Cuando empezó la COVID-19, los pueblos indígenas temieron por la vida de sus ancianos (i) y por la supervivencia de sus culturas (i). A pesar de los confinamientos, se reportaba un aumento en las invasiones territoriales, las cuales sin duda iban a contribuir a la propagación del virus en sus comunidades. Muchas de ellas muy remotas, sin agua, saneamiento y a días de distancia de cualquier servicio de salud. Los líderes pedían ayuda para movilizar alimentos, agua, jabón, equipos de protección personal (EPP), termómetros y pruebas de detección del virus. Era sorprendente que varios de los llamados más desesperados provinieron de pueblos que, antes de la pandemia, habían gozado de mejores indicadores típicos de desarrollo en términos de ingreso y acceso a servicios , debido a sus vínculos con el turismo, los mercados externos y el empleo urbano informal. Los programas de respuesta a la emergencia también resultaron desafiantes para llegar a los pueblos indígenas. Con frecuencia, los programas de respuesta los excluía de forma indirecta por sus criterios de elegibilidad, como fueron presentar cuentas de electricidad, o por los mecanismos para entregar la asistencia, como por ejemplo por supermercados urbanos.
En medio de esta crisis, los pueblos indígenas se miraron hacia adentro para encontrar su resiliencia. A medida que las historias de contagio empezaron a salir en los titulares de noticia del mundo, también surgieron relatos de las brigadas de salud encabezadas por sus propias organizaciones. Estas brigadas, junto con los médicos tradicionales, se convirtieron en una de las principales y, en muchos casos, en la única fuente de alivio para muchas comunidades indígenas. Como dice una cita: «Más que la vulnerabilidad, los pueblos indígenas hemos demostrado resiliencia a lo largo de siglos de pandemias, y esta no será la última vez». Este mensaje se convertiría en realidad al ver las imágenes de mujeres indígenas de la Amazonia usando mascarillas de hoja de banana y la movilización de líderes indígenas para recolectar y entregar alimentos frescos a sus hermanos y hermanas más vulnerables.
Entonces, ¿qué hizo que algunos pueblos indígenas fuesen resilientes y otros no? ¿Por qué algunos pueblos indígenas, que estaban mejor antes de la pandemia, se vieron más afectados, mientras que otros pudieron autoorganizarse, evitar infectarse, mantener la seguridad alimentaria y ayudar a otros pueblos más vulnerables?
En la actualidad, el mundo se encuentra en un momento de inflexión en el que la reconstrucción de sociedades más inclusivas y sostenibles son preguntas predominantes. Además de la pandemia, los pueblos indígenas y otros grupos vulnerables enfrentan impactos devastadores provocados por el cambio climático (i). Para comprender qué ha impulsado la resiliencia de los pueblos indígenas ante la pandemia y ante los eventos climáticos extremos recientes, el Banco Mundial (i) ha aprovechado su diálogo con líderes indígenas al nivel mundial, como también realizado un estudio venidero en Centroamérica, para el cual se realizaron encuestas a 15 comunidades indígenas en seis países. De las encuestas surgieron tres factores críticos para la resiliencia: el capital natural, el capital cultural y el capital social.
El capital natural
Durante la pandemia, los pueblos indígenas que tenían derechos y acceso seguro a sus territorios y los recursos naturales fueron los que pudieron producir alimentos (i), recolectar plantas y hierbas con fines medicinales (i) y aislarse para evitar el contagio. Las encuestas realizadas en Centroamérica revelaron que el 60% de los encuestados consideraba que el acceso a la biodiversidad era el recurso más importante para la supervivencia durante la pandemia, muy por encima de los ingresos monetarios o los subsidios de los Gobiernos o la cooperación internacional.
Capital cultural
El conocimiento tradicional, la medicina tradicional y las economías no monetarias tradicionales han sido críticos para los pueblos indígenas, al permitirles aprovechar su capital natural para la supervivencia. La medicina tradicional ha sido el recurso de salud primario, y en muchos casos, el único para los pueblos indígenas durante la pandemia. Las encuestas realizadas en Centroamérica revelaron que la cantidad de médicos tradicionales supera en gran medida a la de los especialistas en medicina occidental que trabajan dentro de las comunidades indígenas. En las comunidades encuestadas, el 97 % de los entrevistados respondió que utilizaba remedios tradicionales para tratar sus necesidades de salud durante la pandemia, y el 80 % dijo que las parteras eran la fuente primaria de atención de las embarazadas.
Las economías tradicionales indígenas eran vitales para la seguridad alimentaria. Estas economías dependen de una organización colectiva de la producción y la atención de los más vulnerables a través del intercambio de alimentos, semillas y remedios entre las familias y las comunidades. De las 15 comunidades encuestadas, siete tenían economías tradicionales sumamente activas, con el 70 % o más de sus alimentos obtenidos mediante la autoproducción o el comercio entre comunidades. De estas últimas, cinco informaron que no habían sufrido escasez de alimentos ni hambre en el último año. Por el contrario, las tres comunidades que declararon haber experimentado una escasez severa de alimentos y hambre dependían mucho más de la compra de alimentos de fuentes externas. Por ejemplo, una comunidad Emberá en Chagre (cerca de la Ciudad de Panamá), que se dedicaba por completo al turismo y tenía una tasa de pobreza relativamente baja (23 %) antes de la pandemia, se encontró sin alimentos ni ingresos cuando empezó la crisis. Su supervivencia dependió en gran parte de la solidaridad de otros, entre ellos los pueblos Embera y Wounaan de sus territorios ancestrales que vivían con tasas de pobreza monetaria mucho más altas (entre el 48 % y el 70 %) pero que los lograran enviar alimentos durante más de tres meses.
Capital social
La cohesión social y la solidaridad son entre los principios base de las culturas indígenas en todo el mundo. Los pueblos indígenas con estructuras robustas de gobierno tradicional pudieron cerrar las fronteras comunitarias, organizar asistencia para los más vulnerables dentro de sus comunidades, distribuir semillas ampliamente, activar economías tradicionales para la producción de alimentos y coordinar iniciativas con las autoridades del Estado y de afuera. Las encuestas realizadas en Centroamérica revelaron que, en 12 de 15 comunidades, las mujeres manejaban el ingreso familiar y encabezaban esfuerzos para entregar a los más vulnerables ahorros limitados familiares y de sus bancos comunitarios.
En el último año, el Banco Mundial ha propuesto diferentes marcos en que la institución se compromete con principios de la inclusión y la sostenibilidad, por ejemplo el documento sobre la respuesta y la recuperación ante la COVID-19 y la reconstrucción mediante un modelo de desarrollo verde, resiliente e inclusivo (GRID) (PDF, en inglés) y el Plan de Acción sobre el Cambio Climático 2021-2025 (i). Estos marcos dan lugar a una plataforma que el Banco puede apalancar para apoyar la resiliencia de los pueblos indígenas. La experiencia observada a nivel mundial y las enseñanzas extraídas de los diálogos actuales del Banco con los pueblos indígenas indican que apoyar su resiliencia requerirá enfoques especiales, que reconocen, salvaguardan y empoderan su propio capital, el cual está altamente interrelacionado con la seguridad de acceso a tierras y a los recursos naturales y sus conocimientos, medicinas y economías tradicionales.
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