Mientras la pandemia de COVID-19 continúa asolando a países de todo el mundo, aún se desconocen los impactos que tendrá en la sociedad a largo plazo; no obstante, son evidentes los efectos devastadores actuales en la salud y la educación de las personas.
En Europa y Asia central (i), el nuevo coronavirus se ha cobrado la vida de miles de personas, e innumerables sobrevivientes se enfrentan a posibles perjuicios de salud a largo plazo. Por su parte, la tasa de contagio está aumentando en muchos países. Además de enfrentar los desafíos de salud, los países deben lidiar con las graves interrupciones en la educación, ya que los cierres de escuelas y universidades conducen a pérdidas considerables de aprendizaje. En algunos países, estas pérdidas equivalen a hasta un año completo de escolarización.
Mientras la región analiza cómo recuperarse de la crisis, los Gobiernos de los países se enfrentan a decisiones y concesiones difíciles, ya que deben elegir entre proteger la salud de las personas hoy y salvaguardar las oportunidades de empleo en el futuro.
Si solo observamos la educación básica y la esperanza de vida (utilizando los indicadores anteriores a la pandemia), podemos ver que las personas de Europa y Asia central comienzan sus vidas en una posición mucho mejor que la de sus pares de otras regiones del mundo. De los 48 países de Europa y Asia central incluidos en el último Índice de Capital Humano, 33 se ubican en el tercio más alto del total mundial y 44 quedan en la mitad superior (i).
Sin embargo, a pesar de esta relativa ventaja a nivel mundial, se necesita hacer más para garantizar que todas las personas accedan a sistemas de atención de la salud y educación que les permitan aprovechar todo su potencial. No basta con sobrevivir ni se trata solo de completar la escolarización básica.
Los adultos necesitan mantenerse saludables y activos, y continuar aprendiendo y adquiriendo nuevas aptitudes a lo largo de toda su vida. En Europa y Asia central, es especialmente importante reducir los riesgos para la salud causados por la obesidad, el tabaquismo y el consumo excesivo de alcohol, que pueden determinar en gran medida las posibilidades de lograr un envejecimiento activo y productivo. Además, los mercados laborales de hoy exigen más que resultados de aprendizaje básicos. Las instituciones de educación superior deben preparar a los estudiantes para los desafíos de la globalización y el cambio tecnológico.
En nuestra última actualización económica sobre la región (i) se ofrecen ideas para superar estos desafíos. En la región, más del 18 % de las personas son obesas, casi el 23 % son fuertes bebedores episódicos y casi el 26 % son fumadores en la actualidad. Estos riesgos de salud son especialmente elevados en Europa oriental y Rusia, donde la expectativa de vida de los adultos también es la más baja de la región.
La prevalencia de estos riesgos de salud no solo aumenta la probabilidad de sufrir afecciones como enfermedad cardiovascular, sino también la mortalidad y la morbilidad resultantes de enfermedades infecciosas como la COVID-19. Si bien es difícil estimar el impacto de condiciones de salud específicas en la productividad, la bibliografía indica que fumar y sufrir obesidad pueden disminuir los ingresos de una persona casi en un 10 % y que las personas que beben mucho pueden verse aún más perjudicadas, con una reducción de hasta el 20 %.
Las diferencias entre los sexos también son importantes de destacar, y son especialmente claras en lo que respecta a fumar y beber en exceso. En cada país de la región, los hombres fuman y beben más que las mujeres, lo que los coloca en una situación de mayor riesgo de salud. En los países del Cáucaso meridional, por ejemplo, la brecha entre sexos en cuanto al consumo de cigarrillos se ubica cerca de los 40 puntos porcentuales.
Las inversiones en educación superior de calidad pueden ayudar a las personas a ser más competitivas en un contexto de mercados laborales pospandémicos que cambian con rapidez. Las estimaciones indican que el rendimiento promedio de cada año adicional de educación terciaria en una persona puede representar nada menos que un 15 % de aumento en el salario percibido. Una mejora de la educación superior también ayudaría a los países de los Balcanes occidentales, Europa oriental, el Cáucaso meridional y Asia central a retener la mano de obra altamente especializada, teniendo en cuenta la sostenida emigración que se observa.
En toda la región, tanto el logro educativo como la calidad de la educación terciaria incrementan los niveles de ingreso. Pero siempre hay casos atípicos. Por ejemplo, el elevado nivel de escolarización y calidad terciaria de Rusia da como resultado que una persona de entre 30 y 34 años en promedio posea casi 2 años de educación terciaria (ajustada según la calidad), lo que pone al país entre los primeros de toda la región, incluidos los países de Europa occidental. No obstante, con niveles de ingreso similares, la proporción de adultos turcos con un título terciario —cerca del 30 %— equivale a menos de la mitad de la de Rusia.
Las diferencias de género en la educación son más limitadas pero, cuando están presentes, favorecen a las mujeres. Por lo tanto, son los hombres los que deben alcanzar a las mujeres en muchos países de la región, no solo en materia de salud sino también en lo que hace a educación. No obstante, en todos los países, las mujeres tienen considerablemente menos probabilidades de estudiar disciplinas relacionadas con la ciencia, la tecnología, la ingeniería y las matemáticas. Esta elección tiene repercusiones importantes, ya que aquellos con títulos terciarios en estos campos suelen gozar de una mayor participación en el mercado laboral y obtener mejores salarios.
Por lo tanto, a fin de lograr una recuperación verdaderamente resiliente, los países de la región deben adoptar políticas para abordar los desafíos tanto de salud como de educación. Mejorar los resultados en el ámbito de la salud —minimizando los factores de riesgo— puede actuar como refuerzo simultáneo de los medios de subsistencia y de la esperanza de vida. Algunas de las políticas más eficaces son las que elevan los precios de artículos no esenciales como los cigarrillos y las bebidas alcohólicas.
Mejorar las dietas y reducir la obesidad requiere un enfoque algo diferente. Se necesitan esfuerzos concertados entre los Gobiernos y la industria de la alimentación para reducir gradualmente el contenido de sal y grasas de los alimentos procesados. También debemos entender mejor la incidencia de las diferencias entre los sexos en los factores de riesgo para la salud y determinar si las políticas específicas para cada sexo son más eficaces que las intervenciones a nivel de la población en general.
Un desafío fundamental para la región después de la crisis de la COVID-19 será poder prevenir, detectar y afrontar las emergencias de salud pública, como las pandemias futuras, dada la vulnerabilidad de las sociedades que están envejeciendo y la gran cantidad de personas con riesgos de salud subyacentes.
En lo que respecta a educación, es crucial que los países modernicen la educación básica, mejoren la calidad y la pertinencia de la educación postsecundaria y resuelvan las brechas de equidad persistentes en ambos niveles. Las iniciativas de políticas para mejorar la educación que se propongan después de la COVID-19 también tendrán que estar a la altura de los desafíos que plantea la mayor utilización del aprendizaje a distancia. Mejorar la educación de los hombres e incrementar las aspiraciones profesionales de las mujeres continúan siendo importantes retos.
Mientras los países hacen frente a los nuevos desafíos de la COVID-19, deben continuar atentos a su compromiso de preservar y ampliar los beneficios de salud y educación que han logrado en los últimos años. Invertir en capital humano es vital para este programa. Al dar prioridad a inversiones que ayuden a las personas a lograr su máximo potencial, los encargados de la formulación de políticas de Europa y Asia central pueden poner a sus países en una senda de sociedades más saludables y productivas luego de la pandemia.
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