Las centrales eléctricas alimentadas a carbón han facilitado el desarrollo de las economías en todo el mundo, pero los gases de efecto invernadero que producen deben reducirse rápidamente para ayudar a bajar las emisiones globales y abordar uno de los principales factores que contribuyen al cambio climático. Para lograrlo, se requerirán soluciones innovadoras, grandes volúmenes de recursos financieros y una fuerte dosis de coraje político.
En muchas economías emergentes y en desarrollo, la demanda de electricidad crece con rapidez. Las fuentes de energía renovables, como la solar y la eólica, prosperan en muchas regiones, pero su crecimiento aún no es lo suficientemente veloz como para satisfacer la demanda; asimismo, las tecnologías de almacenamiento todavía no alcanzaron escala comercial, por lo que a menudo se recurre al carbón para subsanar el déficit. Por otro lado, en los mercados emergentes y en desarrollo, muchas operaciones de la industria del carbón tienen un fuerte componente de propiedad estatal y son grandes empleadores de mano de obra, de modo que las autoridades se enfrentan al difícil dilema de conciliar los llamados a reducir las emisiones con la necesidad de desarrollar sus economías y brindar servicios a sus ciudadanos.
Hoy en día, en todo el mundo hay unas 8500 centrales eléctricas en funcionamiento alimentadas a carbón. Con una capacidad que supera los 2000 gigavatios, generan más de un tercio de toda la electricidad. Las centrales eléctricas alimentadas a carbón producen una quinta parte de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero, más que cualquier otra fuente individual. Y si bien la reducción de emisiones se ha convertido en una prioridad mundial clave, se prevé que en los próximos cinco años comenzarán a operar más de 300 nuevas centrales de este tipo. Las que efectivamente se pongan en marcha aumentarán de forma notoria las emisiones, a menos que se tomen medidas.
La mayor parte de la electricidad generada a partir de carbón en todo el mundo proviene de economías emergentes y en desarrollo. Por ejemplo, cerca del 60 % de la electricidad que se produce en China, India e Indonesia proviene del carbón. Asimismo, casi el 90 % de las nuevas centrales eléctricas a carbón que se están construyendo en el mundo también se encuentran en economías emergentes y en desarrollo, principalmente en Asia. Por el contrario, en las economías avanzadas el consumo de carbón alcanzó su punto máximo en 2007, aunque todavía representa en promedio el 20 % de las fuentes de electricidad en estos países.
Un análisis de la Agencia Internacional de Energía (AIE) muestra que las plantas a carbón de Asia son relativamente nuevas (13 años en promedio, con una vida útil de 40 o 50 años en general), por lo que representan un desafío financiero distinto del de las plantas más antiguas y próximas al cese de operaciones de la mayoría de las economías avanzadas. En algunos países, la exposición del sistema bancario local a los activos vinculados al carbón conlleva riesgos financieros reales. Y los cierres rápidos de las minas de carbón, si no se gestionan de forma adecuada, provocarán desarticulación económica y social, al tiempo que incrementarán un inventario mundial ya enorme de emplazamientos mineros abandonados y contaminados que siguen produciendo emisiones fugitivas de metano durante décadas después de la clausura y contribuyen significativamente al calentamiento global.
"Hoy hacemos un llamamiento conjunto para que se ponga freno a la aprobación de nuevas centrales eléctricas alimentadas a carbón, a menos que estén equipadas con sistemas que capturen sus emisiones de carbono antes de que se liberen a la atmósfera. Pero para lograr avances reales en el objetivo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, esto solo no será suficiente."
También tenemos que abordar las emisiones de las plantas existentes. Esta tarea requiere voluntad política y un volumen considerable de recursos financieros que van mucho más allá del cierre de las plantas a carbón, su reacondicionamiento con tecnologías de captura de carbono o el uso de combustibles con menor nivel de emisiones.
No existe un enfoque único, ya que mucho depende de las leyes locales, los contratos específicos y las opciones de financiamiento. El proceso completo de transición en una región carbonífera puede extenderse durante décadas. Se necesitan medidas para apoyar y reconvertir a los trabajadores y las familias cuyos medios de vida dependen actualmente de la extracción, el transporte y la quema de carbón. Las comunidades y las empresas también necesitarán ayuda para hacer frente a los costos de la limpieza y el impacto ambiental del cierre de las centrales a carbón. Las iniciativas recientes de Chile y Polonia muestran que las instituciones financieras de desarrollo pueden trabajar con las partes interesadas clave para eliminar gradualmente la electricidad generada con carbón al tiempo que se abordan los impactos sociales y ambientales negativos.
La eliminación de los subsidios perjudiciales debe ser una prioridad: a pesar de sus efectos contaminantes, el carbón está fuertemente subvencionado. En 2020, la industria carbonífera recibió subsidios por USD 18 000 millones (i), dinero que podría destinarse a otras tecnologías y utilizarse para mejorar la red eléctrica y ayudar a los trabajadores de esta industria a capacitarse para encarar nuevos empleos.
Los mercados transparentes y competitivos para la producción de electricidad, en especial cuando se combinan con algún tipo de precio o impuesto al carbono, acelerarían la transición hacia la eliminación del carbón. No se puede abandonar gradualmente las centrales a carbón contaminantes si no hay fuentes de energía de bajas emisiones de carbono (como la solar, la eólica, la hidroeléctrica y la nuclear) ya listas para llenar el vacío. En la hoja de ruta elaborada por la AIE para llegar a cero emisiones netas en 2050, la inversión total en energía en todo el mundo aumenta de menos de USD 2 billones en la actualidad a USD 5 billones para 2030.
Las inversiones del sector privado serán cruciales para financiar fuentes de energía más limpias que reemplacen el carbón, pero los responsables de formular políticas deben tomar la iniciativa para movilizar e incentivar este enorme aumento de la inversión. El desarrollo de instrumentos financieros que se vinculen con la sostenibilidad y apoyen la transición energética podría dar paso a nuevas formas de solventar la reducción de emisiones a través de los mercados de capitales, aprovechando la inmensa demanda de los inversionistas que buscan operaciones relacionadas con el clima.
"Los mercados no abordarán el problema del carbón si se los deja librados a sus propios recursos. Se requieren préstamos a gran escala con concesiones importantes, como tasas de interés inferiores a las del mercado o períodos de gracia más extensos, para ayudar a las áreas afectadas a financiar su recuperación y renovación".
El Grupo Banco Mundial está en condiciones de desempeñar una función de liderazgo y reconoce la importante contribución que los países más pobres están aportando a la lucha mundial contra el cambio climático a medida que dejan de utilizar minas de carbón y centrales eléctricas a carbón.
Con voluntad política, una planificación adecuada y la cooperación de la comunidad mundial para financiar esta tarea crucial, será posible lograr una transición justa en la que se ayude a los trabajadores, las comunidades y las empresas en el camino hacia un futuro más limpio y con menores niveles de emisión de carbono. Pero este proceso lleva tiempo, lo que significa que debemos actuar ahora.
Esta columna de opinión fue publicada originalmente en Le Monde el 7 de octubre de 2021 (en francés).
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