En el panorama en constante evolución de la ayuda mundial, ha surgido un patrón perceptible: una proliferación de canales de ayuda y fondos verticales, transacciones fragmentadas y un rápido aumento de la asistencia para fines específicos.
En apenas una década, se han creado 333 nuevas entidades de ayuda. En países como Malí, Malawi, Rwanda y Tayikistán, que tienen poblaciones relativamente pequeñas, se ha establecido un número asombroso de organismos, lo que ha dado como resultado un promedio de una entidad por cada 76 000 a 138 000 ciudadanos.
La fragmentación de la ayuda se ve agravada por la disminución del volumen de las transacciones financiadas por donantes. En promedio, en las últimas dos décadas, la asistencia oficial para el desarrollo (AOD) en concepto de donaciones se ha reducido a la mitad, bajando de USD 1,6 millones en 2000 a solo USD 0,8 millones en 2021. Este fraccionamiento de las donaciones en partes más numerosas y más pequeñas representa una carga desproporcionada para las naciones en desarrollo con niveles de ingreso más bajos y capacidad limitada.
Además, se ha producido un cambio sustancial en la asignación de la ayuda para mecanismos dedicados a sectores o temas específicos. Dado que los compromisos para donaciones se han multiplicado por 16 en los últimos 20 años, los denominados fondos verticales proporcionan ahora a los países en desarrollo un mayor volumen de donaciones de AOD que los bancos multilaterales de desarrollo (BMD).
Por ejemplo, si bien las nuevas contribuciones a las tres principales entidades de los BMD que proporcionan financiamiento en condiciones concesionarias —la Asociación Internacional de Fomento (AIF), el Banco Africano de Desarrollo y el Banco Asiático de Desarrollo— han disminuido en un 15 % en términos nominales en la última década, los aportes a los cinco mayores fondos verticales —el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria, la Alianza para las Vacunas, el Fondo Verde para el Clima, la Alianza Mundial para la Educación y el Fondo para el Medio Ambiente Mundial— han aumentado en un 95 %, superando a los BMD en USD 9200 millones.
El auge de estos fondos verticales ha incrementado considerablemente los flujos financieros hacia ciertos sectores y áreas temáticas, que son de alta prioridad para los países donantes. Sin embargo, la mayoría de los fondos verticales funcionan como mecanismos no apalancados, es decir por cada dólar de los donantes proporcionan un dólar equivalente a los países receptores. Si, en cambio, el mayor financiamiento dirigido a los fondos verticales se hubiera asignado a las entidades de los BMD y se supone un apalancamiento conservador de 2,5 veces, la cifra de USD 19 600 millones podría haber movilizado otros USD 50 000 millones para el desarrollo mundial. Esto pone de relieve las oportunidades perdidas y la posibilidad de lograr un mayor equilibrio en la asignación estratégica de los escasos recursos en condiciones concesionarias.
El mayor equilibrio en la asignación de recursos y la adopción de un enfoque más colaborativo pueden ayudar a superar los desafíos que plantea la competencia por los recursos y la creciente fragmentación, y permitiría movilizar más fondos para enfrentar con eficacia los desafíos del desarrollo mundial.
Una posible solución consiste en optimizar el uso de los recursos asignados para fines específicos a través del modelo de la AIF basado en los países. La AIF, con su singular modelo financiero híbrido, tiene la capacidad de multiplicar por tres o cuatro cada dólar aportado por los donantes. Por ejemplo, se podrían generar USD 4 en financiamiento en condiciones concesionarias por cada USD 1 comprometido para iniciativas de adaptación al cambio climático.
Otra forma de utilizar al máximo los recursos asignados para un fin determinado y reducir la fragmentación sería que la AIF cofinancie proyectos con fondos verticales, como lo ha hecho con el Fondo Mundial de Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y la Malaria en nueve proyectos en los últimos 10 años.
Únase a la conversación