Este blog fue publicado (i) por primera vez por el Instituto Brookings el 8 de marzo de 2022.
La guerra en Ucrania no podría haber llegado en un peor momento para la economía mundial, cuando la recuperación de la contracción causada por la pandemia había comenzado a debilitarse, la inflación estaba aumentando, los bancos centrales de las principales economías (i) del mundo se estaban preparando para subir las tasas de interés, y los mercados financieros sufrían altibajos en medio de una enorme cantidad de incertidumbres.
La guerra ha agravado esas incertidumbres de maneras que repercutirán en todo el mundo, perjudicando a las personas más vulnerables en los lugares más frágiles. Es demasiado pronto para saber en qué grado el conflicto alterará las perspectivas económicas mundiales. Al igual que el nuevo coronavirus, la última crisis empezó de una forma muy inesperada : su escala e intensidad, su ubicación y la respuesta global (i) a ella. Mucho dependerá de lo que suceda después. Pero ya está claro que los precios más altos de los alimentos y la energía, junto con la escasez de suministros, infligirán sufrimiento de manera inmediata a las economías de ingreso bajo y mediano.
La pandemia sigue debilitando a numerosas economías en desarrollo. La recuperación saludable que han experimentado las economías avanzadas durante el año pasado en gran medida ha eludido a las economías en desarrollo (i): para 2023, el nivel de producción económica en ellas seguirá siendo un 4 % inferior al nivel proyectado antes de la pandemia . La deuda total de estas economías ahora alcanza el nivel más alto de los últimos 50 años. La inflación es la más elevada en 11 años, y el 40 % de los bancos centrales han comenzado a subir las tasas de interés para responder a la situación.
A pesar de lo devastadora que ha sido, la pandemia de coronavirus [COVID-19] fue una lección objetiva sobre el poder de los encargados de formular políticas para enfrentar eficazmente una catástrofe.
La crisis de Ucrania podría hacer más difícil la recuperación de muchas economías de ingreso bajo y mediano. Además de los precios de los productos básicos más elevados, es probable que los efectos colaterales lleguen a través de otros vectores: las perturbaciones en el comercio, las turbulencias financieras, y las remesas y la huida de refugiados. Es posible que los países más cercanos al conflicto, en virtud de sus fuertes vínculos comerciales, financieros y migratorios con Rusia y Ucrania, sufran el mayor daño inmediato. Pero los efectos podrían extenderse mucho más allá.
Costos de los alimentos y los combustibles
Algunas economías en desarrollo dependen en gran medida de Rusia y Ucrania para obtener alimentos (Gráfico 1). Estos dos países suministran más del 75 % del trigo importado por un grupo de economías de Europa y Asia central, Medio Oriente y África. Estas economías son particularmente vulnerables a una interrupción en la producción o el transporte de granos y semillas de Rusia y Ucrania. En los países de ingreso más bajo, las alteraciones en los suministros y el alza de los precios podrían causar un aumento del hambre y de la inseguridad alimentaria.
Rusia también es una fuerza importante en el mercado de la energía y los metales: representa una cuarta parte del mercado de gas natural, el 18 % del mercado de carbón, el 14 % del mercado de platino y el 11 % del mercado de petróleo crudo. Una fuerte caída en el suministro de estos productos básicos obstaculizaría la construcción, la industria petroquímica y el transporte. También reduciría el crecimiento de toda la economía: en una próxima publicación del Banco Mundial se estima que un aumento del 10 % del precio del petróleo por un período de varios años puede reducir el crecimiento de las economías en desarrollo que importan productos básicos en una décima de punto porcentual . Los precios del petróleo han aumentado en más de un 100 % durante los últimos seis meses. Si esta situación continúa, el petróleo podría restar 1 punto porcentual al crecimiento de los importadores de petróleo como China, Indonesia, Sudáfrica y Turquía. Antes de que estallara la guerra, se proyectaba que Sudáfrica crecería alrededor de un 2 % anual (PDF, en inglés) en 2022 y 2023, Turquía entre un 2 % y 3 % (i) y China e Indonesia un 5 % (PDF, en inglés), por lo que una desaceleración del crecimiento de 1 punto porcentual significa que el crecimiento se reducirá entre una quinta parte y la mitad.
Turbulencia financiera
El conflicto ya ha causado estremecimientos en los mercados financieros, y ha provocado la venta de acciones y bonos en los principales mercados mundiales. Un aumento del grado de aversión de los inversionistas al riesgo podría conducir a salidas de capital de las economías en desarrollo, causando depreciaciones de las monedas, caídas de los precios de las acciones y mayores primas de riesgo en los mercados de bonos. Eso generaría un estrés agudo en las decenas de economías en desarrollo con altos niveles de deuda. Las economías con elevados déficits en cuenta corriente o grandes porcentajes de deuda a corto plazo denominada en monedas extranjeras tendrían dificultades para refinanciar la deuda. O bien, enfrentarían obligaciones de servicio de la deuda más altas.
El estrés financiero podría verse agravado por la respuesta de los bancos centrales al aumento de la inflación. En muchas economías en desarrollo, la inflación ya alcanza el nivel más alto en una década. Un mayor incremento de los precios de la energía podría conducir a una espiral inflacionaria (i) a medida que se afianzan las expectativas de una mayor inflación a largo plazo. Eso, a su vez, podría llevar a los bancos centrales a endurecer las políticas monetarias más rápidamente de lo que se esperaba hasta ahora.
Huida de refugiados y remesas
Desde que comenzó el conflicto, más de 2 millones (i) de personas han huido de Ucrania a las naciones vecinas, produciéndose la mayor migración masiva en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados estima que el número de refugiados subirá a 4 millones (i) en poco tiempo. Acomodar el arribo repentino de un gran número de recién llegados es difícil para los Gobiernos anfitriones. Esto ejerce presión sobre las finanzas públicas y la prestación de servicios, en particular la atención médica para la cual no hay suficientes suministros debido a la pandemia que se extiende por más de dos años.
El sufrimiento económico, además, podría propagarse más allá de Europa oriental y afectar a los países que dependen en gran medida de las remesas. Diversos países de Asia central, por ejemplo, dependen mucho de las remesas de Rusia; en algunos casos, estas remesas representan hasta el 10 % del PIB del país. Es probable que muchos países de Asia central registren una baja (i) de las remesas como resultado del conflicto.
La prevención es beneficiosa
Es hora de actuar. El Grupo Banco Mundial, en conjunto con el Fondo Monetario Internacional, ha respondido rápidamente para proporcionar asistencia a Ucrania y otros países afectados. Un paquete de apoyo de USD 3000 millones que se proporcionará en los próximos meses incluye USD 350 millones para Ucrania que se desembolsarán a fines de este mes. Los Gobiernos de las economías en desarrollo también deben actuar de manera rápida para contener los riesgos económicos. Algunos primeros pasos esenciales son: crear reservas de divisas, mejorar el monitoreo de los riesgos financieros y fortalecer las políticas macroprudenciales. Los encargados de formular políticas tendrán que mantenerse alerta —y realizar correcciones de rumbo de manera cuidadosa— a la hora de responder al aumento de la inflación. También deberían comenzar a reponer los mecanismos de amortiguación fiscal agotados por la COVID-19, eliminando los gastos ineficaces y movilizando recursos financieros internos de ser posible. Y deberían reforzar las redes de protección social que son necesarias para proteger a sus ciudadanos más vulnerables en tiempos de crisis.
A pesar de lo devastadora que ha sido, la pandemia de coronavirus [COVID-19] fue una lección objetiva sobre el poder de los encargados de formular políticas para enfrentar eficazmente una catástrofe. Sin embargo, prevenir es mejor que curar. Por ello, sería sensato que los Gobiernos de las economías en desarrollo actúen ahora.
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