La pandemia de coronavirus ha obligado a interrumpir la actividad en ciudades de todo el mundo, lo que podría empujar a millones de personas a la pobreza y crear una gran presión sobre los balances generales de los Gobiernos. No obstante, las ciudades necesitarán recurrir al transporte más que nunca para evitar un colapso económico, especialmente si se tiene en cuenta el gran número de personas que deben salir de sus hogares para ganarse la vida o prestar servicios esenciales. El transporte sostenible —el transporte público y los traslados a pie o en bicicleta— puede constituir una forma eficiente y confiable de movilidad para conectar a las personas con las oportunidades. Ciertamente, el transporte es la base del efecto de aglomeración que hace que las economías urbanas sean tan atractivas y funcione el mercado laboral de las ciudades.
Pero depender de los vehículos particulares no es la solución, en parte porque no pueden absorber los grandes volúmenes de personas que transitan cada día por los ajetreados centros urbanos. Pensar que el desarrollo puede girar en torno al automóvil resulta particularmente inadecuado en los países en desarrollo, donde la proporción de hogares que tienen vehículo continúa siendo relativamente baja. Además, los traslados en este medio de transporte presentan una serie de consecuencias adversas, desde la contaminación hasta los accidentes que causan niveles alarmantes de muertes y lesiones graves, afectando en especial a los peatones. Los automóviles también pueden congestionar las calles y carreteras, lo que impacta negativamente en la mayoría de la población, que viaja en medios de transporte sostenibles.
El propósito de esta serie de blogs es demostrar que se puede tomar un camino diferente. Como se señaló en la primera parte, las alternativas como el transporte público, las bicicletas y los traslados a pie pueden ayudar a que millones de personas se movilicen de manera segura. De hecho, podrían crear las condiciones para una recuperación más sólida e inclusiva. Cabe señalar que estas opciones de transporte sostenible también podrían reducir drásticamente la huella de gases de efecto invernadero de la movilidad urbana, una prioridad clave si se tiene en cuenta que, a pesar de la reducción temporal de las emisiones (i) inducida por la pandemia, los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera son los más elevados de la historia de la humanidad (i).
Reforzar el transporte público será fundamental si queremos que la movilidad sostenible sea un elemento central de la “nueva normalidad.” Y aunque la pandemia haya golpeado gravemente al sector, los confinamientos también han generado oportunidades inesperadas para pensar en la alternativa entre transporte público y vehículos privados. Para obtener más detalles al respecto, consulte la segunda parte de esta serie.
En este tercer y último artículo, analizaré el potencial de los traslados en bicicleta y a pie en el contexto de la COVID-19.
Movilizarse en bicicleta
Los encargados de la toma de decisiones se han dado cuenta rápidamente de que las bicicletas podrían ser una manera de traslado segura para los habitantes en el marco de la COVID-19. Además de ser un medio de transporte abierto, el uso de la bicicleta facilita el cumplimiento del distanciamiento social gracias al espacio que esta ocupa y la distancia adicional que los ciclistas deben dejar entre sí para evitar choques.
En consecuencia, muchas ciudades de países desarrollados y en desarrollo han establecido ciclovías temporales en los últimos meses, como se ha podido observar en París (i), Londres, Berlín, Milán, Bogotá, Ciudad de México, Lima y Wuhan. Como parte de esta tendencia, se utilizan nuevas guías de diseño (PDF, en inglés) para ayudar a los Gobiernos locales a implementar cambios simples en la infraestructura o la señalización vial, lo que permite la creación de los carriles para bicicleta a bajo costo y en apenas 10 días.
Aunque esto se diseñó como solución provisional, no es ilógico pensar que algunas ciclovías podrían volverse permanentes. La opinión pública, sin duda, está avanzando en esta dirección: el 56 % de los habitantes de Londres “quiere que las aceras se ensanchen de manera permanente para crear espacio para caminar y el 57 % quiere que se creen nuevas ciclovías y se agranden las actuales” (i). Además, con la infraestructura adecuada, las bicicletas pueden trasladar a una enorme cantidad de personas. En 2019, los 583 kilómetros de ciclovías permanentes de Bogotá (PDF) absorbieron 800 000 viajes por día, que corresponden aproximadamente al 6 % de todos los viajes, contando los traslados a pie y en vehículos motorizados.
Movilizarse a pie
Por último, pero no menos importante, los traslados a pie serán un pilar básico de la movilidad urbana en los países en desarrollo (PDF, en inglés), especialmente en el caso de las mujeres (PDF, en inglés) y los pobres. Las personas caminan para acceder al transporte público, para hacer compras o incluso para ir a trabajar. Los traslados a pie generan múltiples ventajas para las ciudades y sus habitantes. La promoción de calles adaptadas a las necesidades de los peatones puede hacer que la circulación sea más segura (i), reducir la contaminación atmosférica, mejorar el espacio público y crear un entorno más inclusivo para todos los usuarios (i), incluidos los niños y las personas con discapacidad.
Debido a que exigen una actividad física, el transporte público y los medios activos como caminar o andar en bicicleta también se relacionan con beneficios de salud tangibles, como “una disminución del índice de masa corporal y del perímetro abdominal, menos obesidad, mayores niveles de vitamina D y menor colesterol e inflamación hepática.” (i).
La pandemia ha hecho que caminar –y movilizarse en bicicleta– sea incluso más atractivo porque es seguro en el contexto de la COVID-19. Los transeúntes que van por la acera habitualmente pueden evitar las tres “c” que aumentan el riesgo de infección, en especial cuando se presentan juntas: espacios cerrados, espacios concurridos y situaciones de contacto estrecho. Las aceras son espacios abiertos. Los peatones pueden evitar los aglomeramientos y mantener una distancia segura de al menos 1 metro. Además, rara vez interactúan con desconocidos que pasen caminando, y menos en contacto estrecho. De ser necesario, el uso de mascarillas puede ofrecer protección adicional.
Sin embargo, las personas que caminan se enfrentan a desafíos considerables, incluidos una infraestructura que no es ideal y la competencia con otros medios de transporte. En los países en desarrollo, por ejemplo, los automóviles suelen estacionarse en las aceras, lo que dificulta la posibilidad de que los peatones mantengan una distancia segura.
Las ciudades deben adoptar medidas concretas para hacer cumplir las reglas de estacionamiento y, en términos más generales, para ampliar el espacio disponible para los transeúntes. En algunos casos, las ciudades están convirtiendo partes de la calle en “aceras temporales”, para beneficio de peatones y ciclistas (i). Otras ciudades incluso están institucionalizando las “calles abiertas o a al fresco” (i) para permitir que los comercios y restaurantes ofrezcan sus productos y servicios en el exterior de los locales. Se trata de una forma innovadora de evitar las tres “c” y disfrutar la vida de forma segura y responsable.
Solo nos queda esperar que la llamada “dieta viaria” que reconfigura las vías a favor de peatones y ciclistas continúe después de la pandemia, de modo que las personas de todo el mundo puedan disfrutar sus ventajas. Muchas ciudades ya están dando este paso y analizando soluciones a largo plazo para dar más espacio a los peatones (i).
Analizar el panorama completo
La pandemia ha forzado a las ciudades de todo el mundo a tomar medidas de emergencia que contribuyan a cambiar el transporte tradicional por medios sostenibles, evitar los viajes innecesarios, y mejorar la infraestructura y los servicios de transporte. Este paradigma de “evitar-cambiar-mejorar” (PDF, en inglés) es precisamente lo que venimos pregonando los defensores del transporte sostenible durante las últimas décadas, con el objetivo de transformar la movilidad urbana (vea la imagen más abajo). Si bien muchos encargados de la toma de decisiones solían resistirse a este enfoque, la crisis de la COVID-19 ha cambiado de manera radical el diálogo sobre el transporte: ahora las personas ven con claridad el valor de los medios sostenibles, y la idea de reasignar espacios o recursos para el transporte público, las bicicletas y los peatones se ha vuelto mucho más aceptable.
El desafío será mantener el impulso para garantizar que las ciudades no vuelvan a ese desarrollo centrado en los automóviles tan pronto como ceda el virus. Si hacemos las cosas bien, la transición hacia un transporte sostenible podría contribuir significativamente a una recuperación verde (PDF), revitalizar las economías urbanas y crear 15 millones de empleos en todo el mundo (i). No podemos dejar pasar esta oportunidad.
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