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Se necesita un liderazgo pragmático en materia de energía, alejado de los combustibles fósiles y dirigido hacia las bajas emisiones de carbono

Beijing Smog. Ilya Haykinson/Flickr Creative CommonsAhora mismo, mientras lee esto, dondequiera que esté, nos encontramos en un terreno desconocido. Nuestra población de 7100 millones será de más de 9000 millones en 2050. Nuestras crecientes cifras y aspiraciones de una prosperidad compartida, vienen de la mano de una mayor demanda de energía para los hogares, las empresas, la industria y el transporte. Nuestra continua dependencia de los combustibles fósiles está generando contaminación y una cantidad peligrosamente alta de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI): el verano pasado, la concentración de CO2 en la atmósfera (i) superó los niveles observados en 3 millones de años. (i)
 
Si estuvo en Beijing la semana pasada, habrá sentido el impacto directamente en sus pulmones: apenas habían transcurrido 16 días del nuevo año y la ciudad se despertó con su primer “airpocalypse” (i) (apocalipsis del aire) de 2014, el último de una serie de jornadas con niveles peligrosamente altos de smog. El alcalde de Beijing anunció (i) ese mismo día medidas para reducir el uso del carbón en 2,6 millones de toneladas, prohibir los vehículos altamente contaminantes y disminuir la quema de carbón en el área metropolitana.



Esa fue una importante decisión a nivel local, y estamos viendo que ciudades y gobiernos nacionales con visión de futuro adoptan medidas similares en el desarrollo de la arquitectura para un futuro más limpio con bajo nivel de emisiones de carbono.
 
Esta semana en la Cumbre Mundial sobre la Energía del Futuro (i) en Abu Dhabi y luego en Davos, (i) hablaré con líderes gubernamentales y del sector privado de todo el mundo sobre el desafío energético y climático mundial, qué significa para sus pueblos y la futura prosperidad de sus países, y cómo todos podemos hacer que el suministro de energía sea más limpio, de manera eficiente, económica, y a escala global para mantener un mundo habitable para todos. Debemos mostrar voluntad política para tomar medidas en materia de políticas e inversión ahora.

La realidad es que la demanda energética está en vías de duplicarse para 2050. (i) Si no se producen cambios en el suministro de energía y en cómo usamos esta, el resultado será un nivel mayor de emisiones de GEI que podrían generar un aumento de 2°C en la temperatura en los próximos 20 a 30 años, con efectos en espiral que incluyen tormentas y sequías más intensas, y daños a la seguridad alimentaria e hídrica. Esto también afectará la seguridad del sistema energético.

Necesitamos soluciones pragmáticas basadas en hechos, razonables y eficaces para revertir el camino que nos ha llevado a un terreno peligroso.

Esto significa abordar una de las causas del cambio climático –la energía basada en combustibles fósiles con alto nivel de emisiones de carbono– y pasar a la energía menos contaminante. No es fácil, y habrá que usar combustibles de transición como el gas natural, y capturar, almacenar, y usar carbono, en nuestro camino hacia una economía limpia. Pero esto está comenzando a ocurrir a nuestro alrededor. ¿Cómo hacemos que las nuevas historias audaces de éxito y liderazgo pasen de ser anécdotas a ser historias de todos?
 
La iniciativa Energía Sostenible para Todos, liderada por el secretario general de las Naciones Unidas (ONU), Ban Ki-moon, y el presidente del Grupo del Banco Mundial, Jim Kim, encabeza la “carga” internacional con tres objetivos: lograr el acceso universal a la energía moderna, duplicar la tasa de energías renovables, y doblar las mejoras en materia de eficiencia energética para 2030.

Para lograr estas metas y construir un futuro con energía limpia sostenible es importante establecer las políticas ahora mismo.

En primer lugar, poner precio al carbono. Un precio predecible y sólido ofrece a las empresas un incentivo para invertir en fuentes de energía con bajas emisiones de carbono y en tecnología, y reduce la demanda de combustibles fósiles. Eso, junto con políticas fiscales y de otro tipo para apoyar la eficiencia energética y las energías renovables, puede ayudar a ampliar el alcance de las tecnologías con bajo nivel de emisiones de carbono, lo que reduce su costo, como hemos visto con la energía solar. (i) Treinta y seis países tienen mercados de carbono (i) o prevén ponerlos en marcha en los próximos años; China lanzó cinco pruebas piloto para el comercio de derechos de emisión en cuatro ciudades y una provincia el año pasado y tiene planeadas dos más en el marco de un firme objetivo para un sistema nacional. Es posible que China sea el mayor consumidor mundial de energía en la actualidad, pero también es líder en materia de ahorro de energía, y está tomando medidas.
Un precio del carbono proporciona seguridad y contribuye a la igualdad de condiciones. Los directivos de empresas reconocen cada vez más los riesgos que plantea el cambio climático para sus sectores, modelos de negocios, cadenas de suministro y recursos. Varios ya están usando sus propios precios sombra del carbono para la planificación, según el último análisis del Proyecto de Divulgación de Emisiones de Carbono (CDP, por sus siglas en inglés). (i)

En segundo lugar, crear un entorno propicio para las inversiones en energía limpia e infraestructura con capacidad de adaptación. Esto comienza con mandatos, políticas, incentivos y códigos de construcción que requieren mayor eficiencia energética y uso de energías limpias. Pasar de las economías contaminantes a las ecológicas (i) es un gran esfuerzo, pero también conlleva los beneficios inmediatos de un menor derroche de energía y mayor habitabilidad, tal como lo están descubriendo las economías con un alto consumo de energía de Europa oriental.(i)

En nuestro estudio (i) sobre cómo lograr los objetivos de Energía Sostenible para Todos para 2030, se estima que se necesitará invertir unos US$800 000 millones adicionales al año en acceso, eficiencia y energías renovables para alcanzar esas metas. El público no puede realizar esto por sí solo: la ONU calcula que un 80% de todo el financiamiento que se requiere para enfrentar el cambio climático deberá provenir de fuentes privadas.

El dinero está disponible, aunque los inversores mencionan algunos obstáculos persistentes: falta de comprensión de las oportunidades, capacidad limitada para evaluar los riesgos y escasa disposición a asumirlos, falta de servicios públicos del sector de energía con capacidad crediticia, y  aprovechamiento reducido de recursos en condiciones concesionarias. Uno de los temas que se debate esta semana es cómo cerrar esa brecha.

Otra política para lograr el objetivo: eliminar gradualmente los subsidios a los combustibles fósiles. El mundo gastó US$1,9 billones en concepto de subsidios para combustibles fósiles en 2011, aproximadamente un 8% del total de los ingresos públicos, según el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los contribuyentes terminan pagando la cuenta de las empresas que están emitiendo y contaminando. Es una carga para los fondos estatales. Desalienta la eficiencia energética. Y es regresivo: en promedio, el 20% de hogares más ricos de los países de ingreso bajo y mediano se beneficia seis veces más de los subsidios que los más pobres. En cada vez más capitales de todo el mundo, el tema es dar un giro de imponer tributos a lo que ganamos a establecer gravámenes a lo que quemamos.

El agua es una razón muy tangible para impulsar la eficiencia energética. Durante la generación de energía se usa este recurso. A su vez, se necesita energía para bombear y filtrar agua y hacerla llegar a los grifos de las casas y los campos de cultivo. Y el agua es limitada. Estamos lanzando una nueva iniciativa mundial esta semana denominada Thirsty Energy (i) para ayudar a los países a evaluar sus desafíos hídricos y energéticos y trabajar con los ministerios para gestionar los riesgos y desarrollar soluciones.

Como puede ver, tenemos mucho trabajo por hacer entre todos, pero hay oportunidades de cumplir una función de liderazgo en todas las economías, de ingreso alto o bajo, emergentes o desarrolladas; en los Gobiernos; los servicios públicos; las empresas de energía o agua; los bancos u otros inversores, y la sociedad civil. Y eso es lo que necesitamos ahora.


Autores

Rachel Kyte

Vicepresidenta y enviada especial para el Cambio Climático del Grupo Banco Mundial

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