La inversión privada fluye solo a los sitios donde se dan las condiciones adecuadas y existe una clara probabilidad de rentabilidad.
El Banco Mundial no nació del altruismo, sino de un diseño estratégico. Su propósito original, configurado por los intereses de Estados Unidos, era forjar un panorama económico mundial propicio para la inversión del sector privado. No se trató de un acto de caridad; fue un paso calculado para promover el crecimiento económico y prevenir la inestabilidad. Con el tiempo, nuestra misión ha evolucionado y, en ocasiones, se ha inclinado hacia los esfuerzos humanitarios. Sin embargo, durante los últimos dos años de reformas, volvimos a centrarnos en nuestro mandato fundamental: impulsar el desarrollo y reducir la pobreza. En vista de los recursos que se necesitan para lograrlo, el sector privado debe participar activamente.
Eso es importante, ahora más que nunca. Tanto en los países en desarrollo como en los desarrollados ha surgido una y otra vez un interrogante: ¿Cómo será el futuro aquí, y por qué deberíamos invertir en él? Es una pregunta razonable y debe responderse con acciones, no con palabras. En ella radica la aspiración de que el desarrollo no genere solo impacto, sino que también proporcione oportunidades reales y mayor seguridad.
Un elemento clave de nuestro enfoque es tener como objetivo explícito la creación de empleo. Los puestos de trabajo son la manera más eficaz para construir economías autosuficientes, reducir las necesidades humanitarias y crear demanda de bienes. También fortalecen la estabilidad mundial al abordar las causas fundamentales del delito, la fragilidad y la migración masiva.
Nuestro objetivo último es ayudar a los países a crear sectores privados dinámicos que transformen el crecimiento en empleos locales, no desplazando el trabajo desde los países desarrollados, sino destrabando oportunidades laborales donde ya viven las personas. Eso significa fortalecer sectores como la energía, la infraestructura, la agroindustria, la atención médica, el turismo y la manufactura en países ricos en minerales para impulsar una economía local más vibrante.
El Banco también ayuda a los inversionistas a proporcionar capital de manera eficaz en estos mercados, garantizando rendimientos positivos, al tiempo que aborda los desafíos mundiales. Y más allá del acceso a los mercados, fortalece las bases del crecimiento económico al reforzar la transparencia, la lucha contra la corrupción y el cumplimiento de los contratos.
Pero no podemos dar por sentado que los puestos de trabajo se generarán automáticamente si tomamos las medidas correctas. Una idea errónea muy difundida nos detuvo: la creencia —conocida popularmente como el paso "de miles de millones a billones"— de que existía capital privado inactivo, listo para invertirse. Esto no solo fue poco realista, sino que también fomentó la complacencia; dio lugar a la noción de que el desarrollo surgiría por las suyas, sin sentar las bases necesarias.
En realidad, la inversión privada fluye solo a los sitios donde se dan las condiciones adecuadas y existe una clara probabilidad de rentabilidad. Y, para eso, son esenciales dos elementos: una infraestructura sólida de base y un entorno regulatorio predecible. Sin estos elementos, el capital privado se queda al margen.
Aquí es donde entra en juego el Grupo Banco Mundial. Ayudamos a los Gobiernos a financiar infraestructura crítica y garantizamos que los recursos se utilicen de manera eficaz. Promovemos reformas prácticas —como mejores sistemas tributarios y normas sobre la tierra— que facilitan la actividad empresarial. Y el financiamiento se vincula a resultados concretos, para que cada dólar genere impacto.
Una vez que se han establecido las condiciones, nuestras instituciones dedicadas al sector privado —IFC y MIGA— ayudan a las empresas a crear empleos proporcionándoles financiamiento, capital, garantías y seguros contra riesgos políticos. También apoyan el desarrollo de habilidades adaptadas a las necesidades locales. Este espectro —que va desde el apoyo al sector público hasta la interacción con el sector privado— no es solo único: resulta eficaz en un momento en que el desarrollo exige tanto escala como poder de permanencia.
Tomemos como ejemplo la Misión 300, nuestra iniciativa para suministrar electricidad a 300 millones de africanos de aquí a 2030. Para lograrlo, los Gobiernos han prometido implementar reformas de políticas y regulatorias y realizar inversiones, compromisos vinculados al financiamiento de la Asociación Internacional de Fomento (AIF) para garantizar los resultados. Esto da a los inversionistas privados la confianza necesaria para participar.
En una época de presupuestos ajustados, desafíos mundiales y desaceleración del crecimiento, el Banco proporciona a los Gobiernos accionistas una forma singular para avanzar en sus objetivos económicos y estratégicos. Al multiplicar por 10 los aportes de los contribuyentes, transformamos inversiones modestas en flujos de capital de gran escala.
A lo largo de 80 años, los USD 29 000 millones de capital pagado recibido por el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento (nuestra principal entidad de financiamiento para los países en desarrollo) y por nuestras instituciones dedicadas al sector privado han movilizado casi USD 1,5 billones para el desarrollo, lo que representa un rendimiento de más de 50 a 1. En el caso de los países más pobres del mundo, la AIF otorga donaciones y préstamos de bajo costo, con lo que multiplica por cuatro cada dólar aportado por los donantes. Es una de las mejores inversiones en el ámbito del desarrollo, tanto para los Gobiernos como para los contribuyentes y el mundo.
En el mundo en desarrollo vive la próxima generación de trabajadores, emprendedores e innovadores, un dividendo demográfico que, si se promueve, impulsará el crecimiento mundial durante décadas. Además, los países en desarrollo poseen abundantes recursos naturales que pueden potenciar industrias, alimentar naciones y transformar economías. El desarrollo no consiste únicamente en reducir el sufrimiento, sino también en destrabar esta enorme promesa desaprovechada.
Este artículo se publicó originalmente en Financial Times (i).
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