Los sistemas humanos, ecológicos y climáticos están profundamente conectados (i). Nuestros trabajos, nuestra salud e incluso nuestros valores culturales provienen de nuestro entorno natural. En consecuencia, el cambio climático se ha convertido en el desafío más importante de nuestros tiempos y se está convirtiendo rápidamente en el nuevo paradigma del desarrollo mundial.
Los Gobiernos, los bancos multilaterales y otros actores importantes del ámbito del desarrollo han incrementado sus compromisos financieros para abordar el cambio climático. Sin embargo, muchos de estos compromisos aún carecen de un ingrediente clave: un enfoque claro en los pobres y vulnerables. En la actualidad, el 90 % (i) del financiamiento climático se destina a la mitigación del cambio climático, lo que incluye la energía limpia y el transporte sostenible. Si bien estas inversiones son fundamentales para frenar el ritmo al que avanza el fenómeno, a menudo no resuelven los problemas persistentes que enfrentan los pobres.
Las personas más pobres del mundo suelen carecer de recursos —dinero, activos físicos y conocimientos— para hacer frente a las conmociones climáticas y adaptarse a ellas. A menudo responden de maneras que degradan aún más el entorno que las rodea, creando un círculo vicioso de pobreza y deterioro ambiental. Las mujeres son particularmente vulnerables y corren un mayor riesgo que los hombres de perder sus medios de subsistencia debido a una crisis climática (i). Los Gobiernos deben trabajar arduamente para incluir a los más pobres, en particular las mujeres, en las iniciativas climáticas, asegurándose de que cuenten con los recursos necesarios para hacer frente a las crisis inmediatas, adaptarse a los impactos climáticos a largo plazo y beneficiarse de la incipiente revolución verde. Si los pobres se ven obligados a enfrentar la crisis climática por sí solos, las consecuencias son claras: migración, disturbios civiles y hambruna, fenómenos que ya están comenzando a manifestarse.
Los Gobiernos deben trabajar arduamente para incluir a los más pobres, en particular las mujeres, en las iniciativas climáticas, asegurándose de que cuenten con los recursos necesarios para hacer frente a las crisis inmediatas, adaptarse a los impactos climáticos a largo plazo y beneficiarse de la incipiente revolución verde.
A medida que los impactos climáticos se vuelven cada vez más visibles, los Gobiernos reconocen la necesidad de adoptar estrategias de desarrollo resiliente frente al clima (i) que aborden de manera integral los desafíos interrelacionados de la pobreza y el cambio climático. Es importante señalar que no es posible abordar ambos desafíos simultáneamente a través de intervenciones únicas. La reforestación de vastos paisajes por sí sola no garantiza mejores resultados para los pobres, del mismo modo que las transferencias monetarias, si bien son esenciales en tiempos de desastres climáticos, no garantizan una mayor biodiversidad. Idealmente, los programas deben proporcionar un enfoque integrado que combine los objetivos relacionados con la pobreza y el clima, con la participación de diversos sectores y actores, como los de protección social, medio ambiente y agricultura.
Una solución eficaz en función de los costos en los programas de inclusión económica
Un excelente ejemplo de enfoque integrado son los programas de inclusión económica (también conocidos como programas de inclusión productiva). Estos programas, que cuentan con una sólida base empírica, han crecido (i) en los últimos años. Entonces, ¿qué es un programa de inclusión económica? Estos programas se definen como un conjunto de intervenciones multidimensionales que brindan apoyo a hogares y comunidades extremadamente pobres y vulnerables para que aumenten sus ingresos y activos de manera sostenible. Ayudan a las personas a salir de la pobreza mediante una combinación de intervenciones como transferencias monetarias, capacitación técnica, capital empresarial, orientación y acceso a los mercados. Si bien varían en cuanto a la escala y la cantidad de intervenciones, todos ellos contribuyen al doble objetivo de fortalecer la resiliencia y las oportunidades para las personas y los hogares pobres. Cuando se implementan a través de sistemas gubernamentales, estos programas pueden ser muy eficaces en función de los costos (i) y generar un alto rendimiento sobre la inversión.
Durante los últimos cinco años, la Alianza para la Inclusión Económica (i) del Banco Mundial ha respaldado a los Gobiernos en la adopción y ampliación de programas de inclusión económica. Desde que dicha alianza comenzó a monitorear estos programas a través de su encuesta semestral sobre el estado de la inclusión económica, se reconoce cada vez más que existen importantes oportunidades para alinear la acción climática con la inclusión económica. Según los resultados de la última encuesta, en más de dos tercios de estos programas se incorporan intervenciones que fortalecen la resiliencia climática. A partir de estas bases sólidas, los programas de inclusión económica tienen el potencial de convertirse en poderosos motores para abordar la compleja intersección entre el cambio climático, la desigualdad de género y la pobreza.
A partir de estas bases sólidas, los programas de inclusión económica tienen el potencial de convertirse en poderosos motores para abordar la compleja intersección entre el cambio climático, la desigualdad de género y la pobreza.
Actuar en la práctica: un enfoque estratégico para abordar el nexo entre el clima y la pobreza
Impulsada por un llamado a la acción de la 27ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (i), la Alianza para la Inclusión Económica se asoció con expertos en protección social, clima, agricultura y gestión de recursos naturales para elaborar un marco (i) sobre cómo abordar estratégicamente el nexo entre el cambio climático y la pobreza en los programas de inclusión económica. El potencial es enorme. En el marco de los programas, que son flexibles y multisectoriales, se puede operar en tres áreas clave: redes de protección social adaptativas, sistemas alimentarios y ecológicos, y empleos verdes y transición justa.
Hoy en día, tanto los Gobiernos como sus asociados para el desarrollo buscan enfoques eficaces en función de los costos que beneficien tanto a las personas como al planeta. Los programas de inclusión económica se consideran una inversión sumamente rentable. Con el respaldo de sus socios financieros (i), la Alianza para la Inclusión Económica adjudicó recientemente donaciones catalizadoras para orientar seis programas gubernamentales de inclusión económica en Etiopía, India, Senegal, Kenya, Togo y Uzbekistán, con el objetivo de beneficiar a más de 3,7 millones de personas pobres. Durante un período de dos años, estas donaciones se utilizarán para respaldar la innovación de los programas con el fin de lograr mejores resultados en materia de clima, género y pobreza. Dichas innovaciones incluyen identificar cadenas de valor verdes y oportunidades no agrícolas, en particular para las mujeres, ofrecer conocimientos y capacitación en tecnologías agrícolas climáticamente inteligentes, y desmitificar los mercados mundiales de carbono y los seguros contra desastres para los pobres. Dado que el éxito depende del flujo de conocimientos entre los distintos sectores, con cada donación se financiarán los esfuerzos destinados a promover la cooperación entre ministerios, organizaciones no gubernamentales y organismos del sector privado. La colaboración es esencial para el programa de cambio climático y pobreza, y no puede ocurrir sin una asignación de recursos adecuada.
El financiamiento climático debe centrarse en los más pobres, y los programas de inclusión económica están excepcionalmente bien posicionados para hacerlo. En los próximos años, la Alianza para la Inclusión Económica compartirá las ideas de este grupo de beneficiarios con toda la comunidad del desarrollo y contribuirá a los resultados de los programas de inclusión económica relacionados con el cambio climático y la pobreza.
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