemento clave de nuestra propia salud, y que iniciativas concretas que minimicen significativamente nuestra exposición a la vida silvestre son más urgentes que nunca. Prevenir un futuro «efecto pangolín» comienza por frenar el tráfico ilegal de especies y regular estrictamente el comercio legal, mejorar la conservación de la biodiversidad y sus hábitats, y mantener servicios ecosistémicos saludables. Se ha abierto una ventana de oportunidad, pero por poco tiempo.
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