Algo para reflexionar en el Día Mundial de la Alimentación: en la lucha mundial contra el hambre, las personas más pobres del mundo siguen sufriendo las mayores consecuencias.
Las estadísticas son alarmantes. Una de cada ocho personas padece hambre crónica. Más de 1.000 millones de habitantes están subalimentados y un tercio de las muertes de niños se debe a la subalimentación.
A medida que la población aumenta, se espera que el desafío de la inseguridad alimentaria se intensifique aún más.
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el mundo deberá producir un 50% más de alimentos para 2050 de modo de dar de comer a una población que según las proyecciones será de 9.000 millones de personas. Los cambios en la dieta y el consumo están impulsando la demanda. Se prevé que el consumo de carne en los países de ingreso bajo y mediano aumentará un 75% entre 2005 y 2050, llegando a 30 kilogramos por persona al año. (i) Se cree que, solo en Asia meridional, este consumo se cuadruplicará en ese periodo. Y de acuerdo con las proyecciones, cada habitante consumirá 3.070 calorías al día en 2050, (i) frente a 2.750 calorías en 2007, es decir las personas no solo consumirán más carne, sino también mayor cantidad de cereales, aceites vegetales, hortalizas, frutas, café y té. Pero ¿cómo podemos aumentar la producción cuando ecosistemas agrícolas que han sido gravados en exceso y administrados de manera ineficaz ya están bajo presión para satisfacer la demanda actual de alimentos? En los últimos cinco años, el insuficiente abastecimiento ha hecho subir los precios de estos productos, y ha puesto la comida nutritiva fuera del alcance de millones de pobres. Y es posible que la productividad agrícola caiga aún más si las condiciones meteorológicas son cada vez más extremas. Por cada grado Celsius de calentamiento del planeta, la potencial pérdida de rendimiento de la cosecha de cereales es de aproximadamente 5%.
La suma de la creciente demanda de alimentos y la reducción de la producción agrícola es una fórmula que permite que el hambre y la pobreza continúen, y un problema que requiere inventiva y soluciones innovadoras. La agricultura inteligente en relación con el clima (i) es valorada cada vez más como un enfoque que puede ayudar a cambiar la ecuación.
Básicamente, este tipo de agricultura tiene como objetivo producir más alimentos en una menor superficie de suelo, y con un mínimo impacto ambiental. Para ser eficaz, este principio debe aplicarse a todos los paisajes: cultivos, ganado, bosques y pesca. Siguiendo este enfoque, estamos trabajando con agricultores de Etiopía, Malawi y Viet Nam para implementar ecosistemas agrícolas productivos y con capacidad de adaptación al clima, que también ayuden a mitigar el cambio climático mediante la reducción de las emisiones de carbono y la captura potencial de este elemento. Esto es particularmente importante porque, además de ser el sector más vulnerable al cambio climático, la agricultura es también una de sus principales causas. Las investigaciones han determinado que la actividad agrícola, junto con la deforestación relacionada con el empleo de la tierra para usos distintos a la producción de alimentos, es responsable de casi el 30% de las emisiones de gases de efecto invernadero. El aumento de la productividad agrícola de una manera que mitigue el cambio climático y permita alimentar a más personas podría ser una medida transformadora.
Los primeros resultados son prometedores. El Proyecto de regeneración natural asistida en Humbo (Etiopía) del Banco, que fue administrado en forma conjunta con Visión Mundial, permitió recuperar 2.700 hectáreas de bosque nativo biodiverso, aumentando al mismo tiempo la producción sostenible de productos forestales, como miel y frutas. Investigaciones financiadas por el Grupo Consultivo sobre Investigaciones Agrícolas Internacionales (CGIAR, por sus siglas en inglés) (i) ayudaron a avanzar en el uso de árboles fertilizantes en África, una práctica innovadora de la agrosilvicultura que mejora la fertilidad del suelo, reduce las emisiones de carbono y aumenta los rendimientos, lo que permite alimentar a más familias. Los científicos del CGIAR también han contribuido al desarrollo de un maíz tolerante a la sequía, (i) que se espera beneficie a 40 millones de africanos para 2016.
La realidad es que vivimos en un mundo de recursos finitos y desafíos ambientales cada vez más difíciles. Entonces tenemos que usar nuestras tierras de cultivo, bosques y pesquerías de manera innovadora e inteligente. Es necesario que produzcamos más con menos para que los más pobres del mundo puedan alimentarse. También debemos limitar los efectos negativos de la actividad agrícola.
Los retos son claros, pero creo que está emergiendo un centro de gravedad hacia un enfoque más equilibrado y sostenible. Ahora es el mejor momento para que los Gobiernos, la actividad y las organizaciones agrícolas, el sector privado, y las organizaciones de investigación se muestren más activos en cuanto a la agricultura inteligente en relación con el clima, que es aceptada cada vez más como un camino hacia la seguridad alimentaria sostenible.
Desde mi punto de vista, es gratificante ver en la actualidad una convergencia mundial en un debate que antes era más polarizado. Espero que podamos aprovechar este impulso.
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