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Cuando se produzcan las crisis de deuda, no hay que culpar simplemente a la pandemia

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Todas las crisis de deuda comienzan con advertencias ignoradas y terminan con limitaciones graves a la inversión en educación, salud e infraestructura, entre otras cosas. Estas crisis a menudo provocan descontento social y colapso del Gobierno, generando un retroceso duradero de las perspectivas de crecimiento del país afectado.

Como consecuencia de la pandemia de COVID-19, la deuda mundial se ha disparado. En la actualidad, el 58 % de los países más pobres del mundo se encuentran en situación de sobreendeudamiento o tienen un alto riesgo de caer en ella , y el peligro se está extendiendo también a algunos países de ingreso mediano (i). La elevada inflación, el aumento de las tasas de interés y la desaceleración del crecimiento han preparado el terreno (PDF, en inglés) para crisis financieras similares a las que estuvieron sumidas numerosas economías en desarrollo a principios de la década de 1980.

Pero sería un error culpar a la pandemia si se produjesen esas crisis. Las semillas se sembraron mucho antes de la COVID-19. Un análisis de una muestra de 65 países en desarrollo indica que, entre 2011 y 2019, la deuda pública aumentó un 18 % del PIB en promedio, y mucho más en varios casos. En África subsahariana, por ejemplo, la deuda aumentó un 27 % del PIB en promedio. 

¿Qué impulsó la acumulación de deuda antes de la COVID-19? Seamos claros: no se trataba de sorpresas económicas que no pudiesen haber sido previstas por los Gobiernos.  Se trató sencillamente de malas políticas.

Nuestro análisis de la sostenibilidad de la deuda (i) en 65 economías en desarrollo indica que los déficits primarios sostenidos fueron el principal factor que impulsó la deuda pública en esos países. Los países simplemente gastaban por encima de sus posibilidades. Entre 2011 y 2019, el aumento medio de la deuda pública atribuible a los déficits primarios ascendió a un enorme 14 % del PIB. En África subsahariana, el porcentaje llegó al 18 %. Sin embargo, en Asia meridional, fue un poco más del 5 %. 

En África, en particular, la evidencia indica que los Gobiernos causaron un aumento de los déficits primarios no debido a inversiones productivas a largo plazo, sino sencillamente porque utilizaron los recursos para pagar cuentas vigentes. Se endeudaron mucho más para pagar los salarios de los trabajadores del sector público que para construir carreteras, escuelas y fábricas. Entre los 33 países de África subsahariana incluidos en nuestra muestra, el gasto corriente superó la inversión de capital en una proporción de casi tres a uno.

Eso no contribuyó a reforzar su capacidad de reembolso de la deuda. Estos países tampoco optaron por pedir préstamos baratos a prestamistas multilaterales que ofrecían tasas de financiamiento en condiciones concesionarias. En 2010, los prestamistas multilaterales representaron el 56 % de la deuda pública y con garantía pública de los países de África subsahariana; en 2019, esa proporción llegó solo al 45 %. En 2010, los préstamos de acreedores del Club de París (i) representaron el 18 % de la deuda; en 2019, la proporción alcanzó solamente al 8 %. Por otra parte, los préstamos de China y de acreedores comerciales casi se triplicaron a lo largo del mismo tiempo: del 6 % al 16 %, y del 8 % al 24 %, respectivamente.

En tanto que el crecimiento económico real se mantuvo sólido, los riesgos quedaron encubiertos. El crecimiento frena la acumulación de deuda pública: según nuestros datos, desde 2011 hasta 2019, el crecimiento económico —ajustado por inflación— redujo la deuda pública en una cifra equivalente a alrededor del 12 % del PIB.  En la actualidad, sin embargo, la dinámica va en sentido contrario: se espera que las economías en desarrollo crezcan solo un 3,4 % (PDF, en inglés) en 2022, apenas la mitad de la tasa en 2021. Y dado que las tasas de interés aumentan para hacer frente a la inflación, es probable que el crecimiento siga siendo débil durante los próximos dos años.

Es hora de que los responsables de formular políticas practiquen el proverbio: “Si te encuentras en un hoyo, deja de cavar”. La adopción de buenas políticas en este momento podría reparar gran parte de los daños:

Aumentar el crecimiento. La mejor manera de escapar de la trampa de la deuda es salir de ella. Las medidas para mejorar las condiciones de las empresas, una mejor asignación de los recursos y una sana competencia en el mercado son medidas de política esenciales para impulsar el crecimiento de la productividad.  Los Gobiernos deberían aprovechar esta crisis para acelerar reformas estructurales clave.

Agilizar las reformas de la política fiscal. Mejorar la eficiencia de la administración tributaria y cerrar los vacíos legales son un buen comienzo, pero los Gobiernos deberían ampliar las bases impositivas de manera que apoyen el crecimiento a largo plazo en lugar de dificultarlo. Esto puede lograrse centrándose en actividades que perjudican el crecimiento sostenible y la salud pública —impuestos al consumo de tabaco y las emisiones de carbono, por ejemplo— al tiempo que se reducen los impuestos sobre las actividades productivas. El cumplimiento de las obligaciones tributarias (i) puede aumentarse haciendo que los sistemas tributarios sean más equitativos. El sobreendeudamiento puede eliminarse si los Gobiernos mejoran los procedimientos de gestión de la deuda y el gasto público, y fortalecen al mismo tiempo el entorno jurídico para la contratación de deuda.

Acelerar la reestructuración de la deudaMuchos de los países que se encuentran en dificultades hoy en día están condenados al fracaso si no pueden conseguir asistencia.  La comunidad internacional tiene que ayudarlos mejorando las iniciativas mundiales que facilitan la reestructuración de la deuda. Los responsables de formular políticas deberían explorar todas las oportunidades para incentivar a los distintos tipos de acreedores —bilaterales, comerciales y multilaterales— a lograr rápidamente un acuerdo que proporcione alivio a los países sobreendeudados.

Las crisis también generan oportunidades. En medio de las crisis simultáneas que observamos hoy, los Gobiernos tienen la posibilidad de plantar las semillas para un futuro más estable y próspero. No deberían desaprovechar esta ocasión.


Autores

Marcello Estevão

Director global, Práctica Global de Macroeconomía, Comercio e Inversión, Banco Mundial

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