Los megadesafíos que asedian al mundo de hoy —desde la COVID-19 hasta el cambio climático— han hecho evidente la interdependencia entre las personas, el planeta y la economía. No podemos ignorar estas interrelaciones mientras intentamos trazar el rumbo para reactivar el crecimiento mundial y lograr un desarrollo verde, resiliente e inclusivo.
La naturaleza —o la biodiversidad y los servicios proporcionados por ecosistemas saludables— es fundamental para esta tarea, especialmente en los países en desarrollo, donde las personas pobres de las zonas rurales suelen depender en gran medida de los servicios de la naturaleza y son las más vulnerables ante el agotamiento o la desaparición de los recursos. Mientras la comunidad internacional se reúne en Montreal con motivo de la COP15, la cumbre de las Naciones Unidas sobre biodiversidad, debemos reafirmar la necesidad crítica de invertir en la naturaleza, en conjunto con la acción climática (i).
¿Por qué es importante la naturaleza y por qué en este momento? La mitad del producto interno bruto (PIB) mundial (i) es generado por sectores que dependen de los ecosistemas, como la agricultura, la silvicultura y la pesca. Dos tercios de los cultivos alimentarios dependen, al menos en parte, de la polinización animal (i). Estos activos naturales vitales se ven cada vez más comprometidos. Casi 1 millón de especies (i) animales y vegetales están al borde de la extinción, y entre el 60 % y el 70 % de los ecosistemas del mundo se están degradando más rápido de lo que pueden recuperarse (i). Según estimaciones del Banco Mundial, los países de ingreso bajo podrían perder alrededor del 10 % de su PIB cada año hasta 2030 (i), incluso si solo colapsan unos pocos servicios ecosistémicos, como la polinización silvestre, los alimentos derivados de la pesca marina y la madera de los bosques nativos.
Las pérdidas de la naturaleza también están estrechamente relacionadas con el cambio climático, ya que las dos crisis se refuerzan entre sí y afectan potencialmente la salud de ecosistemas enteros, lo que puede extenderse a la economía mundial. Para combatir el cambio climático, necesitamos bosques fuertes y vivos y océanos saludables para absorber el CO2.
Sin duda, la naturaleza es fundamental para el desarrollo. Preservar la biodiversidad y los ecosistemas no solo es bueno para el medio ambiente; también es la clave para acceder a oportunidades económicas que pueden ayudar a las comunidades a prosperar. Las estimaciones muestran que la transición hacia formas más sostenibles de producir alimentos, construir ciudades e infraestructura y generar energía podría dar lugar a oportunidades de negocios de hasta USD 10,1 billones por año y crear 395 millones de empleos para 2030 (PDF, en inglés). La economía de los océanos por sí sola tiene el potencial de duplicarse para 2030 y alcanzar los USD 3 billones (i).
Para enfrentar las pérdidas de la naturaleza de manera más eficaz mientras abordamos la crisis climática, los objetivos relacionados con el clima y con la naturaleza deben estar mejor coordinados en varios niveles: a nivel mundial, alineando las aspiraciones del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CDB) y la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC); a nivel nacional, reflejando estas aspiraciones en contribuciones determinadas a nivel nacional (CDN) y estrategias y planes de acción nacionales sobre biodiversidad más armonizados y, a nivel local, invirtiendo en soluciones basadas en la naturaleza, como bosques que respalden la mitigación y la adaptación climáticas, que aporten al mismo tiempo beneficios a largo plazo para la naturaleza y las comunidades locales.
Para tener éxito es fundamental aplicar un enfoque que involucre a toda la economía, en el que participen los Gobiernos centrales, los ministerios de Finanzas y los ministerios sectoriales en apoyo de reformas para abordar las deficiencias institucionales, del mercado y de las políticas. La falta de alineación de los incentivos de política representa un costo negativo para los servicios de la naturaleza; los Gobiernos gastan al menos USD 800 000 millones anuales (i) en apoyo fiscal que puede ser perjudicial para la naturaleza. La política ambiental a menudo permanece aislada de las políticas y estrategias de desarrollo, y su implementación suele estar dirigida por un solo ministerio, a pesar de los riesgos sistémicos y los factores multisectoriales que ocasionan las pérdidas de la naturaleza.
En la COP15, los países se reunirán para analizar y acordar un nuevo y ambicioso conjunto de metas mundiales, el Marco Mundial de la Diversidad Biológica posterior a 2020, que tiene el potencial de incentivar este cambio de toda la economía. Con una amplia gama de objetivos, el marco ofrece la oportunidad de abordar las tres crisis ambientales —las pérdidas de la naturaleza, el cambio climático y la contaminación— y, al mismo tiempo, ayudar a aliviar la pobreza. Será esencial subsanar las deficiencias de conocimientos y metodologías y disponer de datos, herramientas y mediciones, a fin de integrar todos los sectores y cuantificar los beneficios de las medidas.
Como parte de estos esfuerzos, todos debemos hacer más para subsanar el déficit de financiamiento, estimado en USD 700 000 millones anuales (PDF, en inglés) durante los próximos 10 años. De particular importancia será atraer más y mejor financiamiento privado. Debemos adoptar un enfoque holístico que implique la incorporación de criterios ecológicos en el financiamiento, es decir, dirigir los flujos financieros de proyectos que tienen un impacto negativo en la naturaleza hacia aquellos que tienen impacto positivo, y financiar iniciativas ecológicas, de modo de acceder a inversiones en conservación, restauración y uso sostenible de los recursos de la naturaleza.
El Grupo Banco Mundial ayuda a los países en desarrollo a integrar mejor los temas de naturaleza, clima y desarrollo en sus políticas y sus procesos de toma de decisiones, entre otras cosas, a través de proyectos dirigidos a invertir directamente en la conservación de especies y hábitats naturales, y mediante el respaldo a los medios de subsistencia que dependen del capital natural, como la silvicultura, la pesca y la agricultura.
Como la principal entidad multilateral de financiamiento de la biodiversidad, el Banco ofrece una variedad de herramientas y servicios financieros para promover inversiones verdes. Por ejemplo, Seychelles presentó su primer bono azul soberano (i) en respaldo de proyectos marinos y pesqueros sostenibles con el apoyo del Banco. El Banco también introdujo el “Bono Rino” de 150 millones de dólares, un instrumento financiero primero en su clase, vinculado a objetivos de conservación claros, que canaliza inversiones del sector privado para proteger a los rinocerontes negros en Sudáfrica.
PROBLUE, un fondo fiduciario de múltiples donantes respaldado por 14 donantes y administrado por el Banco Mundial, ha proporcionado casi USD 100 millones en financiamiento en forma de donaciones desde 2018, lo que a su vez ha permitido acceder a USD 4000 millones en financiamiento del Banco para países de regiones que van desde África occidental hasta Asia oriental. La institución también está trabajando con los países para lograr que las finanzas mundiales sean más sostenibles. Por ejemplo, el Grupo de Trabajo sobre Divulgación de Información Relacionada con la Naturaleza (i), respaldado por el Banco, se dedica a aumentar la transparencia para ayudar a integrar las consideraciones relativas a la naturaleza en la toma de decisiones financieras.
Dados los fuertes vínculos entre la pobreza, el cambio climático y la biodiversidad, prevenir mayores pérdidas de la naturaleza (i) no solo es lo que corresponde hacer, sino que también tiene sentido desde el punto de vista económico y del desarrollo. Debemos continuar multiplicando los esfuerzos para ampliar las inversiones que cumplan con las tres P: proteger, producir (de manera sostenible) y prosperar. De esto depende el futuro del desarrollo.
Este artículo de opinión se publicó originalmente en Project Syndicate.
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