La semana pasada, el Grupo Banco Mundial anunció que proporcionará un paquete de USD 12 000 millones, un nivel de financiamiento sin precedente para ayudar a los países en desarrollo y a las empresas a lidiar con los impactos sanitarios y económicos provocados por la COVID-19. Gran parte del apoyo tendrá carácter reactivo y estará destinado a financiar la adoptación de medidas inmediatas para fortalecer nuestra respuesta a una amenaza nueva. No obstante, parte del financiamiento también será preventivo, como debería ser si estamos dispuestos a aprender de las experiencias pasadas y a fortalecer nuestra ayuda colectiva antes de que se produzcan nuevos brotes.
La crisis de la COVID-19, al igual que el síndrome respiratorio agudo grave (SRAG), el síndrome respiratorio del Oriente Medio (SROM), el ébola, la gripe aviar y la gripe porcina que la precedieron, ofrece a los países una nueva oportunidad de hacer lo debido y abordar algunas de las causas profundas de las enfermedades infecciosas: el riesgo no controlado de la transmisión de agentes patógenos de los animales a los seres humanos en un entorno sumamente cambiante.
La salud de los animales, la salud de las personas y la salud del planeta están interconectadas, y los sistemas alimentarios proporcionan una variedad de factores que favorecen la aparición de enfermedades.
Los expertos en la materia instan a aplicar el enfoque “Una salud”, basado en una comprensión más acabada de los vínculos que existen entre la gestión deficiente del ganado, la manipulación riesgosa de los alimentos, la degradación ambiental, el avance desmedido sobre los hábitats salvajes y las enfermedades humanas. En pocas palabras, la salud de los animales, la salud de las personas y la salud del planeta están interconectadas, y los sistemas alimentarios proporcionan una variedad de factores que favorecen la aparición de enfermedades (i).
En la actualidad, estos sistemas alimentarios se ven afectados por los aumentos considerables en la producción y el consumo, impulsados por el crecimiento de las poblaciones y de los ingresos. A su vez, los sistemas naturales, sometidos a la presión de la agricultura, están llegando al límite de su capacidad tras décadas de deforestación, degradación de los suelos, manejo ineficiente de nutrientes, pérdida de biodiversidad y cambio climático. El aumento de los intercambios y del comercio también ha multiplicado la capacidad de propagar rápidamente las enfermedades. Como resultado, hemos asistido al aumento tanto de la frecuencia como del impacto económico (i) de estas nuevas enfermedades infecciosas, muchas de las cuales provienen de animales.
La buena noticia es que no estamos empezando desde cero. Hace 14 años, el Banco Mundial lideró un sólido programa dirigido a abordar la gripe aviar, las enfermedades zoonóticas y la preparación y respuesta ante casos de pandemia. Gracias al Programa Mundial para el Control de la Gripe Aviar y la Preparación y Respuesta ante Casos de Pandemia Humana (i), aprobado en 2006, tanto los países gravemente afectados por la enfermedad como los que no están afectados pero que se mantienen en estado de alerta pudieron aprovechar el apoyo financiero y técnico para fortalecer su capacidad de controlar la enfermedad de manera temprana y eficaz. El programa multisectorial estuvo activo en 62 países y contribuyó a evitar que se produjera una costosa pandemia a través de iniciativas de bioseguridad y vigilancia, y una mejor capacidad de diagnóstico, de información y comunicaciones, y de respuesta.
Una enseñanza clave extraída de esa crisis (PDF, en inglés) es que vale la pena invertir en prevención, en todos los países que solicitan ayuda, independientemente de la gravedad de una crisis en particular o del lugar donde ocurra. Los beneficios económicos y para la salud pública son considerables tanto para los países prestatarios como para todo el mundo.
Hay otra enseñanza de esa época que merece una reflexión más profunda, y es que finalmente se acabaron las oportunidades para actuar. Si bien el programa brindó apoyo para 83 operaciones entre 2006 y 2013, la crisis financiera y la crisis del precio de los alimentos de 2008-09 desvió la atención del mundo y modificó sus prioridades. La demanda de prevención disminuyó. Sin embargo, persistieron riesgos graves, como lo constatan los brotes que se han producido desde entonces.
Nuestra labor analítica también proporciona sólidos argumentos económicos para invertir en la prevención. En People, Pathogens and Our Planet: The Economics of One Health (Las personas, los agentes patógenos y nuestro planeta: Los aspectos económicos del enfoque Una salud) (PDF, en inglés), estimamos que para construir y operar sistemas del enfoque “Una salud” destinados al control eficaz de las enfermedades en países de ingreso mediano y bajo se necesitarían solo USD 3000 millones por año, y que dichos sistemas generarían un ahorro de hasta USD 37 000 millones proveniente de la reducción de las epidemias y pandemias, es decir, una ganancia neta anual de USD 34 000 millones. En otro estudio —The Safe Food Imperative (El imperativo de la inocuidad de los alimentos) (i)— se estimó que en los países de ingreso mediano y bajo el costo de las enfermedades alimentarias asciende a USD 110 000 millones al año como consecuencia de la pérdida de productividad y de los gastos médicos. Y en la investigación Drug-Resistant Infections: A Threat to Our Economic Future (Infecciones resistentes a los medicamentos: Una amenaza a nuestro futuro económico) (i), se concluyó que el costo de la resistencia no controlada a los antimicrobianos podría ser tan grande como las pérdidas provocadas por la crisis financiera mundial de 2008.
Hoy en día, cuando hay personas que experimentan gran incertidumbre y sufrimiento directo en una cantidad cada vez mayor de países, debemos aprovechar nuestros conocimientos y experiencia, e invertir en sistemas a largo plazo, como la mejora de la crianza de animales, la seguridad alimentaria, los servicios veterinarios, el bienestar animal y el seguimiento de las enfermedades zoonóticas en sus orígenes.
Hoy en día, cuando hay personas que experimentan gran incertidumbre y sufrimiento directo en una cantidad cada vez mayor de países, debemos aprovechar nuestros conocimientos y experiencia, e invertir en sistemas a largo plazo, como la mejora de la crianza de animales, la seguridad alimentaria, los servicios veterinarios, el bienestar animal y el seguimiento de las enfermedades zoonóticas en sus orígenes.
Tal como declaró recientemente el Dr. Peter Daszak, presidente de EcoHealth Alliance, en una entrevista con CNN: “Estamos haciendo un análisis equivocado de las pandemias. Si son producto de lo que hacemos en el planeta, por ejemplo el comercio de especies silvestres y la expansión humana a nuevas zonas, debemos tratarlas como un riesgo asociado a dicho comportamiento”. En otras palabras, si las pandemias son el resultado de la actividad humana, necesitamos programas para gestionar los riesgos iniciales y evitar que se produzcan dichos fenómenos.
En el Banco Mundial, estamos preparados para trabajar con los países en la prevención a largo plazo. Nos hemos comprometido a ayudar a los países a invertir en la reducción y la gestión de los riesgos, en particular abordando la manera en que se gestiona la agricultura y el ganado. Solo así los sistemas alimentarios podrán pasar a formar parte de la solución para contribuir a un mundo más seguro.
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