En la década de 1990, las ciudades colombianas enfrentaban una amplia gama de problemas de transporte, la mayoría de los cuales les resultan familiares a los habitantes de zonas urbanas de todo el mundo: congestión crónica del tránsito, alarmantes tasas de muertes por accidentes de tráfico y servicios de transporte público inadecuados. En un país donde alrededor de tres cuartas partes de la población vive en ciudades, las deficiencias del sistema de transporte urbano tuvieron consecuencias de gran alcance en la productividad económica y mantuvieron a muchas personas apartadas de los lugares de trabajo, los establecimientos de educación, los centros de salud o de otros servicios esenciales.
Colombia decidió encarar el problema de forma directa. Desde principios de siglo, los Gobiernos nacionales y locales han implementado una serie de estrategias para redefinir la movilidad urbana en las 14 ciudades más grandes del país, con un claro enfoque en el transporte público, la movilidad activa, la seguridad vial y la mejora de la gestión del tráfico. Los sucesivos planes han sido ampliamente reconocidos por tener objetivos ambiciosos e integrales, convirtiendo a Colombia en un laboratorio de innovación en transporte urbano que ha inspirado a muchos países en desarrollo.
Mientras me encontraba en una misión oficial en Bogotá la semana pasada, tuve la oportunidad de observar directamente estos avances y ser testigo del impacto transformador que el transporte sostenible puede tener en las ciudades, sus habitantes y sus economías.
El cambio es visible tan pronto como se aterriza en la ciudad. En la avenida principal que conecta el aeropuerto con el distrito central, varios carriles de tráfico son de uso exclusivo para autobuses de alta capacidad y alta frecuencia, cuyos tiempos de viaje son rápidos y constantes. Este sistema de autobuses de tránsito rápido (ATR), conocido localmente como TransMilenio, se ha convertido en un símbolo del enfoque de Colombia para abordar la movilidad urbana y la planificación de las ciudades, un enfoque en el que se prioriza el traslado de las personas en lugar de la circulación de los automóviles, incluso reasignando el espacio público para el transporte masivo y otros modos de transporte sostenibles.
Si bien otras ciudades habían experimentado con los sistemas de ATR antes de la puesta en marcha de TransMilenio, Bogotá fue una de las primeras zonas urbanas importantes en utilizar esta tecnología a tan gran escala. La red ha crecido constantemente desde la apertura de la primera línea en el año 2000. En la actualidad, el sistema cuenta con unos 114 km de corredores exclusivos de los ATR y 147 estaciones dispersas por toda la ciudad, y se prevé la planificación o construcción de varias líneas adicionales. Dondequiera que uno vaya en Bogotá, es difícil no ver los autobuses de color rojo vivo de TransMilenio circulando por las calles, o el flujo continuo de personas que caminan rápidamente hacia y desde las estaciones. En 2019, se estimó que 2,6 millones de habitantes utilizaban el sistema todos los días. El éxito de TransMilenio ha reforzado considerablemente los argumentos en favor de los autobuses de tránsito rápido y ha impulsado a varias de las ciudades más grandes y congestionadas del mundo a establecer sus propios sistemas de ATR.
En Bogotá, las rutas de autobuses locales también han sido objeto de una revisión a fondo. Desde 2011, los servicios de autobuses informales se han mejorado para crear una red fácil de usar, segura y coherente que llega prácticamente a todos los rincones de la ciudad. Este Sistema de Transporte Público Integrado (SITP) cuenta con paradas bien diseñadas, carriles prioritarios para autobuses, un sistema avanzado de información para el usuario y una flota de vehículos moderna, que incluye una cantidad récord de 900 buses eléctricos. El programa para formalizar los servicios ha mejorado de manera significativa las condiciones de transporte para los pasajeros, brindando al mismo tiempo a los operadores un flujo de ingresos predecible. Hace tres años, la ciudad también inauguró su primer sistema de teleférico, que conecta directamente a las comunidades de laderas de bajos ingresos con la red del TransMilenio.
Por supuesto, siguen existiendo algunos desafíos. Bogotá aún se encuentra entre las ciudades más congestionadas de América Latina, donde las personas pierden en promedio 94 horas al año en atascos de tránsito. Los usuarios del transporte público también sienten la presión: la popularidad del TransMilenio ha provocado una grave aglomeración en los autobuses y las paradas, y será difícil aumentar la capacidad del sistema.
Por ello, todas las miradas están puestas ahora en otro proyecto que revolucionará la manera en que las personas se desplazan por la ciudad: la primera línea del Metro de Bogotá. La fase inicial de la construcción ha comenzado oficialmente, y se espera que los trenes comiencen a operar en 2027. Una vez que esté en funcionamiento, el metro transportará hasta 600 000 pasajeros diarios, aumentando enormemente la capacidad del sistema de tránsito de Bogotá. La nueva línea de metro se convertirá en el pilar de la red de transporte urbano y ofrecerá oportunidades de conexión con otros servicios de transporte público.
Las autoridades gubernamentales que conocí durante mi misión mostraron gran entusiasmo por el potencial del proyecto. La expectación se justifica completamente. En una metrópolis extensa como Bogotá, la introducción de un sistema de metro rápido y eficiente se puede traducir en acceso a más empleos y oportunidades, desplazamientos más rápidos, una economía local más sólida y menos contaminación. Todo esto marcará una diferencia significativa en la vida cotidiana de los bogotanos.
Además de la inversión en transporte público, la ciudad ha adoptado varias políticas importantes que respaldarán aún más la transición hacia el transporte urbano sostenible. El ciclismo, en particular, ha sido una prioridad clave. En 2019, los habitantes de la ciudad ya tenían 583 km de ciclovías a su disposición y realizaron más de 800 000 viajes en bicicleta al día (el 9 % de los viajes diarios), convirtiendo a Bogotá en una de las ciudades que más fomenta el uso de bicicletas en el mundo en desarrollo. La pandemia no ha hecho sino acelerar esta tendencia, y en los planes más recientes se tiene previsto un total de 830 km de carriles para bicicletas en 2024. Paralelamente, las autoridades han estado trabajando activamente para regular el uso de automóviles privados, restringiendo por ejemplo el acceso de vehículos al centro de la ciudad durante las horas pico y cobrando nuevas tarifas para el estacionamiento en la calle.
El Banco Mundial ha respaldado muchos de estos cambios, a través de asistencia financiera continua para los proyectos de transporte público de la ciudad: en primer lugar, con el apoyo a TransMilenio y, actualmente, al futuro metro, asumiendo el compromiso de proporcionar hasta USD 600 millones para la Línea 1. Además, nuestros expertos han brindado asistencia técnica a otros programas de movilidad en Bogotá, que abarcan desde la implementación de la red de autobuses del SITP hasta la entrega de un subsidio al transporte para residentes de bajos ingresos, la creación de modelos innovadores para gestionar la demanda de transporte y la propuesta de desarrollar vecindarios de uso mixto, densos y bien diseñados alrededor de las estaciones de transporte público.
Estamos muy entusiasmados de continuar con esta labor, que promete generar considerables beneficios. La Línea 1 del Metro de Bogotá, por ejemplo, dará a los residentes acceso a 28 000 empleos adicionales, permitirá prevenir más de 37 500 toneladas de CO2 anuales y aumentará la producción económica hasta en un 4 %. Los planes para crear una segunda línea del metro avanzan rápidamente, y la ciudad tiene previsto adjudicar el contrato de construcción a fines de 2023. Hemos estado colaborando con nuestras contrapartes locales para identificar cómo podemos apoyar el proyecto de la Línea 2 con asistencia técnica y financiamiento.
Los cambios que se están produciendo en Bogotá transmiten un mensaje contundente sobre el potencial del transporte sostenible para las personas, el planeta y la economía. Ya sea ampliando el transporte público, promoviendo los viajes en bicicleta y a pie, o apoyando la transición hacia el uso de vehículos de cero emisiones, los países tienen muchas vías para hacer que sus sistemas de transporte sean más limpios y más eficientes y, al mismo tiempo, impulsar el crecimiento económico y mejorar las condiciones de vida.
En el Banco Mundial, creemos firmemente que una movilidad más ecológica y más inclusiva puede ser beneficioso para todos en materia de desarrollo. Y estamos preparados para ayudar a los países a aprovechar el poder del transporte sostenible, en Colombia y en todo el mundo.
Únase a la conversación