Mientras la mayoría de nosotros pasa el Día de la Tierra en casa con el objetivo de achatar la curva de la COVID-19, nuestros corazones y pensamientos están con todas aquellas personas que se encuentran en la primera línea de esta batalla: los trabajadores de la salud y los distrbuidores de tiendas de alimentos, los farmacéuticos, agricultores y pescadores. Nuestros corazones también están con aquellas personas al borde del precipicio de una contracción económica severa, con sus trabajos en peligro, si no es que ya los perdieron.
Lo que importa hoy es cómo achatar la curva. Lo que importará mañana es cómo manejar la recuperación económica y cómo recuperar más y mejores puestos de trabajo para asegurar que la inversión que hacemos hoy en la reactivación de nuestras economías siente las bases para un crecimiento a largo plazo que sea verde, limpio y resiliente ... un crecimiento que trace un camino que deje atrás la pobreza y nos inserte en la clase media. No podremos hacerlo sin pensar en cómo poner a trabajar el capital natural de América Latina y el Caribe (ALC) para beneficio de su población.
La región es rica en capital natural y este ya juega un papel significativo en los medios de vida de muchas personas. El cuarenta y nueve por ciento de la superficie total de América Latina y el Caribe está cubierta de bosques. Esto equivale a 935 millones de hectáreas, es decir alrededor del 22 % del área forestal del planeta y prácticamente la mitad de la superficie de América Latina.
De nuestras tierras y oceános
Unas 40 millones de personas viven en estos bosques, y dependen de ellos para su supervivencia; la mayoría en la Amazonia. Pero la importancia de los bosques va más allá de quienes habitan en ellos. A nivel mundial, el sector maderero formal emplea a más de 13 millones de personas, de los cuales 1,3 millones están en ALC, lo que representa el 0,5 % de la fuerza laboral de la región. La contribución formal del sector forestal a la economía de ALC representa unos $50 mil millones (a precios de 2011). No obstante, la contribución económica del sector maderero es mucho más grande, ya que el sector en su mayoría es informal y su valor real en gran parte no está documentado.
En ALC, más de 73 millones de personas residen en viviendas construidas principalmente con productos que provienen del bosque, es decir el 12 % de las viviendas totales. De esta manera, si se pretende una reactivación pronunciada que sitúe a la región allí en donde la demanda doméstica y mundial está creciendo, los bosques son un gran lugar para invertir.
Y no solo los bosques. Los peces también abundan en la región latinoamericana. Para el año 2030, se prevé que la región experimente un crecimiento del 24 % en la producción de las pesquerías y de la acuicultura, pasando de casi 13 millones a 16 millones de toneladas por año. En la región alrededor de 4 millones de personas trabajan en la acuicultura. Pero hay espacio para ampliar esta industria y satisfacer la creciente demanda mundial. La acuicultura es la industria alimentaria de más rápido crecimiento en el mundo —7 % al año— y representa más del 50 % de los peces destinados a consumo humano. Para sostener el consumo per cápita actual de pescado, para el año 2030 la acuicultura deberá producir 28,8 millones de toneladas más por año que en la actualidad.
En 2018, con 2,5 millones de toneladas producidas por la acuicultura, ALC representaba menos del 5 % de la producción mundial. Si bien Chile, Brasil, Ecuador y México representan más del 80 % de la producción acuícola regional, esta actividad se lleva a cabo a diferentes escalas en casi todos los países, contribuyendo significativamente a la seguridad, el empleo y la generación de divisas extranjeras. Así que aquí tenemos una gran oportunidad para alinear los objetivos de la reactivación con las oportunidades a nivel mundial y de la economía verde y azul.
Pero la pesca no es solo acuicultura. Existen unas 2 500 pequeñas comunidades pesqueras desperdigadas por toda la región que producen alimentos para consumo interno y obtienen ingresos significativos por ello. En la Amazonia brasileña, por ejemplo, los hogares obtienen el 30 % de su ingreso de la pesca. La FAO prevé que solo en la región el consumo de pescado aumente en un 22 % de aquí a 2025. Esta es una oportunidad de mercado que debe aprovecharse.
Los ecosistemas de agua dulce también son fuentes de trabajo importantes. En al menos once países de la región, el 20 % o más de los pescadores trabaja en el interior; si bien la pesca de agua dulce solo representa el 3 % de la captura regional, el impacto de estas capturas varía según el país. En Brasil, por ejemplo, el promedio nacional de consumo de este tipo de peces de agua dulce (de la pesca de captura continental y la acuicultura de agua dulce) es bastante bajo, con apenas menos de 4 kg per cápita por año en 2013; pero en las llanuras aluviales del Amazonas, el consumo de pescado capturado por las comunidades ribereñas se acerca a los 150 kg per cápita por año.
Esto prueba que el capital natural y su importancia respecto a la reactivación económica no solo tiene que ver con los puestos de trabajo, sino también con los alimentos . Ya sabemos lo importante que es la región en términos de agricultura. Después de todo, la región alberga el 12 % de las tierras cultivables del mundo. En los últimos 50 años (1961-2011), la superficie agropecuaria de la región aumentó considerablemente, de 561 millones a 741 millones de hectáreas. La expansión más grande tuvo lugar en América del Sur, donde pasó de 441 millones a 607 millones de hectáreas. Esto significa puestos de trabajo y alimentos. Pero el consumo de alimentos en la región no solo proviene de los cultivos; el consumo per cápita anual de productos del bosque comestibles es de 9,4 kg.
El turismo como camino hacia la recuperación
No podríamos terminar este relato sobre la importancia del capital natural para la recuperación de la región tras la COVID-19 sin mencionar el turismo. Antes de la pandemia, el sector mundial de viajes y turismo se fortalecía, superando el crecimiento del PIB mundial en 2018 por octavo año consecutivo. Los viajes y el turismo crecieron casi un 4% el año pasado, por encima del crecimiento global del PIB del 3.2%, y contribuyeron con un récord de $ 8.8 billones y 319 millones de empleos a la economía mundial.
No era de sorprender que el turismo, incluido el turismo de aventura, estuviese creciendo en nuestra región. La naturaleza, desde playas impolutas hasta bosques increíbles, es un atractivo turístico enorme. Desde 2006, la contribución directa del turismo al PIB regional creció un 7 % en términos reales, empleando unas 6 millones de personas de forma directa y 15 millones de forma indirecta. El turismo es uno de los principales sectores económicos del Caribe, con 25 millones de visitantes que aportaron $49 mil millones al PIB de la zona en 2013, es decir el 14 % de su PIB total.
El turismo de aventura, por su parte, es uno de los sectores de más rápido crecimiento, con clientes de alto poder adquisitivo, uno que apoya a las economías locales y promueve prácticas sostenibles. Es el futuro del turismo y es la actividad que sirve de conexión con el capital natural. Un aumento en el gasto turístico significa más puestos de trabajo. Y si bien el turismo está sufriendo un golpe duro durante la batalla por achatar la curva de la COVID-19, se prevé una pronta recuperación. Las inversiones que se hagan en la actualidad para captar una porción más grande de este mercado, particularmente en turismo de aventura, rendirán sus frutos en el largo plazo.
Pensar más allá de COVID-19
El rico capital natural de América Latina y el Caribe está listo para apuntalar una reactivación en toda la región. Aprovechar la naturaleza como motor de la recuperación requerirá de un entorno normativo sólido que fomente únicamente el uso sostenible de los activos públicos para beneficio privado, la salud pública y la fortaleza económica a largo plazo, además de un conjunto creíble de instituciones que puedan regular su uso y asegurar que el volumen de capital natural siga creciendo, así como tener acceso a capital reflexivo que incentive la gestión sostenible de recursos naturales y una hoja de ruta para la infraestructura que no abra las puertas de las áreas vírgenes de par en par. También incluye el importante papel que los pueblos indígenas pueden desempeñar en la recuperación posterior a COVID como protectores del medio ambiente, particularmente de la Amazonía.
Los países deben invertir en:
- Políticas que fortalezcan su normativa y aporten credibilidad a sus agencias regulatorias.
- Establecer cuotas extractivas sostenibles para productos madereros, no madereros y pesqueros en diferentes sectores.
- Desarrollar mercados domésticos que fijen un precio transparente al capital natural.
- Ayudar al sector financiero a administrar los riesgos relativos al precio y pensar en las garantías de forma diferente para promover la iniciativa empresarial en el sector.
- Hacer inversiones reales en puestos de trabajo intensivos en mano de obra que inventaríen el capital natural.
- Replantar áreas degradadas y limpiar ecosistemas degradados en el interior y en la costa.
Los países también pueden invertir de forma inmediata en la infraestructura resiliente y respetuosa con el clima necesaria para rentabilizar el capital natural, incluida la infraestructura de procesamiento que sirva para mejorar los puestos de trabajo en la cadena de valor y conectar los ricos recursos de la región a los mercados más acaudalados del mundo.
Con abundante capital natural disponible para ayudar a acelerar la recuperación de América Latina, y una creciente demanda mundial de todo lo que la naturaleza puede ofrecer, ahora es el momento de hacer que esta trabaje a favor de la población de toda esta región. Con la sostenibilidad como palabra clave, la naturaleza puede motorizar una economía resiliente a largo plazo, repleta de puestos de trabajo a lo largo de la cadena de valor y en todos los países, llevando prosperidad a comunidades rurales y costeras y a minoristas en las ciudades por igual, por muchas décadas.
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