Si tuviera que describir en esencia lo que hago, diría que narro historias sobre proyectos de asistencia que se llevan a cabo en la región del Pacífico.
Sin embargo, cuando pienso más detenidamente, veo que mi trabajo consiste más en generar empatía. Busco historias con las que las personas se sientan identificadas, y trato de transmitirlas lo mejor que puedo para provocar compasión, comprensión y, en última instancia, motivar a las personas a actuar de alguna manera.
Pero en esa afirmación falta algo. Mientras las personas cuentan sus historias, estamos —en gran parte inconscientemente— demasiado concentrados en la audiencia final, es decir las personas que verán, leerán o procesarán la información que relatamos.
Puesto de otra manera: en esa afirmación, ¿dónde se ubica la persona cuya historia tengo el privilegio de contar? Una vez que el último fotograma se filma, y el último audio se graba, transcribe y edita, ¿qué pasa con la persona que compartió su vida y nos contó su historia?
Nuestro hogar, nuestra gente
A mediados del año pasado, tuve la suerte de dirigir un proyecto del Banco Mundial y del Gobierno de Fiji para ayudar a difundir en el mundo la situación que enfrenta este país debido al cambio climático. El proyecto Nuestro hogar, nuestra gente (i) incluyó relatos filmados en realidad virtual, videos en 360 grados, audios, un sitio web, una exposición de fotografías y docenas de testimonios de personas. Su objetivo era contar las historias humanas detrás del informe Fiji Climate Vulnerability Assessment (i) (Fiji: Evaluación de la vulnerabilidad frente al cambio climático) preparado por el Gobierno de Fiji y el Banco Mundial que proporcionó nuevos datos importantes sobre el impacto del cambio climático en la economía del país.
Y teníamos el propósito de argumentar en favor de una mayor inversión en adaptación al cambio climático en un momento en que líderes mundiales y responsables de la toma de decisiones pondrían especial atención a la región del Pacífico, ya que Fiji organizaba la Conferencia de las Partes (CP 23) de las Naciones Unidas y era la primera vez que un pequeño Estado insular asumía una función de liderazgo tan importante a nivel mundial.
Nuestro hogar, nuestra gente ha sido, desde todo punto de vista, un éxito rotundo. El filme producido en realidad virtual y en 360 grados ha sido visto por más de 600 000 personas en internet o en eventos en todo el mundo, como las reuniones de la CP 23 en Bonn (Alemania) en noviembre. Ha sido presentado en festivales de cine en diversas partes del planeta, y fue incluido entre los finalistas del Premio a la Innovación que se entrega en el marco de los ODS (i) de las Naciones Unidas. Pero lo más importante es que ha sido visto por una multitud de líderes mundiales que tienen el poder de influir en las políticas y las inversiones en materia de cambio climático en el mundo, entre ellos Michael Bloomberg, (i) enviado especial del secretario general de la ONU para las Ciudades y el Cambio Climático, y Frank Bainimarama, (i) primer ministro de Fiji y presidente de la CP 23, quien dijo a una audiencia durante el estreno del filme en Fiji: (i)
“Vi por primera vez este filme durante esos días ajetreados en Bonn en noviembre, y una de las cosas que me impactó fue cuán bien transmitió el mensaje sobre el cambio climático que habíamos querido compartir desde hace mucho tiempo con el mundo: que nosotros los fiyianos no nos estamos quedando de brazos cruzados y aceptando las realidades impuestas por el cambio climático; por el contrario, somos resilientes; estamos unidos con un espíritu de vei lomani [amor al prójimo] para ayudarnos unos a otros y conducir nuestras comunidades a través de estos desafíos. ... Insto a Ia mayor cantidad posible de fiyianos a tratar de verlo… Porque es realmente brillante”.
Una historia de Fiji
Este proyecto fue de cierta manera una obra de amor dada la diversidad del talentoso y maravilloso grupo de personas que ayudaron a producirlo. Cada miembro del equipo creía profundamente en el valor de este trabajo, pero sobre todo sabíamos que no se trataba de nuestro testimonio. Esta era —y es— una historia de Fiji, contada por fiyianos. Los integrantes internacionales de nuestro equipo, incluido yo, estaban allá con el fin de entregarles una plataforma para que narraran sus experiencias, y luego ponerlas a disposición de la gente para que las escuchara, las viera y —uno de los beneficios de la realidad virtual— las viviera.
Pese al discurso pesimista en torno al cambio climático en general en el mundo, estos son relatos de fortaleza, resiliencia, paciencia y un increíble sentido de comunidad descrito de manera conmovedora por Rupeni (i) en el filme, quien habla del principio de vei lomani (una expresión fiyiana sobre cómo expresar amor al prójimo a través de acciones).
El regreso
Con esto en mente, hace unas pocas semanas, tres de los que trabajamos en el proyecto —Alana Holmberg, Ken Cokanasiga y yo— tuvimos la oportunidad de regresar a la comunidad en Fiji donde produjimos el filme para concluir este proyecto especial de una manera apropiada. A pesar de los beneficios de la tecnología (existe cobertura móvil 3G en las proximidades de la comunidad que participó en el filme), queríamos asegurarnos de presentarles el proyecto en persona a todos los involucrados.
Como dijo la escritora y asesora cultural del proyecto, Arieta Rika, en una sentida reflexión, (i) regresar al lugar es una expresión de respeto y una manera de cerrar ‘un círculo’. Se trata de mostrarles a las personas los resultados del tiempo y el esfuerzo que dedicaron al proyecto y agradecerles con sinceridad a Asmita, (i) Catalina, (i) Rai, (i) Rupeni, (i) y sus familias y comunidad por habernos dejado entrar en sus vidas y haber compartido con nosotros sus esperanzas, temores, vivencias y numerosos momentos de alegría.
Llevar este proyecto de vuelta fue una experiencia especial y muy extraña. Una razón importante de estar allá era conocer las reacciones de las personas que participaron. Cada una de ellas se había comprometido tanto con el proyecto, por lo que se emocionaron mucho al ver el filme.
Como puede ver, hubo muchas risas, sonrisas y unas pocas lágrimas también. La reacción de Rupeni y su esposa Losena fue, para mí, especial. Rupeni fue el personaje ilustre del proyecto, y su relato fue el que más me conmovió. Con su generosidad, calidez y sinceridad, él me enseñó —y seguro a muchos otros— el principio de vei lomani, es decir qué significa realmente ser parte de una comunidad. Su reflexión después de ver el filme es algo que nunca olvidaré:
“No estoy seguro cuando voy a morir… [pero] este es mi legado y mi verdad viviente, hijo mío”.
Me gusta pensar que eso significa que le hicimos justicia.
¿Una ‘triste’ irrealidad?
Sin embargo, sería poco sincero decir que la respuesta fue homogéneamente alentadora y positiva. Si bien, todos los participantes se sentían orgullosos de haber sido partícipes de algo genuinamente especial, algunos pensaban que el filme era “demasiado triste”, como señaló Maria, madre de Catalina. (i) Nos expresó que la tristeza mostrada en el filme no reflejó apropiadamente su realidad ni la de su familia: “La gente pensará que somos pobres”, dijo.
Sin duda, escuchar la opinión de Maria nos afectó a Alana, (i) y a mí en particular. ¿Habíamos tergiversado a Maria, Catalina y a la comunidad de Vunisavisavi? (i) Posiblemente. ¿O la necesidad de crear una narrativa dirigida a una audiencia internacional para impulsar la acción había influenciado la producción del filme?
Probablemente. Si no ha visto el filme, desde luego lo invito a verlo, y a leer más sobre la historia de Vunisavisavi (i), y a compartir sus opiniones.
El desafío de mostrar matices en un mundo con escasa capacidad de atención
Esto es el desafío para aquellos como nosotros a los que se les encomienda compartir las historias de la gente en todo tipo de contexto. Todos los que tenemos el privilegio de difundir estos testimonios entre audiencias más grandes, deberíamos estar impulsados por la necesidad de transmitir mensajes con matices, complejos y profundos. A pesar de las presiones de los plazos, la escasa capacidad de atención y, en ocasiones, la existencia de visiones opuestas o no concordantes, deberíamos seguir esforzándonos para reflejar, lo mejor que podamos, las historias que nos cuentan.
A título personal, esto es un incentivo para mí mismo, y para todos los que tienen la fortuna de trabajar en el ámbito de las comunicaciones del desarrollo, para comprometernos plenamente con nuestra tarea. Para tomarnos el tiempo que sea necesario o para entender realmente la historia que estamos narrando. Para reconocer mis propios prejuicios e ideas preconcebidas o los de otros, y para hacer todo lo posible para cuestionarlos. Para comprender que la manera en que alguien te cuenta su historia un día puede ser distinta al día siguiente. Y para reconocer que a menudo la historia que finalmente cuentas no es la historia con la cual te vas del lugar.
Y también es un desafío para aquellos que encomiendan o apoyan el trabajo comunicacional en el ámbito del desarrollo, ya que para relatar buenas historias de manera apropiada se necesita tiempo. No se puede hacer de manera apurada, llevar a cabo las entrevistas y las grabaciones en un día o dos, y luego esperar que la historia tenga matices y sea compleja. Para lograr esas cosas, se necesita tiempo, y suelen ser posibles solo cuando se ha establecido una verdadera relación de confianza. Esto es un reto que me seguirá motivando, y a muchas otras personas, para seguir narrando historias de mejor calidad y más holísticas, a pesar de las presiones de los plazos y las realidades editoriales y de los procesos de producción.
Al concluir este proyecto muy especial en Fiji, lo más importante que obtuvimos, más allá del ‘producto’ (el filme, las fotos, las historias), fueron las relaciones que hemos establecido. La conexión con Rai y Va, Rupeni y Losena, Asmita, y la comunidad de Vunisavisavi es lo que realmente importa. Mientras nos alejábamos en silencio de Vunisavisavi tras pasar nuestra última noche en que hubo numerosos abrazos, risas y lágrimas, entendí que cuanto más nos despidamos de esta manera al concluir nuestro trabajo, eso significará que nos hemos comprometido plenamente a destinar el tiempo y el cuidado necesarios para narrar una historia de manera apropiada.
Este proyecto fue posible gracias a la energía, la creatividad y el entusiasmo de las siguientes personas: Arieta Rika, fundadora de Talanoa Stories; (i) Tash Tan y Nicky Tunpitcha de S1T2, (i) una empresa de Sydney especializada en tecnología para la narración creativa; la fotógrafa y camarógrafa, Alana Holmberg; el cineasta, Josh Flavell; (i) las diseñadoras Lainee Fagafa (i) y Heidi Romano; (i) George Nacewa de 350.org; (i) y el excoordinador del Diálogo de Fiji, Ken Cokanasiga, junto con mis colegas del Banco Mundial Kara Mouyis (i) y Eka Vakacegu Yabaki.
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