Alrededor de 250 millones de migrantes actualmente viven fuera de sus países de nacimiento, y representan aproximadamente el 3,5 % de la población mundial . Pese a la percepción generalizada de una crisis migratoria, esta proporción se ha mantenido bastante estable desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial y está muy por debajo de otras mediciones principales de la globalización: el comercio internacional, los flujos de capital, el turismo, etc. Un dato estadístico más notable es que los refugiados, cuyo número es de alrededor de 15 millones, representan el 6 % de la población de migrantes y tan solo el 0,2 % de la población mundial. En otras palabras, podríamos acomodar a todos los refugiados del mundo en una ciudad de una superficie de 5000 metros cuadrados —que es aproximadamente el tamaño de la zona metropolitana de Estambul, Londres o París— y aún sobraría espacio.
Hay dos motivos para que exista la percepción de una crisis. Primero, la población migrante y especialmente de refugiados está muy concentrada. Aproximadamente en 10 países de destino viven las dos terceras partes de la totalidad de inmigrantes. Hay una concentración aún mayor de refugiados en países de destino, y más del 80 % de ellos vive en países vecinos. Mientras que los beneficiarios de la migración por lo general se mantienen en silencio, los que trabajan y viven en zonas afectadas negativamente se hacen oír.
Segundo, las personas que se ven diferentes y no pueden votar son un objeto conveniente de crítica cuando las cosas se ponen difíciles y se producen crisis económicas. Aunque no hay prueba de ello, lamentablemente la Gran Recesión brindó la oportunidad para culpar a los migrantes por la pérdida de empleos, el mayor desempleo y los déficits fiscales. Sencillamente esto no era verdad.
También por lo general olvidamos lo que aportan los migrantes. Más de la tercera parte de los Premios Nobel son inmigrantes. Barcelona, Manchester United o incluso la selección alemana —actual campeón mundial— no existirían sin inmigrantes . Firmas importantes de alta tecnología, como Google y Microsoft, y muchas empresas mundiales de la vieja economía, entre ellas McDonald’s, Pepsi y Pfizer, tienen directores ejecutivos inmigrantes. Los empresarios inmigrantes como Hamdi Ulukaya de Chobani establecen un número sin precedentes de firmas nuevas y crean millones de empleos porque les gusta asumir riesgos. Después de todo, la propia migración es una iniciativa muy riesgosa.
Aparte de estas superestrellas de la ciencia, los deportes y los negocios, los inmigrantes cambian el tejido social y económico de los países en que viven. Ellos cubren el déficit de distintos niveles de aptitudes y ocupaciones en la fuerza laboral. Hacen los trabajos difíciles y sucios que los nativos no están dispuestos a hacer o que no pueden hacer. Es el caso de los trabajadores industriales turcos en la Alemania de posguerra, los jornaleros mexicanos en California o las mucamas filipinas en los países del Golfo. Sin ellos, muchos sectores de la economía desaparecerían, los consumidores y empleadores sufrirían. Todos perderían.
Olvidamos que la migración no es un juego de suma cero. Al parecer nos centramos sobre todo en los costos, especialmente cuando millones de migrantes atraviesan nuestras fronteras. Los presupuestos fiscales se ven sujetos a presiones; los alquileres suben; hay sobrepoblación en las escuelas; la gente pierde sus empleos que pasan a ser ocupados por refugiados que aceptan horarios de trabajo más largos y salarios más bajos; y lo más importante es que se manifiesta lo peor de la xenofobia. Con todo, los estudios académicos revelan una y otra vez cómo los migrantes ayudan a los países de destino, y el efecto general puede ser positivo con el entorno normativo adecuado. Con incentivos y oportunidades acertados, no hay nada que frene el surgimiento de más Premios Nobel, superestrellas de fútbol y empresarios internacionales entre los migrantes más desamparados. Podemos seguir los ejemplos de muchas personas notables que reportaron enormes beneficios a sus países nativos y adoptivos. Que los migrantes sean un beneficio o una carga depende, en síntesis, de las oportunidades educativas, laborales y sociales que se les brinden.
Por último, existe la dimensión humanitaria y ética. "Un invitado de Dios" es una de mis frases favoritas en mi lengua materna, el turco, que despierta lo mejor de la población de Anatolia. Cuando la situación por fin se calme en Siria, Afganistán, Haití o Somalia, algunos refugiados permanecerán aquí y otros volverán a sus países de origen. Nuestras políticas y comportamientos actuales determinarán qué clase de ciudadanos o vecinos tendremos en el futuro. ¿Y cómo queremos que nuestros hijos nos recuerden y nos juzguen? ¿Como huéspedes virtuosos o como vecinos indiferentes? Las acciones que emprendamos hoy configurarán nuestra identidad durante siglos.
Soy un migrante que cría a sus hijos en una cultura diferente de aquella en la que crecí. Algunos días siento nostalgia por mi país de origen, otros siento que gané la lotería. Me considero un ciudadano del mundo, formado por las experiencias peculiares de distintos lugares. Veo en forma directa cómo la migración cambia a la gente y las sociedades. No podemos evitar el cambio, pero está en nuestras manos hacer que el cambio sea positivo.
Una versión más larga de este artículo se publicó en la edición especial del centenario de Forbes en Turquía. El último libro de Caglar Ozden "Moving for Prosperity: Global Migration and Labor Markets" (Trasladarse para alcanzar la prosperidad: La migración mundial y los mercados de trabajo), que escribió con Mathis Wagner, se publicará en los próximos meses.
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