Un empleo puede ser transformador. Es una fuente de ingresos y de sustento, de identidad y realización, de rutina y aprendizaje. También puede proporcionar el respaldo necesario para amortiguar el golpe de una crisis multidimensional de importancia, como una pandemia mundial. Sin embargo, en los países más pobres del mundo —a los que brinda asistencia la Asociación Internacional de Fomento (AIF) del Banco Mundial—, la necesidad de empleo era elevada incluso antes de la COVID-19. Se necesitaban alrededor de 20 millones de empleos (PDF, en inglés) anuales para los 10 años siguientes, solo para seguir el ritmo de ingreso de los jóvenes en el mercado laboral. Por lo tanto, somos testigos de que las personas más vulnerables del mundo ahora se encuentran en una situación aún más desfavorable.
La COVID-19 ha dejado a muchos trabajadores de todo el mundo abandonados a su suerte. En 2020, el total de horas de trabajo perdidas equivalió a la desaparición de alrededor de 255 millones de empleos de tiempo completo, es decir, cuatro veces más que la pérdida sufrida durante la crisis financiera mundial de 2009. La pandemia también tuvo un impacto en las vías de transformación económica: mientras que los ingresos han disminuido, la demanda de gasto fiscal ha aumentado pronunciadamente. El comercio de servicios sigue siendo bajo; las cadenas de valor mundiales aún se están adaptando, y la incertidumbre ha afectado la capacidad de reasignar los recursos para usos más productivos.
Estos impactos son especialmente claros en mi amado hogar, el continente africano, donde el costo de la inacción (i) es alto e inestable. Me preocupa que si una versión más joven de mí se incorporara hoy al mercado laboral, el camino hacia mi cargo actual sería mucho más arduo que hace unas décadas. La COVID-19 ha ensombrecido las perspectivas a largo plazo de toda una generación. Esto se debe a que las deficiencias estructurales profundamente arraigadas han amplificado el daño que causa la pandemia. Por ejemplo, el 86 % del empleo total de África es informal, y las mujeres y otros grupos desfavorecidos tienen aún menos probabilidades de acceder a un trabajo formal. Esto se traduce en ingresos fiscales limitados para el Gobierno, que debe proporcionar los servicios públicos. También significa que más trabajadores no cuentan con redes de protección social y son más vulnerables a la pérdida de ingresos; los resultados negativos repercutirán en varias generaciones.
No obstante, también vemos que no es demasiado tarde para tomar medidas que impulsen una recuperación resiliente. Tengo una gran esperanza en proyectos financiados por la AIF, como GEWEL (i) en Zambia, donde los “paquetes para reforzar los medios de subsistencia” están ayudando a las mujeres a transformar el trabajo fragmentado en microempresas viables. En Côte d’Ivoire, el proyecto SWEDD de la AIF contribuye a ampliar las posibilidades para jóvenes como Alice (i). En toda África occidental, el Servicio de Financiamiento para el Sector Privado de la AIF (i) está ayudando a miles de pymes a acceder al financiamiento (i). En África oriental y meridional, 90 centros de excelencia financiados por la AIF (i) contribuyen a formar una nueva generación de académicos.
En otras partes del mundo también hay esperanza. En Asia meridional, un proyecto de la AIF en Bangladesh (i) facilitó la creación de empleo y el acceso a más de USD 3900 millones en inversiones privadas directas. Y en Oriente Medio, la AIF está trabajando con el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) para crear oportunidades económicas en el contexto del conflicto de Yemen. Son muchos los casos exitosos.
La AIF ha demostrado una y otra vez que puede ayudar a cerrar las brechas que dejan rezagadas a las personas más pobres. Gracias a su amplia presencia en el mundo, su red de asociados experimentados y su capacidad para responder con rapidez, se encuentra en una posición única para ayudar a los 74 países más pobres de África y del resto del mundo. Basada en su historial de respuesta a las crisis, la AIF se centra en lo inmediato y en el largo plazo: ayuda a los países a abordar las necesidades inmediatas para minimizar la pérdida de puestos de trabajo y mitigar los riesgos, al tiempo que contribuye a que se aprovechen las oportunidades de creación de empleo a largo plazo en un mundo transformado por la COVID-19.
Esto incluirá identificar y priorizar sectores de alto potencial que puedan impulsar la creación de empleo cuando el mundo salga de la COVID-19 (por ejemplo, los sectores que no causan daños climáticos pueden promover los empleos ecológicos); considerar la calidad de los empleos y las aptitudes; apoyar a las pymes; catalizar inversiones del sector privado, y crear mercados, incluso en los entornos más frágiles y adversos. Estamos invirtiendo en infraestructura, agricultura, educación y nuevas tecnologías para poder generar más y mejores empleos para todos.
El mes próximo culminará una reposición anticipada histórica de los recursos de la AIF (i), como resultado de la solidaridad de la comunidad internacional con los países más vulnerables. Sabiendo el alto costo que tendrá la inacción, la AIF y sus partes interesadas están preparadas para dar un paso al frente y garantizar una recuperación verde, resiliente inclusiva que considere a las personas y al empleo como elemento central de las soluciones.
Este blog forma parte de una serie de artículos sobre las formas de garantizar una recuperación resiliente de la COVID-19 en los países más pobres del mundo. Para conocer las últimas novedades, siga a @WBG_IDA y #IDAWorks.
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