COVID-19 y buses en Buenos Aires: ¿Puntapié para una reforma?

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Colectivos inusualmente vacíos.
Buses vacíos recorren Buenos Aires. Foto: Banco Mundial

La sensación de viajar en transporte público podrá resultar lejana y distante para muchos ciudadanos en Argentina. Hay quienes se preguntarán si no habría que sacar la tarjeta de transporte de la billetera, o si valió la pena hacer esa última recarga. Algunos celebrarán haber cambiado los largos viajes por más horas de sueño y otros quizás añoran cruzar miradas con extraños o disfrutar de artistas callejeros desconocidos en el camino a casa.  

Pero más allá de las fuertes restricciones que tenemos hoy en nuestra movilidad debido a la pandemia, el transporte público continúa siendo un órgano vital de cualquier ciudad.  Los autobuses son los vasos comunicantes que aseguran la conectividad y accesibilidad, aún en circunstancias excepcionales.

Como otras ciudades modernas, el Área Metropolitana de Buenos Aires tiene un alto grado de concentración: alberga a casi un tercio de la población argentina y genera casi la mitad de su producto bruto interno. Estos atributos han facilitado su desarrollo y ser uno de sus principales motores de innovación y crecimiento.

Este nivel de actividad es posible gracias a un sistema eficiente de transporte público. Diariamente, previo a la pandemia, en Buenos Aires se realizaban 22 millones de viajes cubiertos en un 60% por un sistema compuesto por buses, trenes y subterráneos.

COVID- 19: Un impacto súbito y disruptivo

La pandemia de COVID-19 sacudió el escenario de la movilidad urbana en todo el mundo. Por las características de transmisión del virus, el transporte público a gran escala se catalogó como riesgoso debido a la dificultad de cumplir con las normas de distanciamiento social cuando se observan niveles altos de ocupación (aunque evidencia reciente sugiere lo contrario). La COVID-19 y su elevada tasa de contagiosidad afectaron directamente al sector, provocando una crisis con un nivel de impacto, rapidez e incertidumbre sin precedentes en la historia reciente.

En el caso de Argentina, desde que se decretó el aislamiento obligatorio a finales de marzo pasado, las autoridades han desincentivado la utilización del transporte público, limitando su uso a quienes cuentan con permiso de circulación (trabajadores esenciales o ciudadanos en casos de fuerza mayor), que representan una porción muy reducida de las personas que viajaban antes de la pandemia. Además, los pasajeros son monitoreados en forma diaria como índice de circulación general y la habilitación de nuevas actividades ha sido definida, en parte, por la afluencia de nuevos pasajeros que usarían el transporte público.

Una reacción heterogénea en el corazón del sistema

Las caídas de la demanda en el uso del transporte público han acompañado a las restricciones. Los pasajeros totales disminuyeron un 90% en solo una semana, con una muy leve y atenuada recuperación a medida que fue pasando el tiempo. Este impacto ha sido particularmente notorio y heterogéneo en la columna vertebral de la movilidad del área metropolitana: su sistema de autobuses. La red conformada por líneas municipales, provinciales y nacionales es de las más densas y extensas a nivel mundial: previo a la pandemia representaba cuatro de cada cinco viajes en transporte público en el área metropolitana.

En términos de oferta, se restringió su uso únicamente a pasajeros sentados, y los requisitos de servicios por hora variaron a esquemas de día feriado (pocas unidades en circulación) solo durante las tres primeras semanas, retomando rápidamente niveles de oferta similares a los de la vieja normalidad; mientras que la demanda se mantiene aún hoy con niveles entre el 20% y 35% de la demanda pre-pandemia.

El sistema de colectivos ya presentaba problemas de diseño incluyendo elevados niveles de superposición de rutas, una caída progresiva de cantidad de pasajeros totales y subsidios que cubrían casi dos tercios de sus costos de operación.

Estas ineficiencias se han exacerbado a partir de la imposición de un régimen homogéneo que impuso un mismo criterio de servicios mínimos para todas las líneas del sistema. Las reacciones por corredores y líneas han sido muy dispares, denotando un considerable nivel de fragmentación. Los corredores de la zona norte del área metropolitana sufrieron las mayores caídas porcentuales, mientras que los del sur perdieron menos pasajeros. Esta diferencia se explicaría por la brecha en los niveles socioeconómicos (más altos en el norte en el norte y más bajos en el sur), íntimamente ligada con la posibilidad de teletrabajar y la posesión de automóviles particulares.

A partir de la pandemia, la productividad general del sistema – medida en pasajeros totales transportados por kilómetro- cayó un 74%.  Estos reducidos niveles de ocupación implican en términos económicos, que la tarifa técnica se cuadruplicó: en promedio, el costo de transportar un pasajero (sin el subsidio) actualmente ronda los 190 pesos argentinos (2.5 dólares), mientras que la tarifa comercial se ha mantenido en 18 pesos argentinos (0.23 dólares). Esto refleja el impacto que las nuevas medidas de distanciamiento social aplicadas al transporte publico están teniendo en la eficiencia y sostenibilidad financiera del sistema, y la necesidad urgente de buscar un equilibrio entre disminuir los riesgos de transmisión y mantener ciertos niveles de eficiencia y sostenibilidad.

Datos de pasajeros - transporte público

 

El futuro deberá ser metropolitano

Recuperar el uso del transporte público y la confianza de los usuarios será fundamental en el contexto de una ciudad dinámica como Buenos Aires, que no puede sostener los crecientes niveles de movilidad privada.  Basta con enumerar las consecuencias inmediatas para dimensionar el problema:

  • Altísimos niveles de congestión en una infraestructura vial saturada.
  • Incremento de enfermedades respiratorias inducidas por mayores niveles de emisiones contaminantes
  • Mayores tasas de siniestralidad vial.

Si bien el sector de buses ha demostrado su gran flexibilidad frente a los cambios regulatorios durante la pandemia, ahora necesita nuevos incentivos y lineamientos. Ante la posibilidad latente de intermitentes aperturas y cierres, resultará fundamental la implementación de políticas capaces de atender las particularidades territoriales de una movilidad con tendencias de fragmentación, acompañadas de métricas de desempeño que puedan guiar el marco operativo del sistema. Nace también la oportunidad de experimentar esquemas híbridos para mejorar la conectividad de grupos vulnerables, como la implementación de esquemas de buses a demanda.

El virus no entiende de fronteras administrativas y el trabajo colaborativo entre jurisdicciones es fundamental para abordar la complejidad metropolitana. La movilidad no es una excepción.

Desde el Banco Mundial estamos apoyando al Ministerio de Transporte en la agenda de fortalecimiento de la Agencia de Transporte Metropolitano, a través de la preparación de un nuevo programa de movilidad urbana para Buenos Aires. Su objetivo es mejorar la planificación, gestión y operación del transporte público e introducción de nuevas herramientas tecnológicas durante la actual emergencia, y en las posteriores etapas de recuperación y crecimiento, aumentando la resiliencia y eficiencia del sistema, para continuar asegurando la conectividad y la accesibilidad a oportunidades de empleo y de desarrollo humano, aún bajo condiciones extremas como las que hoy nos toca vivir.


Autores

Verónica Raffo

Especialista en infraestructura del Banco Mundial

Francisco Jijena Sánchez

Transport Global Practice Consultant

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