Los esfuerzos mundiales de recuperación —desde la educación hasta la actividad empresarial— deben centrarse especialmente en las necesidades de las mujeres y las niñas.
Los encargados de la formulación de políticas no siempre han tenido en cuenta que las conmociones económicas afectan de distinta manera a mujeres y hombres, ni que los Gobiernos deben responder adecuadamente a este problema. Cuando se produjo la recesión de 2008, pocos se preguntaron cómo impactarían las medidas de estímulo en las mujeres, a diferencia del efecto en los hombres.
Ese enfoque no va a funcionar para la crisis de la COVID-19. En este momento en que los líderes del mundo se enfrentan al enorme desafío de reconstruir sus economías después de la pandemia, las mujeres deben ser un elemento central de las estrategias.
En muchos países, las mujeres han sido las más perjudicadas por los confinamientos. En América Latina, por ejemplo, tienen un 50 % más de posibilidades que los hombres de perder su empleo en los primeros meses de la pandemia.
En general, suelen trabajar en sectores vulnerables como el comercio minorista, los restaurantes y la hotelería. También realizan tareas informales, como vender productos en la calle o coser en casa, actividades que carecen de protecciones básicas como licencia por enfermedad remunerada o seguro de desempleo. Cuando esos trabajos desaparecieron, las mujeres se dieron cuenta de que no tenían una red de protección social que las respaldara.
Por otra parte, las mujeres pueden tener una influencia mucho mayor en la recuperación económica, especialmente en países de ingreso bajo y mediano. Por ejemplo, las investigaciones del Banco Mundial demuestran que el producto interno bruto per cápita de Níger podría aumentar más del 25 % si se redujera la desigualdad de género.
¿Qué pueden hacer los Gobiernos? Como mínimo, deben prestar atención a tres grandes áreas.
Primero, los países pueden acelerar la digitalización de los sistemas de identificación, las plataformas de pagos y otros servicios de importancia crítica, en asociación con el sector privado. Las mujeres económicamente marginadas suelen ser invisibles para los Gobiernos. Es menos probable que cuenten con una identificación formal, posean un teléfono celular o aparezcan en un registro social.
Si bien más de 200 países han formulado medidas de protección social en respuesta a la COVID-19, muchos han tenido problemas para identificar a los trabajadores informales y hacerles llegar la ayuda, lo que significa que una gran cantidad de mujeres continúa sin recibir atención.
Los sistemas digitales avanzados pueden ayudar a ubicar a mujeres que atraviesan necesidades para que reciban transferencias de efectivo de forma rápida y segura. Las transferencias monetarias directas en países como Indonesia, Nigeria y Zambia ya han proporcionado a millones de mujeres un acceso más seguro a los fondos y un mayor control del dinero.
La experiencia de India pone de relieve los beneficios de hacer las cosas bien. El año pasado, el Gobierno pudo transferir rápidamente pagos para el alivio de los efectos de la pandemia a más de 200 millones de mujeres necesitadas porque contaba con datos desagregados por sexo y una infraestructura digital, y porque estas mujeres tenían sus propias cuentas bancarias. Los Gobiernos pueden garantizar que las oportunidades económicas sean equitativas ampliando el acceso a internet, aumentando la conectividad móvil y generando habilidades digitales.
Segundo, los Gobiernos pueden eliminar las barreras a la plena inclusión de las mujeres en la economía, ya sea como empresarias o como empleadas. En las economías con los confinamientos más estrictos, las empresas de propiedad de mujeres tenían 10 puntos porcentuales más de posibilidades de cerrar que las de hombres. Esto no sorprende: casi todas las empresas de mujeres suelen ser pequeñas, es decir, emprendimientos unipersonales o microempresas informales con menos de cinco empleados.
Cerrar la brecha de género en la actividad empresarial ayudaría a reducir la pobreza, crear empleo e impulsar el crecimiento y la innovación. Por lo tanto, los Gobiernos deberían dirigir las líneas de crédito y otras formas de financiamiento a las empresas que son propiedad de mujeres, promover la creación de plataformas de comercio electrónico para que las empresarias puedan acceder a los mercados y ayudar a las incubadoras de empresas a superar los prejuicios a la hora de invertir en los emprendimientos de mujeres.
Las empleadas también necesitan apoyo de diferentes formas. En algunos países, esto implica hacer que el transporte público sea más seguro para las mujeres, de modo que puedan llegar al trabajo sin miedo a ser acosadas. En otros lugares, se deben revisar las leyes y regulaciones para evitar la discriminación contra la mujer en el lugar de trabajo. Y, en general, todos los países se beneficiarían de políticas de licencia familiar y servicios de cuidado infantil, ratificados por los sectores público y privado.
Tercero, los Gobiernos deben comprometerse a garantizar programas de educación sólidos para las niñas hasta el nivel secundario, como mínimo. Incluso antes de la pandemia, el mundo se encontraba ante una crisis del aprendizaje: más de la mitad de los niños de 10 años que asistían a la escuela en países de ingreso bajo y mediano no eran capaces de leer y comprender un texto básico.
La pandemia ha empeorado las cosas. A nivel mundial, más de 800 millones de alumnos continúan sin recibir escolarización y muchos estudiantes pobres —especialmente de zonas rurales— no tienen acceso al aprendizaje a distancia. En África al sur del Sahara, nada menos que el 45 % de los niños ha quedado totalmente desconectado de la educación durante los cierres de las escuelas.
Las niñas se enfrentan a dificultades adicionales en relación con el aprendizaje a distancia. Por ejemplo, si hay un solo teléfono por hogar, es más probable que lo usen los varones y no las mujeres; además, la pesada carga de tareas domésticas hace que muchas niñas no tengan tiempo para acceder a la formación educativa.
A medida que los estudiantes regresen a la escuela, los países deberán garantizar que tanto niñas como niños se reconecten con el proceso de aprendizaje. Esto requerirá invertir en planes híbridos que combinen el aprendizaje a distancia y presencial, al tiempo que se centra la atención en las aptitudes básicas y socioemocionales que ayudarán a los niños a recuperar el tiempo perdido.
Es verdad, muchas de estas medidas requerirán inversiones considerables en una época en que el aumento de la deuda genera grandes preocupaciones. Pero la mejor forma de reembolsar esa deuda es hacer que las economías crezcan más rápido y evitar que más familias caigan en la pobreza.
Con las políticas adecuadas, los países pueden lograr una reconstrucción más sólida e inclusiva. Como parte de la respuesta al mayor desafío de nuestra generación, los países deben considerar a las mujeres un elemento central de la construcción de un mundo más fuerte luego de la COVID.
Este artículo se publicó originalmente en Bloomberg Opinion.
Únase a la conversación