Publicado en Voces

Por qué la inclusión es algo bueno y acertado desde los puntos de vista moral y económico, respectivamente

A slum, known as a 'favela,' rises on the outskirts of Salvador de Bahia, Brazil. © Scott Wallace/World Bank


​​Cuando enseñaba en la Universidad de Indonesia, mi país era el modelo de desarrollo económico. Indonesia experimentaba un crecimiento sólido, del 9 % en la década de 1990. La pobreza se estaba reduciendo. Empero, en Indonesia se habían generalizado la corrupción, el amiguismo, el nepotismo y el miedo bajo el gobierno autoritario del presidente Suharto. En el Parlamento no había un sistema de frenos y contrapesos. No existía rendición de cuentas ni transparencia. El control de la economía estaba en manos de unas pocas familias poderosas. La crisis financiera de 1998 desencadenó protestas estudiantiles en toda la nación, el denominado movimiento "reformasi". Me uní a los estudiantes que reclamaban el cambio. Protestamos hasta que Suharto renunció.

Vi esa historia repetirse en la Primavera Árabe que tuvo lugar en Oriente Medio en 2010. La desigualdad y la falta de oportunidades llevaron a sociedades enteras a un punto de inflexión.

​La lección aprendida de estos dos ejemplos es la siguiente: el crecimiento económico que beneficia solo a unos pocos es como un veneno. Es mortal y mata lentamente. El deterioro es tan solo cuestión de cómo y cuándo, pero es infalible.

El crecimiento económico que no es inclusivo quiebra el tejido social, socava la confianza en el liderazgo y desgasta el compromiso de los ciudadanos con la sociedad.

​¿Qué significa verse excluido? A continuación se presentan algunos ejemplos:

  • Uno sabe que, no importa cuánto se esfuerce por mejorar su vida, no conseguirá el empleo para el que está capacitado porque no tiene las conexiones adecuadas.
  • Si uno pone en marcha un negocio no obtendrá buenos contratos a menos que pague sobornos, porque las élites poderosas protegen unas a otras sus intereses.
  • Si los padres son pobres, es probable que uno permanezca en la pobreza.
Transformar una sociedad en la que no hay transparencia, ni rendición de cuentas ni participación en otra que sea inclusiva y abierta es un gran desafío. Pero vale la pena, desde los puntos de vista económico y social, en parte debido a los elevados costos de la exclusión.

En muchos países, tanto en desarrollo como de ingreso alto, las leyes, las regulaciones, las políticas y las normas sociales siguen actuando como cortapisas para las niñas y las mujeres, quienes suelen verse excluidas de los procesos decisorios que tienen lugar en sus familias y comunidades.

El costo de no permitir que las niñas y las mujeres alcancen su potencial es asfixiante. Las diferencias de participación de la mujer en el empresariado y la fuerza laboral representan una pérdida estimada de ingresos equivalente a la cuarta parte y alrededor del 14 % del producto interno bruto (PIB) en Oriente Medio y América Latina, respectivamente.

Por otra parte, los beneficios de la inclusión de las niñas y las mujeres son muchos:
  • Cuando las niñas cursan un año más de la escuela secundaria, sus ingresos podrían elevarse el 25 %.
  • Cuando las madres tienen derecho a heredar los bienes familiares, como ahora sucede en India, gastan hasta el doble en la educación de sus hijas, y benefician así a la próxima generación.
  • Cuando incluyen a mujeres en sus cuadros directivos, es menos probable que las empresas se vean envueltas en escándalos o fraudes. 

Ningún país puede permitirse dejar de percibir estos beneficios sociales y económicos. Esto también es cierto en el caso de otros grupos marginados por razón de su origen étnico, nacionalidad, raza o religión.

Experimentar la exclusión en mi país ha dejado una marca indeleble sobre mi forma de pensar acerca del desarrollo.

Creo que ello se debe a mi madre. Ella tuvo 10 hijos: 6 niñas y 4 varones. Soy la número siete de todos los hermanos. Mi madre no solo tenía un doctorado en educación, sino que también era una trabajadora muy exitosa.

Mi madre insistió en que todos, varones y niñas, tuviéramos una buena educación. Nos ayudó a navegar las estrictas normas de género vigentes en Indonesia.

Cuando uno se cría así, con el aliento de la propia familia para triunfar y desafiar los estereotipos, uno sospecha de las personas que justifican la discriminación y la exclusión.

Y, sobre la base de lo ocurrido, uno sabe que la exclusión mantiene a los países más sumidos en la pobreza. La inclusión por otra parte siempre es un beneficio, nunca un costo.

Creo que debemos tener esto presente en todo lo que hacemos, en nuestra calidad de líderes y futuros líderes, y de combatientes contra la pobreza.

Publicado por primera vez en LinkedIn.


Autores

Sri Mulyani Indrawati

Former Managing Director and COO

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