Una mirada a la brecha de género en Paraguay durante la pandemia

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El año pasado, la pandemia de la COVID-19 revirtió el avance de las mujeres a nivel mundial desde varias dimensiones, pero principalmente en el plano económico. El mayor impacto se ha sentido en los sectores donde ellas están sobrerrepresentadas, llevándolas al desempleo y al trabajo no remunerado. 

Esta realidad ha afectado particularmente a Paraguay, donde debido a la crisis actual, vemos que las brechas de género en el mercado laboral, ya existentes antes de la pandemia, se han exacerbado. 

Según la Encuesta de Alta Frecuencia del Paraguay, una iniciativa del Banco Mundial, más de la mitad de las mujeres reportaron haber perdido su empleo en mayo de 2020, justo al inicio del brote de la enfermedad en comparación con el 35% de los hombres. Además, los hombres se han recuperado más rápidamente.

Asimismo, la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) muestra que las tasas de desempleo para las mujeres llegaron al 10,2% a finales del 2020, lo que corresponde a una reducción de 2.3 puntos porcentuales con respecto al mismo periodo en 2019 (en comparación con el 4,9% de los hombres que se redujo en 0.8 puntos porcentuales).  

El peso del trabajo no remunerado

Incluso antes de la pandemia, el trabajo no remunerado ya afectaba la capacidad de las jóvenes paraguayas para ingresar al mercado laboral, limitaba su capacidad de pasar tiempo generando ingresos y les impedía salir de relaciones abusivas  debido a la implícita dependencia económica en su agresor. Además, en comparación con los hombres en el Paraguay, las mujeres tienen una mayor carga en el hogar, llevándose una mayor proporción del trabajo doméstico y no remunerado, que incluye el trabajo de cuidado de los miembros del hogar. 

De hecho, en promedio, el trabajo no remunerado representaba cerca de 14,7 horas de cada día para las mujeres, en comparación con las 6,4 horas de los hombres, según la Encuesta del Uso de Tiempo realizada en 2016. 

El impacto sobre la capacidad de una persona para participar en el mercado laboral es claro. Casi la mitad (48,1%) de las mujeres que están inactivas reportan que no trabajan ni buscan empleo debido a sus tareas y trabajos domésticos. En el caso de los hombres, menos de 1 de cada 10 está en esta situación. Los desequilibrios del trabajo no remunerado son más evidentes en los hogares rurales donde las mujeres  dedicaron a estas actividades 16,2 horas más que sus contrapartes masculinas.

Un panorama poco alentador

Primero, las adolescentes ven gravemente restringidas sus oportunidades al tomar trabajos no remunerados en sus hogares desde temprana edad. Esto incrementa la probabilidad de aumentar las brechas de oportunidades de género, ya que las niñas son las que generalmente asumen las tareas domésticas y el cuidado de la familia. 

En Paraguay, las niñas y las jóvenes (de entre 14 y 24 años) pasan 20,5 horas en trabajos no remunerados, comparadas con las 9,7 horas de los hombres de la misma edad. De hecho, el 33,8% de las mujeres paraguayas de entre 15 y 29 años no trabajan ni estudian (comparadas con el 6,1% de los hombres). Son lo que se conoce como NINIs, es decir, que ni trabajan ni estudian, un término que es claramente engañoso ya que la mayoría de estas jóvenes sí trabajan, pero lo hacen en labores domésticas no remuneradas. 

En segundo lugar, las mujeres rurales que están particularmente en desventaja en varias dimensiones, como el trabajo no remunerado, sufrirán un mayor impacto debido a la pandemia. 

La vulnerabilidad de estas mujeres debido a su dependencia económica, bajo acceso a educación y salud, a las reducidas oportunidades económicas y a créditos, así como las bajas tasas de posesión de activos productivos, entre otros, se verá muy probablemente exacerbada por la crisis y sus efectos en el uso de su tiempo. 

El tiempo total que se usa en actividades no remuneradas es mayor en las áreas rurales debido, en gran medida, a las actividades agrícolas para el autoconsumo, en comparación con las áreas urbanas. De hecho, el 24% de las mujeres rurales son trabajadoras familiares no remuneradas, lo que las deja en una situación muy vulnerable. 

Finalmente, los efectos de la crisis limitarán la capacidad de las mujeres de generar ingresos y de ser económicamente independientes y, en general, de tener vidas autónomas. Las mujeres que son completamente dependientes financieramente de otra persona, a menudo de su pareja, tienen muy pocas oportunidades de salir de relaciones abusivas. 

La violencia contra las mujeres, un problema crítico en Paraguay, se ha agravado durante la pandemia.  A manera de ejemplo, el servicio de emergencia del Ministerio de la Mujer registró un 50% más de llamadas en marzo de 2020, comparadas con el mismo mes del año anterior, lo que hace que la otra pandemia sea visible: el aumento de casos de violencia de género en el país.

¿Qué hacer?

Durante el período post-pandemia, son necesarias políticas que ofrezcan servicios de cuidado y que promuevan el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado compartido entre hombres y mujeres.   

Para atenuar los efectos de la pandemia en la ampliación de las brechas de género en Paraguay, el abordar la carga del trabajo no remunerado irá de la mano con el avance de las mujeres en el mercado laboral, y la promoción de su posición en la sociedad de manera más amplia. 

Es preciso:

  • Aumentar la consciencia sobre la importancia de la participación de las mujeres en la sociedad, en especial a las niñas.
  • Abordar la carga de cuidado de familiares como un esfuerzo mancomunado entre sociedad y gobierno.
  • Impulsar iniciativas que apunten a ofrecer opciones públicas para el cuidado. 

Reconocer el valor pleno del uso del tiempo de las mujeres tendría una gran recompensa, no solo para ellas, sino también para sus familias y para la sociedad paraguaya en general.
 


Autores

Gustavo Canavire-Bacarreza

Economista sénior en la Práctica Global de Pobreza y Equidad

Gabriel Lara Ibarra

Economista sénior en la Práctica Global de Pobreza

Miriam Muller

Senior Social Scientist with the Poverty Global Practice at the World Bank

Flavia Sacco Capurro

Consultant in the Poverty and Equity Global Practice

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