Empecé a trabajar en el Banco Mundial en 1988, el 17 de octubre, fecha en la que se celebra el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza. Desde entonces, muchas cosas han cambiado. La tasa de personas que viven en la pobreza extrema ha disminuido en forma sostenida del 36 % en 1990 al 10 % en los últimos años.
Hasta este año. Debido a la crisis provocada por la COVID-19, y a los actuales desafíos que representan los conflictos y el cambio climático, el mundo experimentará el primer aumento de la pobreza extrema en más de dos décadas. Este retroceso hace que este Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza sea especial: una oportunidad para centrarse en redoblar nuestros esfuerzos y recuperar el terreno que hemos perdido, sobre todo en regiones como África al sur del Sahara, donde se observa una concentración cada vez mayor de la pobreza.
En el informe La pobreza y la prosperidad compartida (i) publicado recientemente por el Banco se estima que este año caerán en la pobreza extrema entre 88 millones y 115 millones de personas, y que esa cifra llegará a 150 millones para fines de 2021. De ese modo, el número total de pobres volverá a aumentar a 767 millones, un nivel casi tan alto como el de 2015.
Esto significa que en muchas partes del mundo los niños no irán a la escuela. Y en todo el planeta habrá tasas de mortalidad más elevadas, más hambre y menos acceso a agua potable. Ya hemos visto enormes retrocesos en áreas de desarrollo clave, áreas donde se estaban logrando avances importantes. Estas son algunas de las consecuencias del aumento de la pobreza. Por eso debemos actuar.
La pandemia ha provocado más de 1 millón de muertes en todo el mundo, y aún no sabemos cuándo se acabará definitivamente. Las personas más pobres —en países ricos y pobres por igual— son las que más están sufriendo. Y muchas personas que no se habían visto afectadas por las crisis económicas anteriores hoy están siendo empujadas a la pobreza.
Si bien la COVID-19 contribuye a agravar muchas de las principales dificultades que obstaculizan la reducción de la pobreza, el cambio climático juega un rol preponderante. Más del 40 % de los pobres del mundo viven actualmente en países afectados por conflictos, cifra que, según los pronósticos, seguirá aumentando en la próxima década. Y el cambio climático está produciendo un efecto descomunal: podría empujar a entre 68 millones y 132 millones de personas a la pobreza para 2030.
Por este motivo, la Asociación Internacional de Fomento (AIF), el fondo del Banco Mundial destinado a los países más pobres, está haciendo tanto hincapié en el cambio climático y la fragilidad, así como en el empleo, las cuestiones de género y la gobernanza.
Entre 2017 y 2020 hemos más que duplicado nuestro apoyo en las zonas afectadas por situaciones de fragilidad y conflicto hasta llevarlo a USD 23 000 millones.
Durante los últimos cinco años, el Grupo Banco Mundial ha proporcionado USD 83 000 millones en inversiones relacionadas con el clima, por lo que nos hemos convertido en la mayor fuente multilateral de financiamiento destinado a iniciativas climáticas. Estamos colaborando activamente con países de todo el mundo en la mitigación del cambio climático y la adaptación a sus efectos.
Cuando nos enfrentamos a crisis simultáneas, como las actuales, debemos pensar a corto y a largo plazo. A corto plazo, el Grupo Banco Mundial ha adoptado medidas rápidas y ambiciosas para ayudar a los países a hacer frente a los impactos de la COVID-19.
Prevemos que, dentro de un plazo de 15 meses (abril de 2020 a junio de 2021), los países más pobres recibirán una ayuda de entre USD 50 000 millones y USD 60 000 millones; la AIF ya ha comprometido casi USD 25 000 millones desde abril.
Nuestro apoyo se centra en salvar vidas y proteger los medios de subsistencia. Estamos ayudando a 111 países en materia de salud y hemos anunciado la próxima etapa de apoyo, que, gracias a una iniciativa por valor de USD 12 000 millones, permitirá ayudar a los países a financiar las vacunas. También estamos trabajando para ayudar a los países a ampliar la protección social, respaldar la educación a distancia y preservar los empleos y los medios de subsistencia.
No obstante, se necesita más financiamiento, razón por la cual promovimos, con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Iniciativa de Suspensión del Servicio de la Deuda del Grupo de los Veinte (G-20), que está ayudando a los países más pobres a liberar los recursos fiscales necesarios para responder a la COVID-19. Por eso también estamos pidiendo a la comunidad internacional que extienda esta moratoria y garantice que los países en desarrollo reciban financiamiento externo en condiciones concesionarias a un nivel proporcional a las dificultades que plantea la pandemia.
A largo plazo, debemos revertir la tendencia de aumento de la pobreza y ayudar a los países a abordar los desafíos de desarrollo que son clave para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible. Esto exigirá que la comunidad internacional tome medidas en todos los niveles: nacional, bilateral y multilateral. La solidaridad internacional con los países más pobres y las inversiones inteligentes nos ayudarán a encaminarnos.
El informe La pobreza y la prosperidad compartida, además de aportar información sumamente reveladora, nos recuerda que esta no es la primera vez que nos enfrentamos a desafíos aparentemente insuperables. Lo hemos hecho antes —tras la crisis financiera asiática, por ejemplo, y durante el brote de ébola— y lo volveremos a hacer.
Esta crisis mundial es un momento histórico decisivo. Para avanzar en la resolución de los desafíos de desarrollo, el mundo debe comprometerse a fortalecer la cooperación y la coordinación tanto dentro de los países como entre ellos. Debemos trabajar juntos y mejor. Ningún país ni organización puede hacerlo solo. Debemos actuar con audacia, de manera decidida y a gran escala.
Realmente espero que el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza vuelva a ser una fecha en la que celebremos los avances logrados hasta que hayamos puesto fin a la pobreza de una vez por todas.
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